En mi último artículo, me referí a los problemas que el relativismo plantea para una sociedad democrática. (https://acento.com.do/opinion/el-relativismo-y-la-democracia-9472083.htm). Específicamente, abordé la postura del filósofo de la ciencia, Paul Feyerabend, quien cuestionó el lugar privilegiado de la ciencia en el sistema educativo de las sociedades democráticas contemporáneas y promovió el escepticismo de la sociedad civil con respecto al juicio de los expertos.
La perspectiva de Feyerabend ha encontrado eco en la era que Thomas Nichols caracterizó como la de “La muerte de la experticia”. Con este concepto, Nichols alude a un fenómeno cada vez más extendido de hostilidad hacia los expertos y de un falso empoderamiento ciudadano consistente en erigirse en autoridad epistémica careciendo del conocimiento, la experiencia y el vínculo con la tradición relacionada con el objeto de opinión.
Si bien la atmósfera cultural actual es amable al relativismo en la medida que está impregnada de un individualismo liberal extremo que invita a la búsqueda personal de la verdad, la felicidad y el éxito, también se encuentra impregnada de las consecuencias de la revolución digital y la emergencia del mundo virtual, alimentando las adherencias tribales y la absolutización de los valores del grupo con el que se identifica el individuo. Con esta situación, se alimenta la polarización política de nuestro tiempo.
Como señala Hanno Sauer en La construccion del bien y del mal (2023), la polarización es un fenómeno emocional marcado por la desconfianza que genera el otro, el que no pertenece a “nuestro grupo”. Esto rompe con la actitud de receptividad hacia el diálogo y genera aislamiento epistémico.
Este escenario es aprovechado por los lideres populistas y autoritarios para reforzar las adherencias emocionales y promover el escepticismo y la hostilidad hacia los expertos que contradicen sus discursos y prácticas.
Asi, paradójicamente, el escepticismo hacia los expertos que Feyerabend defendió como un requisito para la salud de las democracias, se ha convertido en una de las banderas de los líderes autoritarios de la era digital.
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