La lengua es un patrimonio de la sociedad que la utiliza, no de un organismo o de una corporación. En rigor, la ‘existencia’ de una palabra depende de que la comunidad la conozca y la emplee como parte de su vocabulario, no de una aprobación académica y burocrática. Afortunadamente, la meta original, normativa o prescriptiva, de la Real Academia Española, ha evolucionado a una función registradora. En la actualidad, la institución no dictamina, no prescribe ni receta, como hace un médico, sino que intenta recoger lo que la sociedad establece como normal en cada país.

Por otra parte, ningún diccionario puede recopilar el inventario abierto y continuamente creciente de todas las palabras que componen el vocabulario de la lengua. Siempre habrá unidades conocidas por todos o por algunos sectores sociales que, por la razón que sea, se quedan fuera de los registros lexicográficos oficiales. Por ejemplo, a pesar de ser conocidas y utilizadas con pleno derecho por la mayoría de los dominicanos, todavía no aparecen en el diccionario académico palabras como calimete, concón, quipe, vitilla, yipeta, yunyún, entre otras.

Las palabras en los diccionarios

Ahora bien, ante la cuestión de si determinadas palabras deben o no deben usarse, lo dicho anteriormente no significa que la selección del vocabulario pueda hacerse indiscriminadamente, sin ningún tipo de restricciones. Todo el mundo sabe que palabras que se dicen en un bar, pueden ser inapropiadas en un salón de clases, en una entrevista de trabajo y en otras circunstancias. Hay que tener en cuenta las diferencias del tipo de discurso y de las situaciones en las que se producen los actos de habla. El nivel de exigencias, de formalidad o de corrección, no es el mismo en un diálogo cordial entre amigos y en un discurso de graduación en la universidad. En este caso, es de sentido común y recomendable el empleo de palabras acogidas por la comunidad culta y que, preferiblemente, cuenten con el aval del diccionario académico.

¿Es la lengua escrita superior y más correcta que la lengua hablada?

Se trata de dos realidades de naturaleza distinta. Una característica esencial de todas las lenguas es la oralidad: la razón de su existencia consiste en ser habladas. La escritura, en cambio, constituye un elemento contingente y circunstancial, no necesario. La versión oral de la lengua está primero y es adquirida por los niños de forma natural, sin necesidad de instrucción escolar; la escritura viene después y normalmente requiere la asistencia de la enseñanza formal.

La variabilidad de la expresión oral choca con la uniformidad de la escritura. Su estabilidad, su rigidez y fijeza le imprimen al texto escrito una apariencia de primacía. Sin embargo, la grafía es una simple representación visual, aproximada y arbitraria, de la realidad acústica. La forma oral, variable por naturaleza, es la manifestación natural y más auténtica de cualquier lengua. Una prueba contundente de que la ortografía es un hecho cultural, ajeno y externo al hecho lingüístico en sí, es precisamente el carácter estricto y uniforme de sus normas. La representación escrita de las palabras no admite las variaciones a las que están sometidos los sonidos en la pronunciación. Se podría decir que la ortografía es impermeable y resistente al influjo de factores como el estilo, la escolaridad, el sexo, el origen geográfico, que rigen la conducta oral, esencialmente variable, de los hablantes. Por ejemplo, la forma gráfica de la oración ‛Lo hizo por ti’ es única e invariable, independientemente de que quien la redacte sea un profesor universitario mexicano, una secretaria hondureña, un estudiante cubano de nivel primario. Tampoco importa si aparece en una carta personal o en un libro de cuentos. En cualquier caso, hay obligación de escribir la palabra hizo con la hache inicial y con zeta, sin tilde sobre la i y separada por un espacio de lo y de por. Hacerlo de forma diferente implica incurrir en una falta, en un error. Sin embargo, al hablar, manteniendo un nivel plausible de corrección, la consonante intervocálica de ese verbo puede ser pronunciada por un hablante español con una articulación interdental, zeta, pero como alveolar, ese, por un chileno o un dominicano. Igualmente, al decir lo hizo, se puede realizar un hiato entre la o de lo y la í de hizo (lo•í•so) o, al contrario, ambas vocales pueden unirse por medio de una sinalefa (lo͜í•so). También sería posible unir fonéticamente la forma verbal hizo con la preposición por, o separar momentáneamente ambas palabras por medio de una pausa. En conclusión, a la uniformidad de la escritura se contrapone el carácter esencialmente flexible, elástico y variable de la expresión oral.

Orlando Alba

Linguista

Orlando Alba es un lingüista dominicano, socio de Honor de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina, ALFAL, miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana y académico correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua. Fue condecorado por el Estado dominicano con la Orden de Duarte, Sánchez y Mella, en el grado de Comendador. Ha sido catedrático de la PUCMM y de Brigham Young University. Su bibliografía incluye numerosos artículos en revistas especializadas y más de una docena de libros que analizan, principalmente, temas relativos al español dominicano. Con motivo de su jubilación, un grupo de colegas reconoció su carrera académica de más de 40 años con la publicación del libro ‘Estudios de lengua y lingüística españolas – Homenaje a Orlando Alba’ (Ed. Peter Lang SA).

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