Las leyes son como las telas de arañas: los insectos pequeños quedan atrapados en ellas. Los grandes las rompen. Ana Carsis.

Hoy, hasta me avergüenza leer los periódicos y ver la desfachatez o el desconocimiento al cual aducen determinados personajes de nuestra sociedad sobre determinados hechos. Ya es inocultable que, hasta para hacer cualquier trato o compromiso, aun y te lo ofrezcan sustentado en la palabra de honor, te ves forzado a elaborar un documento que debe ser admitido bajo firma obligatoriamente. Y esto es así, porque ya la palabra es algo tan leve que es arrastrada por el viento, ya que el honor que la apoyaba perdió su peso abrumado por la desvergüenza.

Para todo recibes, envuelto en una publicidad o propaganda engañosa, una respuesta veloz como un rayo, que en principio parece verosímil, porque fue elaborada para que escuches lo que ellos saben que tú quieres oír, y esto no solo es en la política partidaria, sino en todas las acciones que diariamente se producen, donde participan todo tipo de autoridad y de comerciantes, aunque muchos, disfrazados hasta de apóstoles en la tierra, enfrascando inflados egos con indeterminados megalómanos.

Al parecer, ya no existe leitmotiv que los haga siquiera el tratar de desarraigar de sus personalidades esa vanidad perniciosa que los acompaña en todos sus actos; y, sobre todo, esa soltura desprovista de sentimiento alguno para manipular la verdad, llegando a crear su propio mundo de mentiras, engaños, manipulaciones y negaciones, que los hace vivir y sentirse como pez en el agua. Y es que, de tanto mentir, permitir indelicadezas y hasta traicionar, es lo que les ha hecho descubrir que el encubrimiento y manipulación de la verdad se puede convertir en un gusto adquirido, del cual disfrutan.

Vivimos en este país, ahogado por las indelicadezas políticas, para las cuales no existen leyes que puedan contra esto —perdón—, en realidad hay leyes; lo que son pocos son aquellos llamados a aplicarlas y, al parecer, aún no contamos con aquellas leyes por tradición; en apariencia eso también dejó de ser y es lo único que explica la razón del porqué —supuestamente o no— los presidentes no caen presos. Esto, hasta el día que llegue el que sí, como en su momento quisieron imponerme sobre el castigo impuesto a un general, con el san benito no escrito de que los generales no caían presos.

Estamos plenamente de acuerdo en que nos encontramos frente a un mundo cambiante, donde los valores —al igual que la verdad— son los primeros en ser lanzados a la hoguera, pero, de igual manera, debemos mantener la esperanza de que, en algún momento, aparecerá quien se haga cargo del timón moral que nos conduzca al final glorioso de esta guerra que llevamos a cabo, en un mar incierto, lleno de inmadurez, corrupción, insensibilidad y despotismo.

La caótica situación que se ha creado, desde hace unas décadas, por parte de los políticos y este pueblo pendejo y comparón —por demás—, me hace recordar aquello sobre el amor que en alguna parte y en algún momento leí, no sé escrito por quién, y que se parece a la relación políticos-pueblo; que ese amor es un juego terrible, peligroso, en el que uno de los jugadores pierde el dominio de sí mismo y el otro se adueña de su vida. A buen entendedor, pocas palabras, ¿cierto? ¡Sí, señor!

Rafael R. Ramírez Ferreira

General retirado

Mayor General ® E. N. Nacido en Sto Dgo, D.N., Estado civil: Soltero Tres Hijos: Ramfis Rafael; Rissel y Ramsés Funciones desempeñadas: Director General de entrenamiento; Director del J-2, Inteligencia de las FF.AA; Rector del Instituto Especializado de estudios superiores; Presidencia de la Comisión Permanente de Reforma de las FF.AA. Presidente de la Junta de Retiro, FF.AA Vice-ministro de las FF.AA. Inspector General de las FF.A.A Presidente del Consejo Académico Superior de Educación Presidente de la Dirección Nacional de Drogas (DNCD) En la actualidad Asesor Sobre operaciones y estrategia.

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