De no ser por la barbarización verbal del debate electivo en Estados Unidos el atentado contra el candidato Donald Trump pudiera entenderse como la nota discordante de la tradición pacifica de ese país en cuanto al ejercicio paradigmático de la democracia; sin embargo, la incontinencia del discurso incendiario de la actual campaña electoral fuerza a  interpretar ese fatal evento como una consecuencia lógica que desdice de la civilidad con que ordinariamente el pueblo norteamericano ejercita su derecho de soberanía.

El escenario injurioso y de muy escasa elegancia que arrastra el espíritu de la contienda electoral justifica la incertidumbre que permea el sosiego de la sociedad norteamericana, pues de no haber sido por el azar, posiblemente la tragedia hoy estaría salpicando a toda la colectividad, instigada por la implementación de un discurso irracional, con apariencia política, que se ha mecido entre las imputaciones penales y el insulto a la vejez, pretendiendo que esta última se transforme en símbolo de la inutilidad humana .

Ese suceso, cuyos motivos aún se desconocen, reedita el fatalismo que terminó con la vida de John F. Kennedy, trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, mortalmente herido por los disparos de un francotirador en 1963; el fallecimiento de su hermano el senador Robert Kennedy asesinado en 1968 cuando postulaba para la nominación demócrata a la presidencia de la república; y, sin adentrarnos en la mención de otros fatídicos acontecimientos similares, es obvio que no podemos soslayar la reminiscencia del último atentado contra un presidente de ese país, en esta ocasión Ronald Reagan, baleado en 1981.

Sin embargo, contrario a los motivos que generaron esos hechos hoy subyace la percepción de que las razones que estimularon el atentado en contra de Trump hay que buscarlas en los discursos destemplados que han matizado la campaña electoral, y que se han distanciado notablemente de lo que ha sido la tradición democrática en la lucha por alcanzar la Casa Blanca. La acidez del lenguaje político irradia una fisonomía preocupante, no solo para los estadounidenses, sino para el mundo, porque las lluvias que se desparraman sobre Estados Unidos, es inevitable que salpiquen la geografía general.

La grandeza de la democracia se cimenta en la solidez de las instituciones, con esa prédica los norteamericanos promueven la hegemonía de los principios democráticos en todas partes, bajo esa doctrina han logrado proyectarse como nación poderosa, y es en ese contexto que sus líderes están compelidos a adecentar sus discursos, en cualquier escenario, pues no ha de extrañarse que quienes habitan en la tierra de Luther King son seres humanos, y como tales están cargados de pasiones, de debilidades, y de otras flaquezas propias de la naturaleza del hombre, en consecuencia, se requiere mucho comedimiento de parte de aquellos que tienen la virtud de ser líderes o gobernantes, a fin de que la paz siga siendo el bien más preciado que nos acompañe siempre.