Con Gaza en el corazón.
Por el fin del genocidio del pueblo palestino
Parece evidente que existe una cantidad inexplicable de medicamentos que nos acompaña de por vida, una realidad especialmente visible entre las personas ancianas, puesto que la polifarmacia está asociada a las enfermedades crónicas. ¿Por qué consumimos tantos medicamentos? ¿Son realmente necesarios? ¿Nos garantizan la salud… o son parte del problema?
En el caso de los ancianos, en su mayoría arrastran fármacos “sin dueño”, no los ha prescrito un facultativo, sino que son tan crónicos o llevan tanto tiempo tomándolos que ya ni siquiera conocen por qué razón, ni para qué los toman.
Los fármacos crónicos son los más complicados de retirar o de suspender. La decisión de retirada es algo que todavía nos cuesta mucho, muchas veces por la resistencia del familiar, que tiene el convencimiento de que es un error, que su ser querido va a empeorar, que no se hace nada para solucionar una situación que, por desgracia, es tan crónica y tiene tanto tiempo instalada que no tiene solución. Y que la solución debe buscarse por otra vía, que no es la farmacológica, dado que introducir estos cambios puede originar más problemas que beneficios.
Son muchas las circunstancias que influyen en mantener un fármaco de uso crónico. Entramos en la lógica de que, si el paciente se encuentra bien, no debemos modificar nada. “No soy el prescriptor, no tengo criterios para retirar este medicamento”, escuchamos en ocasiones. Y, sin embargo, está demostrado científicamente que es incorrecta la toma de más de siete fármacos simultáneamente en ancianos, sin considerar en esta suma los suplementos vitamínicos.
Y entramos también en el circuito de que todo síntoma se debe tratar con fármacos, sobre todo cuando este es tan intangible como el dolor, que es el motivo más frecuente de consulta. La presión que ejercen los pacientes sobre el médico es grande: tiene que existir un acto médico para aliviar y atacar un síntoma que muchas veces persiste incluso tras haber agotado todo el arsenal terapéutico disponible. En el caso del dolor sin un origen claro, el dolor generalizado, en la mayoría de los casos corresponde a una profunda tristeza somatizada.
El dolor se tiene que analizar en sus circunstancias. Muchos pacientes se relacionan con el mundo a través de su dolor, el insomnio y otras circunstancias clínicas. Pero estos dos síntomas, el dolor y el insomnio, son los más complejos de tratar porque la persistencia después de la prescripción de la posible solución es tan alta que continuamente nos replanteamos la forma de abordaje.
Los médicos necesitamos, pues, del tiempo necesario en la entrevista clínica para valorar capas y capas de historia con el síntoma, que se ha convertido en el “compañero fiel” del paciente y la causa constante de búsqueda de soluciones, para establecer un diagnóstico y tomar las decisiones adecuadas. Son síntomas invisibles que en ocasiones se asocian o reflejan otras circunstancias complejas profundamente arraigadas.
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