El paradigma de “Jesús es la luz del mundo”, sea un concepto, una figuración, una metáfora, o una verdad mística; es un prototipo necesario para disipar penumbras, iluminar mentes, aclarar pensamientos, enfocar ideas, inspirar confianza, fortalecer fe y esperanza, hace encontrar la luz interior del alma, pero, sobre todo, determina y esclarece la conciencia cívica, ética y moral de un pueblo; pues, la luz ilumina todo, disgrega toda mancha y clarifica toda oscuridad.

En la Sagrada Biblia se afirma que “Jesús es la luz del mundo” (Juan 8:12). En ocasiones, el Señor mismo declaró: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:35);” Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). Ahora dice: “Yo soy la luz del mundo” y con esta frase, Jesús se identifica como lo que es: resplandeciente fulgor de gracia, luz alegrante, suficiencia aclaradora, alfa y omega de lo que existe, integridad moral, máxima sabiduría, el gran poder divino, el verbo sagrado, en fin, el Hijo de Dios enviado a la humanidad para ser sacrificado por la redención del “caído ser humano”. Esa luz brilla en el mundo, sirve como intercesora entre el Padre Eterno y el hombre, para la salvación de quienes confiesan su nombre y cumplen con sus mandatos.

Dada la situación prevaleciente en el planeta, donde se expanden las guerras, injusticias, explotación de mujeres y niños, prejuicios raciales y étnicos, violación de derechos humanos, angustia y caos; existe sobrada razón para considerar que sombras oscuras amenazan la belleza y portento que el Creador desea para la Tierra. Por ende, los seguidores de Jesús Nazareno, el Cristo Redentor, usted y yo, estamos obligados a escuchar y ser motivados para satisfacer el dictado de esta cita: “¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! (Isaías 60:1). “Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz” (Efesios 5:8).

Se reafirma que “Jesús es la luz del mundo”, y el Señor proclama que Él es, verdaderamente, ese atributo cósmico divino. Lo afirma en el Evangelio de Juan 8:12, cuando exclama: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.

Una densa oscuridad empaña la ética moral y las virtudes, por lo que cristianos y gente de buena voluntad, están llamados a ver “la luz del mundo”, e intentar con esfuerzo y buena intención de que resplandezca el destello de Jesucristo. Esto podría contrarrestar el ambiente actual de corrupción y maleficios, y borrar las penumbras que escuecen las moralidades y virtudes en la sociedad dominicana.

Ver la luz de Jesús, contemplar sus cualidades, aceptar sus enseñanzas y caminar por el sendero que ha trazado para sus fieles servidores, son las acciones que demanda el momento actual.

Esos actos hay que asumirlos en espíritu y verdad; hay que realizarlos por convicción, dignidad, voluntad propia y con el poder del Espíritu Santo; hay que hacerlos para eliminar las sombras que nublan el país. Se debe orar, luchar y dar testimonio de fidelidad, buen ejemplo ciudadano, de tal modo, que se pueda establecer una atmósfera de justicia, paz, confianza, seguridad social y bienestar para todos los que vivimos en esta tierra de Quisqueya.

Telésforo Isaac

Obispo Emérito de la Iglesia Anglicana

Obispo emérito Iglesia Episcopal/Anglicana. Escribe tratados y artículos en español e inglés sobre asuntos bíblicos, religiosos y sociales. Tiene maestría y doctorado en Teología Cristiana. Enseña en el Centro de Estudios Teológicos de la Iglesia Episcopal Dominicana. Vive en Santo Domingo.

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