En la última mitad del siglo pasado, en los países con mayores logros intelectuales, sociales y económicos se miraba con recelo a la institución del matrimonio. Eran tiempos de reivindicación del amor libre y de cuestionamiento sobre la inequidad entre los miembros de la pareja. La República Dominicana de ese tiempo era eminentemente rural y, sin postulados teóricos al apoyo de todos modos exhibía similar nivel de desconfianza con respecto a esta institución al punto que la mayoría de los nuevos nacimientos se registraban en situación fuera de matrimonio.
Franz Heinsen y Milagros Guerra, recién casados en esos años, siempre fueron buscadores de lo óptimo para sí mismos, su familia y su entorno, pero no dudaron en apostar a una institución clásica y conservadora y eso que él poseía una genuina curiosidad teórica, su apertura de espíritu, su tolerancia y su deseo de fuerzas para los más desfavorecidos lo colocaban más bien en el lado de la vanguardia.
Casi sesenta años después de haber contraído matrimonio, al momento de su deceso, la vida le demostró que había realizado la buena opción al depositar su fe y sus acciones en la defensa esta institución. Juntos siguieron los Cursillos de Cristiandad y a partir de ahí se unieron a las actividades del Movimiento Familiar Cristiano, fueron miembros fundadores de un grupo de oración llamado Las Bodas de Caná y dieron tanto de su tiempo para el Instituto de la Familia, que llegaron a dirigirlo hace unos quince años. Además, a él le dio tiempo a escribir libros relacionados con esa temática: Matrimonio (1987) y Paz Interior (1995).
Esa unión les permitió crecer como personas, apoyándose y aportando sanación a carencias pasadas y presentes. Puede decirse que, además de buenos esposos, comprometidos con su tarea común, también se convirtieron en mejores personas, elevando la vida de cada cual. También criaron tres hijos que se convirtieron en entes productivos y amorosos. Y, lo más especial, ellos supieron aceptar con elegancia y genuino amor cuando la institución matrimonial no funcionó para seres cercanos a ellos. No forzaron uniones, no defendieron la perseverancia más allá de lo sano y razonable, no fueron integristas. Tal vez porque creían en el buen matrimonio, no exigían que cada unión fuera de por vida sin ser fundados en valores compartidos.
Lamentablemente, la reproducción humana dominicana sigue realizándose fuera de los lazos del matrimonio: 86% de los nuevos nacimientos en el año 2024 cayeron dentro de esta categoría. Y es que hombres y mujeres todavía tienen muchas razones para desconfiar de esta institución. Las estadísticas de violencia conyugal son espeluznantes y se mantienen en aumento. La sumisión económica sigue siendo una realidad, aunque la legislación actual confiera autonomía financiera a las mujeres. Pero quizás el mayor motivo de desconfianza es que no hay suficientes parejas que asuman esta dimensión de la experiencia con una actitud similar a la que pusieron en práctica Franz y Milagros. Que su ejemplo sirva de motivación.
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