El reconocido economista ecológico Nicholas Georgescu-Roegen recordaba en su obra cumbre que "la noción inmaterial del placer de vivir resume el aspecto propiamente humano del valor económico". En un país como la República Dominicana, donde el mercado impone sus lógicas sobre la vida diaria, resulta urgente preguntarse cuál es el lugar real del "placer de vivir" para las personas que generan ingresos iguales o inferiores a RD$60,000 mensuales. Esa franja incluye a la mayoría de la población ocupada.
Entre 2010 y 2025, el país ha experimentado un aumento sostenido en los precios. Según datos del Banco Central, el costo promedio nacional de la canasta básica mensual pasó de aproximadamente RD$22,000 en 2010 a cerca de RD$46,640 en 2025 (promedio de enero a mayo). Este incremento afecta con mayor dureza a los hogares de menores ingresos, que destinan una mayor proporción de sus recursos a necesidades esenciales como alimentación, transporte y vivienda, donde los precios han subido con más fuerza. La creciente brecha entre ingresos limitados y el costo de vida define la realidad diaria de millones de familias.
El "placer de vivir" no se limita al consumo. Implica acceso a satisfactores con valor de uso —es decir, utilidad directa para la vida cotidiana— como el tiempo libre, alimentación adecuada, salud, vínculos familiares, cultura y descanso. En una economía que subordina todo al ingreso monetario, las personas con bajos ingresos ven restringido el acceso a estos aspectos esenciales, lo que degrada su experiencia vital.
Juana, madre soltera de dos niños y trabajadora en un banco comercial, resume esta contradicción: “Me levanto a las 5 de la mañana para preparar a mis hijos y llevarlos al colegio. Aunque la jornada empieza a las 8, mi jefe exige que lleguemos a las 7 para reuniones sin paga. Y muchas veces me quedo después de las 5 para cuadrar caja, también sin remuneración extra. No hay tiempo para descansar ni para mis hijos”. Su historia revela cómo el trabajo puede absorber el tiempo vital sin devolver dignidad ni bienestar.
Ante esta tensión, muchas personas recurren al pluriempleo —tener dos o más trabajos para completar ingresos—. El Ministerio de Economía ha documentado su aumento desde 2022, especialmente en comercio, servicios personales, educación privada y plataformas digitales. En 2023, unas 88,479 personas tenían múltiples empleos formales, según datos de la TSS citados por el MEPyD.
Aunque pueda parecer una estrategia para superar la precariedad, el pluriempleo revela una paradoja: se obtiene más ingreso a costa del agotamiento físico y mental, reduciendo el tiempo disponible para descansar, convivir o educarse. Esta situación refleja una falla estructural del mercado laboral dominicano: salarios bajos, escasa protección de derechos y una presión creciente hacia la autoexplotación —exigirse a uno mismo más allá de los límites razonables para sobrevivir—.
A ello se suma el debilitamiento de los sistemas de protección social, lo que obliga a mercantilizar cada vez más aspectos de la vida cotidiana. La relación entre ingreso y placer de vivir no es lineal. El valor que cuenta para la mayoría no es el valor de cambio, sino el de uso: lo que permite vivir con dignidad. Si se requieren 12 o 14 horas diarias de trabajo para cubrir lo básico, el "trabajo digno" se vuelve una promesa vacía.
La situación empeora en el caso de las mujeres, muchas de las cuales combinan empleo remunerado con cuidados no pagados. Esta doble o triple jornada elimina casi toda posibilidad de descanso, disfrute o desarrollo personal.
El "placer de vivir" en República Dominicana está condicionado por una estructura donde el bienestar depende de la capacidad de compra, mientras Estado y mercado ofrecen respuestas limitadas. La vida se convierte en una carrera por subsistir, y el tiempo para vivir con dignidad se vuelve un privilegio.
Repensar el desarrollo requiere una economía crítica y contextualizada —que cuestione las reglas del mercado y se enfoque en la vida real—. Eso implica garantizar ingresos suficientes, acceso a servicios públicos de calidad, reducción de la jornada laboral y una economía orientada al valor de uso, no solo al valor de cambio.
La verdadera medida del desarrollo, y del placer de vivir, no llega con el sólo crecimiento del PIB, llega cuando las personas pueden vivir con salud, tiempo, dignidad y alegría en un entorno que no las excluya por su nivel de ingreso. Por ello, el "placer de vivir", como núcleo inmaterial del valor económico, debe ocupar un lugar central en cualquier propuesta de desarrollo y en políticas que realmente se orienten al bienestar integral de las personas. Ignorar esto es empobrecer no solo nuestras economías, sino también nuestra humanidad.
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