“Reconocer los errores, escuchar bien, defender los datos y evitar la jerga ayudará a la profesión a involucrarse”. Dr. Milton Friedman.
Apreciados Colegas:
En el interés de brindarles mis experiencias y veteranías metodológicas, tengo a bien, de manera sucinta y conceptual, desglosarlas.
Los economistas hemos contribuido durante mucho tiempo a la formulación de políticas públicas, ofreciendo análisis para orientar las decisiones sobre comercio, impuestos, regulación y estabilidad económica. En ocasiones, la experiencia económica convencional ha liderado importantes debates políticos, influyendo en gobiernos de todo el mundo.
Hoy, sin embargo, los economistas se ven cada vez más marginados. Si bien aún dominan el personal de los bancos centrales y las instituciones multilaterales, los líderes políticos tienden a priorizar la ideología y la conveniencia sobre el análisis económico. Mientras tanto, la confianza pública en los economistas se ha visto erosionada por fallos políticos de alto perfil, la creciente polarización política y los crecientes desafíos a la autoridad experta provenientes de fuentes de información nuevas y, a menudo, poco fiables.
Sin embargo, la experiencia económica sigue siendo fundamental para mejorar los resultados de las políticas. Las crisis del siglo XXI han demostrado cómo la mala gestión macroeconómica puede generar dificultades generalizadas y disfunción social, con profundas consecuencias políticas. Al mismo tiempo, los economistas han acumulado una rica evidencia sobre lo que funciona en áreas como la reducción de la pobreza, la educación y los mercados laborales. De ahí que, los economistas debemos interactuar de forma más eficaz con los responsables políticos y el público. Si no se adaptan, corren el riesgo de quedar aún más marginados en importantes debates políticos en un momento en que la experiencia económica es más necesaria que nunca.
En nuestro ámbito, los economistas aportamos herramientas esenciales a las conversaciones sobre políticas, públicas y privadas. Además, de su familiaridad con la investigación relevante y herramientas para ayudar a anticipar cómo se desarrollarán las diferentes opciones políticas.
NOTA 1.: Pero hay una razón fundamental por la que los economistas a veces podemos ser impopulares: nuestro pensamiento se basa en compensaciones y limitaciones. Los economistas explicamos que se debe elegir entre A y B, mientras que los políticos (y el público) a menudo prefieren ambas. La formulación de políticas sería mucho más fácil si pudiéramos reducir los impuestos y gastar más sin aumentar la deuda pública, contener la inflación sin subir los tipos de interés y expandir el comercio mundial sin perder empleos. Pero estas compensaciones son inevitables, aunque reconocerlas a menudo resulte políticamente inconveniente.
Los economistas debemos, a veces, entronizar esta mentalidad. Necesitamos estar presentes en las conversaciones sobre políticas porque esto conduce a mejores decisiones. Y quienes toman las decisiones deberían querer escuchar estas realidades; después de todo, nadie realiza una compra o inversión personal importante sin sopesar los costos. Incluso si consideraciones no económicas determinan la decisión final, los líderes informados sobre las desventajas económicas estarán mejor preparados para enfrentar las críticas.
La reticencia de los responsables políticos a aceptar las duras verdades no es la única razón por la que se ha marginado a la experiencia económica. Algunos problemas son obra de los propios economistas. Abordarlos puede ayudar a preservar y aumentar la influencia de la experiencia económica en la formulación de políticas. Hay cuatro maneras de hacerlo: Reconocer los errores y aprender de ellos, escuchar las preocupaciones de la gente, defender los estándares de integridad de los datos e interactuar de forma más eficaz con los políticos y el público.
1- Aprendiendo de los errores:
El escepticismo público sobre la economía convencional no es infundado. La profesión se ha asociado en ocasiones con dificultades evitables. Antes de la crisis financiera de 2008, la mayoría de los economistas tardaron en reconocerla. Incluso, después de que se hiciera evidente, muchos subestimaron cuánto desestabilizaría su colapso el sistema financiero en general.
El aumento de la inflación postpandemia ofrece un ejemplo más reciente. Muchos economistas dieron demasiada importancia a los factores transitorios y subestimaron la persistencia de la inflación. Sin duda, las causas fueron complejas y variadas, y choques como la guerra de Rusia en Ucrania fueron imprevistos. Sin embargo, en países donde la demanda excesiva fue un factor contribuyente, diferentes decisiones de política económica podrían haber mitigado el aumento de la inflación.
Es discutible cuánta culpa merecen los economistas, pero la pérdida de confianza pública es real. La respuesta correcta no es descartar los marcos económicos, sino aclarar cómo se aplicaron incorrectamente. En el caso de la crisis financiera, ese trabajo ya se ha realizado mediante una amplia investigación sobre las fallas del mercado, la regulación mal diseñada y los comportamientos que impulsaron la toma de riesgos. Comprender la inflación pospandémica es un proceso continuo y debe seguir siendo una prioridad.
En términos más generales, los economistas no debemos permitir que el miedo a la rendición de cuentas, ni los sesgos políticos, los obstaculicen. El debate sobre la inflación, por ejemplo, se ha visto empañado por la ideología, lo que dificulta la obtención de conclusiones objetivas. La transparencia, la apertura a la revisión y el análisis honesto de la evidencia son las mejores maneras de demostrar que la economía sigue siendo una disciplina vital.
2-Escuchando las preocupaciones
Los economistas también debemos tomar en serio lo que dicen las personas. La reacción negativa contra la rápida integración de China al comercio global es una advertencia. La teoría económica sugiere que los trabajadores desplazados encontrarían nuevas oportunidades. Sin embargo, muchos no pudieron o no quisieron mudarse debido al costo de la vivienda, los lazos sociales u otras barreras. Estas fricciones contribuyeron a una disrupción más persistente y a una reacción más negativa de lo previsto.
De igual manera, la reacción pública al aumento repentino de la inflación a principios de la década de 2020 sugiere que los costos de este episodio superaron lo que predeciría el pensamiento económico estándar. Las investigaciones han demostrado que la inflación impone grandes costos cognitivos debido a la atención necesaria para evaluar si los precios y los salarios son justos y la necesidad de ajustar los planes financieros. Afirmaciones como "los salarios tienden a mantenerse al ritmo de la inflación" pueden ser ciertas en promedio, pero ocultan variaciones importantes. En muchos países los salarios aumentaron más rápido para muchos trabajadores de bajos ingresos a principios de la década de 2020, pero las ganancias distaron mucho de ser universales.
Reconocer estas preocupaciones no significa abandonar los principios económicos. Significa incorporar una comprensión más matizada de cómo las personas experimentan el cambio económico. Ignorar estas preocupaciones debilita la credibilidad de los economistas y reduce la probabilidad de que las buenas ideas políticas se afiancen.
3- Integridad de los datos
Un sello distintivo de la investigación económica es el uso riguroso de los datos, y los economistas deben mantener esos mismos estándares de integridad al participar en el debate público. El auge de las redes sociales, junto con un mejor acceso a datos y herramientas de visualización, ha facilitado que todos, incluidos los economistas, utilicen indebidamente las estadísticas para reforzar argumentos débiles.
Sin embargo, ceder a la tentación de ganar argumentos de esta manera en el momento corre el riesgo de socavar la confianza en el análisis económico a largo plazo.
El uso informal de los datos también puede debilitar la confianza en las estadísticas oficiales. Señalar una discrepancia entre una serie gubernamental y otra fuente sin reconocer las diferencias en metodología, cobertura o definiciones puede dar la falsa impresión de que los indicadores oficiales son defectuosos o están manipulados. En una época en la que las agencias estadísticas se enfrentan a crecientes presiones políticas y presupuestarias, este tipo de comparación descuidada pone en riesgo la disponibilidad continua de datos gubernamentales imparciales y de alta calidad.
4-Participación eficaz
Los economistas debemos reconocer que las políticas que consideran óptimas pueden no serlo, en el contexto de las consideraciones más amplias que intervienen en el proceso político. En esos casos, los economistas deberíamos ofrecer alternativas que respeten dichas consideraciones. La flexibilidad no implica renunciar a los principios, sino reconocer las realidades del gobierno.
Los economistas también necesitamos comunicarnos con claridad. La jerga técnica puede proyectar un aura de experiencia o excluir a los no expertos del debate, pero no es una estrategia sostenible para influir. De ahí que, los economistas deben usar un lenguaje sencillo y gráficos de fácil lectura y comprensión. La simplicidad es accesibilidad, no condescendencia.
Finalmente, los economistas debemos dirigirnos al público en general, no solo a los responsables políticos. Los políticos responden a sus electores. La profesión debe ganarse la confianza del público si su asesoramiento pretende moldear las políticas, y eso implica utilizar los canales y herramientas que llegan a todos.
En resumen, apreciados colegas, los economistas nunca seremos universalmente populares, ni deberíamos aspirar a serlo. Nuestra función es proporcionar un análisis riguroso que mejore las decisiones, no decirle a la gente lo que quiere oír. Pero para seguir siendo influyentes, debemos admitir errores, escuchar mejor, defender los datos y comunicarnos, entre sí, eficazmente. Los responsables políticos necesitan experiencia económica, incluso cuando se resistan a escucharla. El desafío no es hacer que la economía sea popular, sino hacerla relevante, accesible y respetada en el debate político.
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