El arte de culpar. Política, poder e indiferencia

En el vasto escenario de la política, hay un guion que rara vez cambia, cuando se está en la oposición, se tiene la solución a todos los males del país; cuando se asume el poder, todas esas soluciones desaparecen como por arte de magia, y lo único que queda es el viejo y confiable recurso de culpar a los otros. Se gobierna con excusas y se gana con promesas. Es una coreografía ensayada hasta la perfección, el político opositor se presenta como redentor; el político gobernante, como víctima.

Antes de llegar al poder, los gobernantes actuales, como casi todos los anteriores, tenían un manual bajo el brazo, sabían cómo acabar con la corrupción, cómo hacer que no quedara un solo indocumentado, cómo reducir el precio de los combustibles, cómo eliminar la delincuencia siguiendo los pasos de Giuliani, cómo devolver la dignidad a la educación, la salud, la electricidad y el agua potable. En campaña, todo lo que tocaban se convertía en soluciones. En el poder, todo lo que tocan se convierte en explicaciones, en excusas vanas, en echarle la culpa al otro.

El arte de culpar. Política, poder e indiferencia

De pronto, los discursos encendidos se enfrían. Lo que antes era negligencia, ahora es herencia maldita. Lo que era incompetencia, ahora es «una situación compleja que se viene arrastrando». Como decía el refrán político moderno, «Todo el que se cae dice que resbaló, copiando a Poncio Pilatos». La culpa ya no es una consecuencia, es una estrategia a la que se le lava la cara y se le asigna una dirección, así cuando se reparte, se hace con generosidad, la culpa es de la gestión anterior, del sistema, de la oposición, de las sanciones, del clima, del mercado internacional o, en última instancia, del ciudadano que no «colabora». Desde que se inventaron las excusas, desaparecieron los culpables.

Errar es de humanos, sí, pero echarle la culpa a los demás es más de humanos todavía. La política se ha convertido en una fábrica de excusas, donde cada desacierto encuentra su responsable en otro lado. Se construyen realidades paralelas que se sostienen con ruedas de prensa, campañas de redes sociales y cortinas de humo mediáticas. «Cometer un error es de humanos, pero echarle la culpa a otro… eso es política».

La costumbre de escudarse en el pasado refleja una verdad incómoda, muchas administraciones llegan al poder sin un plan real, solo con una retórica afinada y una indignación instrumentalizada. Las promesas de cambio no son otra cosa que recursos para llegar al poder; una vez allí, todo se reconfigura bajo el signo del conformismo y la autojustificación.

El arte de culpar. Política, poder e indiferencia

Y entonces nos preguntamos, ¿Dónde quedaron aquellas fórmulas mágicas para solucionar lo insoluble? ¿Dónde está el plan para la migración, la seguridad, el crecimiento económico? ¿En qué gaveta se guardaron las promesas de eficiencia, transparencia y participación? ¿Se esfumaron junto con la voluntad? Porque reconocer errores en la gestión pública implica humildad, autocrítica y, sobre todo, responsabilidad. Pero la culpa, esa vieja herramienta de manipulación, permite sostener el poder sin dar cuentas reales. «Cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie».

La culpa colectiva se disuelve. El gobernante dice, «Nos dejaron un país destruido», y con esa frase se limpian años de inacción. Se normaliza la ineficiencia, se romantiza la resistencia, y la esperanza popular se sustituye por la resignación. En lugar de asumir que no se ha sido eficiente, se prefiere jugar al mártir. Y así pasan los años, hasta que se acerca la próxima elección y el ciclo se reinicia, con otros nombres, pero con el mismo guion.

La política actual ha reemplazado el liderazgo por la victimización, el poder por el miedo, el compromiso por la indiferencia. «El peor pecado no es odiar, sino ser indiferente». Y la indiferencia da miedo, porque crea gobiernos ciegos al sufrimiento, sordos a las necesidades y mudos ante sus propias responsabilidades y el que no esté de acuerdo es desterrado del paraíso del poder.

El verdadero fracaso de un gobierno no está en errar, sino en no asumir. No se fracasa por no cumplir, sino por no tener el valor de aceptar que no se cumplió.

Es entonces cuando surgen las preguntas que deberían interpelar, no solo a los políticos, sino a todos como sociedad:

  • ¿Cuándo aprenderemos que culpar a otros no soluciona nuestros problemas?
  • ¿Qué pasa con un país cuyo liderazgo se especializa en esquivar la responsabilidad?
  • ¿Hasta cuándo aceptaremos promesas huecas sin exigir rendición de cuentas?
  • ¿Es posible un nuevo liderazgo que tenga el coraje de decir?, «Fallamos, pero vamos a corregir»
  • ¿Cuántas veces más permitiremos que nos gobiernen los que llegaron al poder sin estar listos para ejercerlo?

La respuesta a estas preguntas no está en la política, sino en la ciudadanía. Porque mientras sigamos permitiendo que nos gobiernen a base de excusas, también nosotros estaremos cediendo nuestro poder de cambio. Y al final, ¿de quién será la culpa? ¿De ellos? ¿O de nosotros?

Esteban Tiburcio Gómez

Investigador y educador

El Dr. Esteban Tiburcio Gómez es miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Licenciado en Educación Mención Ciencias Sociales, con maestría en educación superior. Fue rector del Instituto Tecnológico del Cibao Oriental (ITECO), Doctor en Psicopedagogía en la Universidad del País Vasco (UPV), España. Doctor en Historia del Caribe en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), entre otras especializaciones académicas.

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