La llegada de un nuevo miembro a la familia es una de las mayores satisfacciones que la vida puede ofrecer, sobre todo en la madurez. Hace pocos días recibí la noticia de que en breve nacerá mi segundo bisnieto, Galo. Mi primer bisnieto, Kai, con sus más de tres años, ha sido una fuente de alegría y asombro para todos con su inteligencia y energía

Sin embargo, junto con la dicha que acompaña este anuncio, viene una preocupación que no logro disipar: ¿En qué mundo vivirá mi bisnieto? ¿Qué le espera a él y a toda su generación en un futuro que se vislumbra incierto y turbulento?

La humanidad parece estar extraviando los valores que alguna vez fueron pilares de nuestra civilización. En el pasado, figuras como Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela promovieron ideales de paz y justicia que trascendieron fronteras, y sus voces resonaban en los corazones de millones.

Hoy, esos líderes han sido sustituidos por dirigentes que parecen menos comprometidos con los valores humanísticos y más interesados en sus propios intereses.

La política global se ha fragmentado y, como consecuencia, la sociedad también.

La mediocridad que nos gobierna no solo se percibe en los líderes, sino también en la sociedad misma. Hemos dejado de cuestionar, de analizar con profundidad, y nos conformamos con una perspectiva superficial de las cosas.

Lo importante, parece ser, ya no es vivir de acuerdo con principios, sino simplemente sobrevivir en un sistema que premia la indiferencia y el pragmatismo sin alma. Como sociedad, hemos perdido la capacidad de ver el mundo en toda su complejidad, y esa ceguera nos cuesta caro.

Nuestro país no está aislado de las crisis que sacuden al mundo. A nivel interno, vivimos en una relativa paz y estabilidad, pero esta se ve amenazada por una profunda desigualdad y una falta de institucionalidad que afectan nuestra vida cotidiana.

La democracia, otrora símbolo de libertad y justicia, parece estar en crisis. Países como Estados Unidos, que fueron para muchos el ejemplo moderno de democracia, están hoy divididos hasta un punto alarmante.

Las pasiones y las diferencias ideológicas, alimentadas por la ignorancia y la desinformación, amenazan con desgarrar el tejido social e institucional de una nación que alguna vez fue modelo a seguir para muchos países del mundo.

¿Será el presagio de la caída de un imperio?

La polarización y el creciente escepticismo hacia las instituciones han debilitado la democracia. Según estudios recientes, la confianza en las instituciones democráticas en muchos países occidentales está en su punto más bajo en décadas, y la participación política de las nuevas generaciones disminuye cada vez más.

Sin instituciones fuertes, la democracia se vuelve vulnerable, y eso plantea una amenaza para todos

La guerra en Ucrania, que ha intensificado divisiones políticas y tensiones geopolíticas a nivel global, es una tragedia que está teniendo consecuencias devastadoras para Europa y para el mundo.

Mientras las potencias y otros países que debían estar ajenos al conflicto participan de manera indirecta y activa.

Ellos ponen las armas y Ucrania los muertos en una guerra en que el único ganador es la industria armamentista, y quienes sufren los peores efectos son las personas inocentes, que ven su vida, su hogar y su país destrozados.

Este conflicto ha desestabilizado el mercado energético global y ha provocado una crisis alimentaria en regiones que dependen del suministro de trigo de Ucrania. El precio de los alimentos y del combustible han subido drásticamente, y las naciones más vulnerables son las que están pagando el precio.

Si el conflicto sigue intensificándose, las consecuencias serán catastróficas para el mundo entero, con un incremento en la pobreza, la inflación y el desplazamiento masivo.

Me aterra y entristece lo que esta ocurriendo en medio oriente; protagonizado por países víctimas del genocidio y la crueldad como Israel, convertido hoy en un genocida sin piedad, capaz de multiplicar con creces las atrocidades de un pueblo que a nombre de su libertad alimenta organizaciones terroristas como Hamas.

Lo irracional es cómo ese conflicto lo han llevado a una guerra regional con ciertas limitaciones, pero que en el momento más inesperado se puede convertir en un estallido que arrastre la humanidad.

La migración es otro de los grandes desafíos que enfrenta nuestra sociedad actual. Poblaciones enteras huyendo del hambre y el terror provocado por la ambición desmedida de las grandes potencias.

En República Dominicana, en particular, la inmigración es un tema de gran sensibilidad.

Nuestra nación es un país de migrantes, pero en las últimas décadas la inmigración desde Haití, impulsada por la pobreza extrema y las condiciones de violencia en ese país vecino, ha presentado desafíos complejos, sobre todo por las diferencias culturales e históricas, que alimentan prácticas politiqueras y xenófobas.

Necesitamos tratar este asunto con propiedad, en procura de combatir la mafia que fomenta la inmigración ilegal e intervenir con firmeza el mercado de trabajo. Pero hacerlo con sensibilidad y justicia, entendiendo que cada ser humano merece un trato digno.

Nuestro país no está aislado de las crisis que sacuden al mundo. A nivel interno, vivimos en una relativa paz y estabilidad, pero esta se ve amenazada por una profunda desigualdad y una falta de institucionalidad que afectan nuestra vida cotidiana.

Las estadísticas son claras: la pobreza, la corrupción y la falta de liderazgo son obstáculos graves para nuestro desarrollo. Las instituciones que deberían velar por el bienestar de todos a menudo se ven mermadas por la mediocridad y la falta de transparencia.

La ausencia de un liderazgo fuerte y visionario en nuestras instituciones públicas y en la partidocracia genera una inestabilidad que puede volverse peligrosa.
Necesitamos líderes comprometidos que prioricen el bien común por encima de sus intereses personales.

República Dominicana, al igual que el resto del mundo, necesita de una ciudadanía activa y crítica que exija transparencia y responsabilidad. Tenemos la capacidad de hacerlo, así lo probamos en la lucha contra la propuesta gubernamental de Reforma Fiscal.

Frente a este panorama, nos queda la reflexión y la esperanza. La historia nos ha demostrado que la humanidad ha sido capaz de superar momentos difíciles, pero siempre ha sido necesario el sacrificio y el compromiso de personas con principios sólidos y una visión clara de paz y justicia.

Hoy, más que nunca, necesitamos líderes con esa visión: personas que, como Gandhi o Mandela, puedan inspirar a las nuevas generaciones a luchar por un mundo mejor.

Mi deseo, como padre, abuelo y bisabuelo, es que los niños de hoy puedan crecer en un mundo donde los valores de paz, justicia y humanidad prevalezcan sobre el odio, la codicia y la indiferencia.

La humanidad ha llegado a una encrucijada, y es nuestra responsabilidad tomar el camino correcto para que las generaciones futuras puedan heredar un mundo en el que puedan vivir con dignidad y esperanza.