Esta historia comienza en una cárcel.

Marco Polo, un comerciante veneciano, había pasado más de veinte años en el lejano oriente, junto a su padre Niccolò (Nicolás) y su tío Maffeo (Mateo), y poco tiempo después de su regreso tomó parte en una de las tantas batallas que libraban Génova y Venecia y cayó preso. Es decir, en manos de de los genoveses.

Italia en esa época estaba fragmentada, dividida en pequeños estados que se hacían constantemente la guerra, y además había sido rudamente golpeada por una de las peores plagas conocidas: la peste negra, que redujo entre un treinta y un cincuenta por ciento la población de Europa. Los genoveses y los venecianos se odiaban, pero a Marco Polo no parece haberle ido mal en prisión.

Los años de cárcel que pasó Marco Polo, entre 1296 y 1299, fueron sumamente provechosos. En la prisión genovesa del Palacio de San Giorgio hizo amistad con un personaje llamado Rustichello de Pisa, un escritor que saltaría muy pronto a la fama, gracias a Marco Polo.

A Rustichello y, probablemente, a los demás presos y a los guardias, a todo el que quisiera oírlo contaría Marco Polo la historia de su vida y de sus viajes. Sus infinitos viajes y aventuras reales, irreales y ficticias. Contaría quizás o dictaría a Rustichello lo qué terminó convirtiéndose en un libro de unas trescientas páginas al que pondrían por título «Il Milione» («El Millón»), quizás por las tantas cosas que contenía o por un apodo de Marco Polo. Una edición italiana del libro se titula «Il Libro di Marco Polo soprannominato Milione» («El libro de Marco Polo, apodado Millón»).

Se dice que fue escrito en lengua provenzal o en una de esas lenguas franco italianas que ya sustituían al latín en el sur de Francia y en algunas regiones del norte de Italia. Eso no lo sabemos con certeza porque el original se perdió. Fue víctima de su éxito, un éxito que se puede considerar extraordinario para la época. Gutenberg no inventaría la imprenta de tipos móviles hasta 1440 y los libros entonces se escribían a mano, se copiaban y vendían por encargo y se prestaban, pero también se hacían lecturas públicas y algunos eran muy solicitados y no faltaban en las bibliotecas personales de las personas pudientes.

«El Millón» se difundió y se tradujo rápidamente a varias lenguas y circulaba profusamente en las cortes europeas. También se dice que en el puente Rialto de Venecia había un ejemplar, prudentemente encadenado, para que la gente pudiera consultarlo.

Entre tanta exitosa edición y tanta traducción se cambió el título y se extravió como se dijo el original, y desapareció el nombre de Rustichello. El manuscrito más antiguo que se conserva y el que se considera más apegado al de Rustichello se titula «Divisament dou monde» («Descripción del mundo»). En francés círculó con el título de «Livres des merveilles du monde» y en latín con el «De mirabilibus mundi». En español se conoció como «Los viajes de Marco Polo» y «Libro de las maravillas del mundo».

Mucha gente puso en duda la autenticidad de algunos relatos del libro y ni siquiera creyó que Marco Polo había sido capaz de realizar semejante viaje, pero la mayoría sucumbió al encanto de las minuciosas descripciones de regiones y costumbres de un territorio tan vasto y desconocido, se dejaron cautivar por la obra. Lo cierto es que se convirtió en uno de los libros de viajes más vendidos e influyentes y conocidos de la historia. Lo cierto es que el mundo no sería el mismo desde entonces. Marco Polo abrió una ventana a lo desconocido, no descubrió un nuevo mundo, pero describió con insaciable curiosidad y lujo de detalles sus maravillas. Describió su propio asombro. Y el mundo se quedó asombrado, maravillado.

Todo comenzó cuando Marco Polo conoció a su padre y a su tío a los quince años de edad. El padre se había ausentado cuando la madre de Marco estaba en cinta y regresaba entonces con su hermano después de haber pasado muchos años al servicio del gran rey de los llamados erróneamente tártaros, el célebre Kublai Khan, primer emperador mongol de la China. Ambos estaban cumpliendo una delicada encomienda, como se cuenta en la siguiente versión resumida:

«Un día el Gran Khan les rogó a los dos hermanos que regresaran donde el Sumo Pontífice de los cristianos para que le enviaran a cien buenos cristianos que le enseñaran si era verdad que la fe de los cristianos era la mejor de todas, y que los dioses de los tártaros eran demonios, y que ellos y los demás orientales estaban engañados. Los hermanos contestaron que cumplirían su voluntad, y el rey ordenó escribir una carta al Papa. También mandó que les entregaran una chapa de oro para poder recorrer todo su reino sin peligro. También les encargó el rey que, a su vuelta, le trajesen aceite de la lámpara del Sepulcro de Nuestro Señor Jesús en Jerusalén. Emprendieron entonces el regreso, pero tardaron otros tres años hasta llegar a la costa y embarcarse hacia Venecia, en el mes de abril del año de 1269.

»Cuando llegaron se enteraron de que el Papa acababa de morir, y les aconsejaron que esperaran a que nombraran un nuevo pontífice antes de volver donde el gran rey de los Tártaros. Navegaron hacia Venecia para ver a sus familias. Allí, mi padre Nicolo encontró que mi madre había muerto, y que tenía un hijo llamado Marco, con quince años de edad. Este Marco soy yo, el que escribió este libro. Los hermanos estuvieron en Venecia dos años esperando. Pero, por el temor de que el rey de los tártaros pensara que no querían volver, decidieron volver a embarcarse y me llevaron con ellos.

Fueron a Jerusalén y tomaron aceite de la lámpara del Sepulcro, como les había pedido el rey. Cuando estaban listos para partir, supieron que había nuevo Papa llamado Gregorio, quien los hizo llamar para entregarles una carta para el rey de los tártaros. Después de muchos peligros por las guerras, las nieves y las aguas torrenciales, llegamos después de tres años y medio de camino. Kublai Khan, al saber que los dos hermanos habían regresado, envió sus mensajeros con todo lo necesario para el camino.

»Nos recibió con alegría, y le entregamos la carta del papa Gregorio y el aceite. Quiso saber quién era yo y al oír que era hijo de Nicolo, me saludó complacido. En su reino crecí y aprendí sus costumbres y también aprendí cuatro diferentes lenguas. Después, él me envió a una región lejana, a la que se tardaba en llegar seis meses. Por todos los lugares donde pasaba, me informaba de tales novedades, para satisfacer la voluntad del Gran Khan. Por este motivo, durante los diecisiete años que estuve a su lado, el rey me mandó a importantes negocios del reino. Y esta es la razón por la que aprendí todas las cosas del mundo de Oriente, que serán descritas más adelante.

»Después de muchos años, quisimos regresar a Venecia, pero como el Gran Khan nos apreciaba tanto no quería que nos marcháramos. Después de muchos ruegos, el rey no pudo negarse más a los deseos de los tres, y nos dio su permiso con tristeza. Emprendimos el viaje con todo lo necesario para sobrevivir dos años. Después de las despedidas y de navegar tres meses arribamos a la isla llamada Java. Surcamos el mar Índico durante un año y medio, y al cabo de largo tiempo y muchas fatigas, llegamos bajo la bendición de Dios de nuevo a la ciudad de Constantinopla. De allí regresamos sanos y salvos a Venecia y con muchas riquezas en el año del Señor de 1295, dando gracias a Dios por librarnos de muchos esfuerzos y peligros. Yo, Marco Polo, permanecí veintiséis años en las regiones del mundo de Oriente y todo es verdadero».

Pedro Conde Sturla

Escritor y maestro

Profesor meritísimo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), publicista a regañadientes, crítico literario y escritor satírico, autor, entre cosas, de ‘Los Cocodrilos’ y ‘Los cuentos negros’, y de la novela histórica ‘Uno de esos días de abril.

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