En educación como en la música y posiblemente en muchas otras circunstancias de la vida, lo de hoy solo será posible valorarlo mañana, posiblemente cuando lo que se produce o propone se despoje de los gustos, como de las maneras de pensar y sentir, así como de las ideologías que imperan en un momento determinado.

Por vez primera, escucho la versión del concierto para violín de Tchaikovsky por Janise Jansen, bajo la dirección de Mikhail Pletnev, en el Festival de Orquesta de Verbier. Sin ser ningún especialista en lo que se refiere a la música y mucho menos, la clásica, quedé fascinado por la fuerza interpretativa de la violinista.

Si fuera de tú interés escuchar dicha interpretación, aquí te dejo su link: Tchaikovsky: Violin Concerto | Janine Jansen, Mikhail Pletnev & the Verbier Festival Orchestra

Ese concierto lo he escuchado muchas veces, Tchaikovsky es uno de los clásicos del romanticismo que inicié su apreciación cuando apenas era un niño, pues mi padre, ebanista de profesión, yo siempre he dicho, un artista de la madera, me acostumbró a oírlo, al igual que otros clásicos como Beethoven, Chopin, Rachmaninoff, Paganini, etc.

Conocido como el Concierto para violín en re Mayor, Op. 35, compuesto por Piotr Ilich Tchaikovsky, está considerado como una de las piezas más difíciles de interpretar para ese instrumento. Escrito hacia la década de los 70 del 1800, al intentar el compositor recuperarse de una depresión de la ruptura de su matrimonio con Antonina Miliukova.

En un principio, como muchas de las cosas de la vida, el mencionado concierto no fue del agrado de quienes entonces parecían tener la potestad de sancionar como buena y válida las obras que se producían entonces. Leopold Auer, para quien el compositor ofreció su estreno, lo rechazó bajo el argumento de que la obra era intocable.

Como era el mandato entonces, estas obras se escribían en lo que se conoce como movimientos; generalmente el primero y el último, rápidos; el o los del medio, por lo general, lentos. En el caso del concierto para violín referido se compone de tres movimientos: Allegro moderato, canzonetta andante y allegro vivacissimo.

Se dice, sin embargo, que el Concierto para Violín en re Mayor, Op. 35 de Tchaikovsky deja dos impresiones imborrables, la del virtuosismo inherente a él, como la belleza de sus melodías, para otros, esos mismos elementos se constituyeron en cuestiones de controversias luego de su estreno en 1881.

La gran lección de todo esto sería, entre otras cosas, entender cómo las circunstancias del momento, sobre todo nuestras maneras de comprender las cosas, los supuestos desde los cuales enfrentamos y explicamos la realidad vivida, no nos permiten valorar lo que quienes, mirando desde otras perspectivas, plantean.

Se ha dicho que la ideología es una falsa conciencia que, no solo nos pone a mirar la realidad desde una única perspectiva, sino que nos impide valorar y, más aún, asumir la posibilidad de otras maneras de comprenderla. Asumir las limitaciones con que miramos el mundo, supone una inteligencia humilde. Si es que este concepto tiene algún valor aún.

La visión o visiones imperantes del momento, las actitudes y creencias que prevalecen en una época determinada, como las tendencia o modas que la mayoría sigue, reflejando las ideas y valores dominantes de la época, se constituyen en los cristales con los cuales vemos las cosas y la vida misma.

El profesor Enerio Rodríguez siempre nos decía en el aula, el “espíritu de la época”, el llamado “Zeitgeist”, se constituye en la atmósfera de lo intelectual, cultural y moralmente posible en una época determinada. De esa manera, el valor que ello puede tener no viene de la cosa en sí misma, sino de lo que es posible valorar en el contexto.

Y es que las presuposiciones básicas, esas ideas implícitas muchas veces, que se encuentran ocultas, hasta para uno mismo, nos colocan espejuelos con los cuales miramos y valoramos las cosas, llegando incluso a lo absurdo de solo ver lo que se quiere ver.

¿Cómo protegernos del peligro que supone solo ver lo que se quiere ver, sobre todo en lo referente a cuestiones de políticas públicas?

La deliberación ética o bioética nos conduce por ese camino: darnos cuenta, hace conciencia de la posibilidad de que puede haber otras múltiples maneras de comprender los hechos, como hacer juicios sobre los mismos, sin que ello suponga asumir que todo es posible siempre y cuando se avenga a nuestra propia conveniencia.

Para quienes tienen responsabilidades de decisiones a muy alto nivel, sobre todo cuanto se trata de políticas públicas, bien les haría tomar en consideración esta realidad, dándose la oportunidad de considerar que otras maneras de comprender y sobre todo de hacer, son posibles, fortaleciendo la democracia y la cultura.

Julio Leonardo Valeirón Ureña

Psicólogo y educador

Psicólogo-educador y maestro de generaciones en psicología. Comprometido con el desarrollo de una educación de Calidad en el país y la Región.

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