La palabra Estado se usa con tanta frecuencia que no deja espacio para reflexionar sobre su origen. Pocas veces las personas se detienen a pensar de dónde viene esa palabra ni qué transformaciones encierra.
En el Leviatán, Thomas Hobbes dice: “…Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello en una y la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma de tal como si cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él vuestros derechos, y autorizaréis todos sus actos de la misma manera. Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina Estado, en latín, civitas”.
No cabe duda de que la anterior es una extraordinaria reflexión, pero veamos cómo Norberto Bobbio explica en su obra Estado, gobierno y sociedad el término Estado, cuya historia resulta fascinante. La aparición de esta poderosa palabra marca un cambio profundo en la forma en que se entiende el poder y la convivencia política.
Bobbio deja claro que el concepto de Estado no nació en la antigüedad clásica, como muchos podrían creer, como lo comprueba el hecho de que ni los griegos ni los romanos usaron esa palabra para describir sus comunidades políticas. Estos pueblos hablaban de polis, civitas, imperium o res pública. Cada término reflejaba una manera distinta de concebir el poder: la polis era una comunidad de ciudadanos; la civitas, una organización jurídica; el imperium, la autoridad militar; y la res publica, el gobierno orientado al bien común. El Estado, en cambio, surge en la Europa moderna, cuando el poder se centraliza y se vuelve institucional.
Para Bobbio, con Maquiavelo primero y después con Hobbes, el Estado se convirtió en el sujeto central de la política.
Por su lado, Nicolás Maquiavelo, en "La mente del hombre de Estado", sostiene que “el Estado aristotélico no estaba solamente confinado en la ciudad, sino que se fundaba en la autarquía, es decir, el ser suficiente a sí mismo. Estos puntos habían sido considerados por Santo Tomás y Dante, extendiéndolos a todo el imperio romano, que era el único Estado soberano. Maquiavelo desvinculaba su Estado del sometimiento al imperio, poniendo como cimientos la soberanía y la fuerza que son su independencia. El Estado, entonces, es, existe y es sano cuando es libre, cuando es fuerte y soberano”.
A propósito, Bobbio recuerda que fue Nicolás Maquiavelo quien popularizó el término stato en el siglo XVI, lo que se refleja en El Príncipe, en el habla de los stati como entidades políticas con un territorio, un gobierno y una estructura de poder propia. Lo revolucionario no fue solo el uso de la palabra, sino la idea que la acompañaba: el poder ya no dependía de la persona del monarca, sino de una organización que lo trascendía. El Estado empezaba a ser visto como algo más grande que sus gobernantes, una institución que perdura, aunque cambien los líderes.
Para Bobbio, con Maquiavelo primero y después con Hobbes, el Estado se convirtió en el sujeto central de la política. Entonces, poner orden en una sociedad que, sin una autoridad legítima, caería en el caos, era una necesidad. Ese momento marca el nacimiento del Estado moderno.
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