La creencia de que “a más años de cárcel, menos delincuentes” surge de la impunidad percibida por la ciudadanía y alimenta el populismo punitivo. Ante el aumento de la criminalidad, nos planteamos si el endurecimiento de las penas es realmente una solución preventiva y eficaz.

Esta medida es políticamente popular porque solo requiere modificar el código penal, sin atender las causas de los delitos. El término “populismo punitivo” (Bottoms, 1955) describe la creencia de que aumentar las penas resuelve problemas sociales complejos, aunque es una postura arcaica y contraria a los principios generales del derecho y a los derechos humanos.

Los medios y grupos influyentes inducen a considerar la inseguridad como el principal problema, alejando la atención de la realidad. Endurecer las penas agrava el hacinamiento carcelario, limita la resocialización y expone a los internos a amenazas, violencia y a más vulnerabilidad.

El supuesto poder disuasivo de las penas duras carece de sustento empírico: la sanción penal no determina la comisión de delitos. Además, muchas leyes no cumplen criterios de racionalidad y proporcionalidad, afectando sobre todo a las clases bajas que cometen delitos menores.

La sociedad también es responsable, pues el comportamiento delictivo está influido por el entorno y las condiciones impuestas por el Estado, que no debe desconocer la dignidad humana. El derecho penal debe aplicarse como última ratio, no como regla general (prima ratio), y la Constitución limita el poder para garantizar derechos fundamentales, incluso contra la opinión mayoritaria.

La experiencia internacional muestra que el endurecimiento de penas no es efectivo a largo plazo. La ONU (2018) señala que las estrategias de prevención bien planificadas fortalecen la seguridad y el desarrollo sostenible. Es preferible apostar por políticas públicas preventivas y educativas de largo plazo que respeten los principios del derecho y los valores jurídicos superiores.

El endurecimiento de las penas no ataca la raíz de la delincuencia. La verdadera solución exige políticas educativas de largo plazo que formen una conciencia ciudadana capaz de reconocer que estas medidas chocan con los fundamentos del orden jurídico: los derechos fundamentales, los principios generales del derecho y los valores superiores que este protege.

Frente a la ineficacia del populismo punitivo, la educación y las políticas públicas bien diseñadas ofrecen un camino más sólido. Invertir en formación ciudadana, prevención social y programas de desarrollo no solo reduce la incidencia delictiva a largo plazo, sino que fortalece el tejido social y respeta los principios del derecho.

Janet Camilo

Ministra de la Mujer

Se define desde siempre como una defensora de los derechos de la mujer, una feminista a carta cabal que nació en Salcedo, provincia Hermanas Mirabal y aprendió de su bisabuela las primeras ideas libertarias, con ella forjó su carácter abierto y con ella también cultivó la transparencia en las relaciones interpersonales. La actual Ministra de la Mujer, Vicepresidenta de la Internacional Socialista de Mujeres y Presidenta del Instituto Latinoamericano Mujer y Política, desde niña se vinculó a las artes, el deporte, la literatura y a los 13 años se integró al servicio comunitario de la iglesia católica, grupo con el que se fue a localidades rurales a alfabetizar y contribuir a la educación formal, aunque en ese momento su sueño era el cine. La influencia de la bisabuela fue tal, que cuando Janet le pidió que le enseñara a cocinar, ésta le dijo que no la quería ver toda la vida detrás de fogones, que estudiara, pero entre una cosa y otra, entre un tema y otro, Janet aprendió a cocinar y a amar la política. El Padre de Janet, Antonio Manuel Camilo era funcionario gubernamental del Partido Reformista Social Cristiano, pero a los 15 años la niña hacía pininos en la política con el diputado del Partido de la Liberación Dominicana Jaime David Fernández Mirabal. Al concluir el bachillerato se mudó a Santo Domingo e inició la carrera de arquitectura en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Analizó la situación de las arquitectas que ejercían, descubrió que pocas lo hacían y con determinación cambió para estudiar Derecho y en esta profesión se licenció. En las aulas entabló muchas relaciones, entre ellas con hijos e hijas de dirigentes políticos y es así como coincidió con la hija del entonces Síndico del Distrito y dirigente del Partido Revolucionario Dominicano, Rafael Suberví Bonilla, quien rápido detectó sus cualidades y condiciones para el ejercicio de la política. Corría el año 1991 y en un almuerzo al que fue invitada, en el que participó el ahora fenecido líder del PRD, José Francisco Peña Gómez, nació la carrera política Janet Camilo, hoy Vice Presidenta Nacional, Secretaria de Asuntos Electorales de esa organización política y Ministra de la Mujer. Allí mismo se convenció de que quería ser política. Se integró al movimiento Compromiso Nacional en apoyo a Peña Gómez y luego se juramentó en el PRD y al terminar los estudios de Derecho, cursó una maestría en Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

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