La filosofía es puramente medicinal y terapéutica porque orienta, de manera consciente, nuestro vivir con sabios consejos; enseña a buscar la verdad y realizar crítica razonable que permiten reflexionar, interrogar, dudar, problematizar y asumir responsablemente los desafíos existenciales. Además de eso, nos ayuda, con sabias orientaciones, a trascender espejismo de la realidad; aclarar confusiones, ser prudentes y disciplinados en nuestros quehaceres. Entre otras cosas, enseña a reconocer los límites de la naturaleza y a manejar, con paciencia y rigor crítico, las incertidumbres que afectan continuamente nuestra vida, generando angustia, desesperanza e inestabilidad en los más profundo de nuestro ser. Sobre esto Teresa Gaztelu escribiría:
“Todos nos vemos enfrentados en un momento u otro a situaciones de incertidumbre: inestabilidad afectiva, familiar, laboral, geográfica, personal… Transitamos épocas en que la falta de certeza parece ser la ley: no sabemos que vamos a hacer, por dónde proseguir nuestro camino, cómo lograremos salir adelante, de qué modo conseguiremos ganarnos el pan y en qué lugar viviremos o con quién lo haremos. Ahí, la incertidumbre no ocupa un área cercada de nuestras vidas, sino que parece generalizarse y enviarlas a todos. Es una incertidumbre casi existencial la que experimentamos. Cuando nos preguntan, respondemos con un enorme ‘No sé, ni idea’. Nos sentimos perdidos.”
La razón, como es sabido, no puede superar de una vez y por todas las incertidumbres. De ahí su gran empeño en buscar afanosamente la certeza en todo cuando hacemos y pensamos. La sombra espesa de lo indeterminado despierta en nosotros la necesidad de seguridad, estabilidad y de apego a lo amado. La mayoría de las veces ello habría de producir sufrimiento y desaliento. Cuando desaparece lo amado, experimentamos la terrible sensación de vacío existencial, frustración y angustia. Todos, de alguna manera, nos ilusionamos con la estabilidad duradera y permanecemos apegados a una o varias cosas. Respecto a esto Gaztelu afirmaría:
“El ser humano muestra tendencia innata a aferrarse, a buscar seguridad allá donde va, movido por el afán de estabilidad. En nuestras vidas, acostumbramos a agarrarnos a un clavo ardiendo: cierto lugar, una pareja, un trabajo fijo … sin embargo, nada de eso es eterno, no podemos conservar todo cuanto quisiéramos mantener: las parejas se rompen, los seres queridos fallecen, uno cambia, las circunstancias varían …Y sufrimos. Sufrimos porque nos apegamos a esas personas y situaciones que no poseemos ni están garantizadas. Una y otra vez la vida, estabilidad inestable, no los evidencia: todo cambia. Al darnos de bruce con este hecho nos damos un porrazo, pasamos el duelo, conseguimos sobreponernos a la transmisión y al cambio, pero, de nuevo, volvemos a aferrarnos a otra cosa. Y, una vez más, porrazo. Ese afán de seguridad es, a fin de cuentas, lo que nos hace sufrir. En la vida nuestra constantemente que no es posible encontrar ese tipo de seguridad que andamos buscando”.
La incertidumbre y la inseguridad producen inquietud y desazón en el espíritu. Ellas enferman al sujeto y lo desesperan. La enfermedad es desequilibrio y deficiencia, que produce cambios en la persona y le impone la pertinencia del reposo.
Cabría recordar, pues, que el sentido de su curación (siempre y cuando la enfermedad no sea terminal) dependen de la calidad del tratamiento, el cuidado y el estilo de vida del enfermo. La terapia filosófica (o filosofía medicinal), contribuye, con sabias orientaciones y correctas reglas de vida, a la recuperación de la salud. Además de eso, posibilita una visión consciente de nuestra fragilidad, fortalezas y limitaciones.
En verdad, los consejos de la filosofía medicinal permiten manejar angustias, temores, incertidumbres, falsos deseos, crisis sentimentales, desilusiones, incoherencias, rencores, prejuicios, hipocresía y otras absurdidades de este mundo. Por esos y otros motivos, Gaztelu asume la terapia filosófica como teoría y práctica orientadora de nuestro diario vivir. Con serenidad y espíritu crítico, la utiliza para afrontar desafíos existenciales; curar enfermedades y percepciones confusas que trastornan la armonía del cuerpo y el espíritu. Ella sabe, como el que más, que la filosofía medicinal proporciona estabilidad emocional. De ahí que defienda, con voluntad radical, la terapia filosófica.
Como sabemos, nuestro cuerpo, frágil y limitado, envejece y se deteriora con el paso de los años. Constantemente, sentimos los zarpazos estremecedores de la desolación, la incertidumbre y los imprevistos que nos asustan y asombran. Quizás eso, vivimos desviviéndonos entre las defectuosidades y avances impresionantes de una modernidad atrapada en los suspiros quejumbrosos de los ensueños, el mundo virtual, las concepciones mutiladas y los ímpetus melancólicos de la soberbia.
La filosofía terapéutica, es bien sabido, enseña claramente la manera más idónea para sobrellevar y vivir en medio de situaciones complejas. Más aún: también enseña a ser responsable, cortés y respetuoso frente al otro. Sus conocimientos son fundamentales para lograr la armonía social.
La filosofía medicinal es fuente de sosiego y comprensión de prejuicios, dificultades, simulaciones y falsas representaciones. De ahí que sea indispensable para la convivencia justa y racional entre seres humanos. Por eso, Teresa Gaztelu, intelectual de vasta sabiduría, asume con pasión radical la terapia filosófica. Lo hace conscientemente y de manera racional, sin dogmatismo ni restricción alguna. Eso evidencia su independencia de criterio, libertad de razón y admirable ingenio creativo.
Cabría decir, con sobrada razón, que es necesario asumir la filosofía medicinal para aprehender el sentido de la curación y superar diversas enfermedades físicas y emocionales.
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