Los seres humanos somos impredecibles en ciertas ocasiones cuando nos enfrentamos a la micro historia que nos ha tocado vivir; algunos, quizás muchos, hemos transitado todo tipo de tribulaciones, como por ejemplo la muerte de un hijo a destiempo, sin siquiera haber saboreado los colores de la vida. Otros, en su loca velocidad, se arrancan su triste existencia, y por demás, algunos se arropan en la vorágine de un destino incierto y sombrío: drogas, corrupción, embriaguez, avaricia e indecencia, sin amor ni solidaridad por los congéneres.
Esa, al parecer, es una tribulación que rechazamos los que nos movemos al otro lado, inconmensurable, de la dolce vita; procedemos en una ruta vertical, reflexionando cada paso que damos en este breve tránsito, con la intención de construir un destino con surcos donde se siembren semillas fecundas que hagan nacer y crecer nuevas generaciones de plantas humanas. En su inmenso proceder, radican patriotas, académicos, artistas, mensajeros —sí, afirmo, mensajeros—, líderes sociales y comunitarios, científicos e investigadores, madres abnegadas, campesinos y agricultores que trabajan la tierra para que dé frutos que alimentan a la humanidad. Aunque sufran las tribulaciones de las injusticias sociales o las enfermedades propias de los seres vivos, incluidos los humanos.
Si algo positivo hay en las tribulaciones que debemos vivir, es que constituyen un destino insalvable, como lo relataron los existencialistas. Algunos, como los escritores de la estirpe de Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Franz Kafka, Friedrich Nietzsche y un sinnúmero de personajes afligidos a lo largo de la historia, sirven de modelos paradigmáticos para la aceptación de las venidas generaciones.
En mis propias tribulaciones, como un inevitable aspecto de lo humano, he llegado a asumir que forman parte de una dialéctica en el proceso de la existencia. Es algo que debemos comprender, una necesidad que hay que soportar para seguir aportando a la sociedad y a la familia, ofreciendo las mejores acciones con una mente positiva y entendiendo estas dificultades como oportunidades para meditar, aprender y madurar en nuestro proceder. Entender que las enfermedades vienen con el envejecimiento, como líneas paralelas que transitan juntas, asociadas en un mismo camino de felicidad, desgracias y un final de disolución. Porque la vida surgió de la nada y a la nada regresa, perturbando nuestra existencia, que creíamos inacabada.
En particular, mis allegados o relacionados conocen mis tribulaciones; sin embargo, les hago un juego sucio y mordaz, disfrutando cada parada de la vida con una mente positiva y bromas que asombran a mis contertulios.
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