Partir un bizcocho a las seis de la mañana en un parque público, desde cualquier punto de vista que se mire, para celebrar el cumpleaños de un amigo miembro de un grupo de ciudadanos caminantes, que se ejercitan diariamente en cada amanecer, es un acto de amor poco común en un mundo marcado, todavía, por el aislamiento social.

Y eso hacemos un grupo de caminantes: vivir para la vida y el amor.

El ser humano es gregario por naturaleza y su éxito depende de su relación con los demás. En la vida el otro constituye un ser necesario para el yo y la buena convivencia. La vida se teje con nosotros y los otros. Fuera de esta ineludible realidad humana, la vida es casi una muerte que camina.

En el parque donde camino, y caminan centenares de personas, diariamente, hemos conformado un grupo de amigos. Nos parecemos a un pelotón militar, pero con alma de poeta. Caminamos al amanecer, es decir, al despuntar el alba. Amamos hasta que duela como decía la Madre Teresa de Calcuta.

Muchos de nosotros llegamos a las cinco de la mañana, religiosamente, y hemos logrado la construcción de una bella comunidad, donde la hermandad constituye el eje central de una sana y admirable convivencia humana. La gente ama y también se enamora. Uno de los miembros del grupo tuvo el atrevimiento de formar la asociación de solteros: "Uniendo Corazones".

Todas las calles están bellamente pavimentadas. La principal de ellas, tiene forma circular, lo que nos permite reencontrarnos varias veces con los otros amigos y hasta con aquellos que no quieren saludos de nadie. "Son pocos, pero son", como diría César Vallejo en su poema. Después de la pandemia todo se vale.

Somos un grupo conformado por más de veinte personas: empresarios, académicos, intelectuales y personas de todos los estratos sociales que, por misterio de la vida, nos hemos ido congregando, enlazados por el amor, la confraternidad, la solidaridad y el compromiso. En mi caso, tengo la función de recoger los jobos y las almendras del pavimento para que los demás caminantes no se caigan. Varios se han caído al pisar dichas frutas. Los propios caídos han aprendido, con nosotros, la lección de recogerlas. La vida es una escuela.

Hace apenas unos días que celebramos la vida en un bello espacio entre montañas. Más de veinte comensales tuvimos el inmenso placer de compartir entre hermanos, por más de ocho horas, sin parar, de alegría y confraternidad.

Agradecemos a Homero y Leticia por su gentil invitación.

Rafael Nino Féliz

Educador

Nacido en El Cachón, Barahona. Graduado de Licenciado en Educación con mención en Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo UASD. Se desempeñó como técnico de varios departamentos del Ministerio de Educación. Director de Organización de la Oficina de Desarrollo de la Comunidad (ODC). Director de la Dirección de Bienestar Estudiantil; Tesorero General y dos veces Vicerrector de Extensión. Actualmente docente en las cátedras de Teorías y Crítica de la Literatura y Letras Básicas. Ha publicado más de diez libro de poesía.

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