Cuando la memoria ya no sirve para aprendizaje sino para recordar cosas (disparates) que debieron haberse olvidado hace tiempo, se debería apelar a un viejo decir que funciona como refrán: Se está feo para la foto.
Voy a poner algún que otro recuerdo como ejemplo de la mina de carbón de mi cabeza. De ahí que me asalte la pregunta qué es la memoria si no nuestro mea culpa tanto de lo que se recuerda con agrado como de lo que no. A veces quiero recordar el hecho más lejano de mi niñez ahogada en ríos y calles y que busca alcanzar un acontecimiento cuando tenía siete años, que tiene que ver con jugar con otro niño que salió herido en la frente; otro de la revuelta de abril del 65, que siempre que lo recuerdo no se sí fue fruto de un cruce entre una película gringa sobre la Segunda Guerra Mundial, de un tanque de guerra a la entrada de un pueblo de mi infancia y el último de mi llegada a la capital de a finales de 1967, en una calle de la parte alta, entrando con una mudanza (la familia) a un barrio todavía lleno del heroísmo inventado de sus pobladores sobre la recién revuelta. Tres acontecimientos que a nadie más que a mí importan, quizás. ¿Para qué quiere la memoria esos acontecimientos y cientos más, mucho más significativos, que tampoco a la memoria les sirven para nada y mucho menos a quien los recuerda? Me imagino que aquel que tiene sus recuerdos como los movimientos de traslación y rotación en su cabeza, de lo que no se siente muy feliz de recordar ni nombrarlos tiende a soñarse con ellos. Acontecimientos que quiere olvidar, porque la infancia tiene un dejo de tristeza y crueldad que habita en un olor, sabor o una visión que remite, de golpe, a “eso me pasó a mí” y a tragar en seco se ha dicho. Con esto no se quiere decir que el autor de estas líneas sinuosas que quieren ser claras, busque lo que no se le ha perdido dentro de sus mea culpas en su vivir anteayer cotidiano (ese anteayer cansado). Por supuesto que tengo decenas de cosas que quiero recordar y no puedo. Necesitan de un encantamiento que alcance a donde habitan ellos dizque para sentirse feliz. Mi memoria no es selectiva ni autocompasiva, solo es «maldadosa», le gusta joder para encontrar alguna simbología para incluirla en algún poema oscuro o prosa que sea oriunda de ese nunca jamás pero que no lo es, que es la memoria y el darse cuenta de que ya no se recuerda lo que se quiere sino lo que se deja recordar.
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