“Han tenido que transcurrir más de dos milenios, desde aquellos tiempos en que los antiguos griegos inventaron la noción de paidea, para que la idea de la educación durante toda la vida, cambiara, pasando de ser un oxímoron (una contradicción en sus términos) a un pleonasmo (algo parecido a mantequilla mantecosa o hierro metálico). (Zygmun Bauman: Sobre la educación en un mundo líquido).

 

Todo el transcurrir del siglo XXI eclosionó como fuente primigenia, la economía del conocimiento, como sinergia de la información y del conocimiento, al tiempo que la aceleración y velocidad de la irrupción de la tecnología, como signo vital de este tiempo, ocupaba su lugar y la dimensión de su espacio.

La economía del conocimiento tiene como soporte medular la mente. El cerebro, el plus nodal de esta época, en su máxima expresión y punto neurálgico de diferenciación, de decantación entre el trabajo manual y el trabajo mental. La ventaja comparativa que puede tener un país, a través de su materia prima, sería interesante, empero, no suficiente para convertir una nación hacia el desarrollo. Se requiere transformar la materia prima en agregado de valor, es la metamorfosis singular de la competitividad.

La competitividad solo se logra a través del talento humano, que somos nosotros. Sin embargo, ese talento tiene que estar revestido de conocimientos, habilidades, experiencias, destrezas y comportamiento. Es la inexcusable respuesta por obtener una educación de calidad, que, como eje transversal, como círculo virtuoso, es lo que más acerca a los ciudadanos en los territorios y canaliza el potencial de más y mejores ingresos, con trabajos más polivalentes.

La educación de calidad, que es eje sine qua non de la economía del conocimiento, precisa para un apalancamiento significativo de:

  • Factor Exógeno (El capital cultural, cultura familiar, capital social y cohesión social).
  • Factor Endógeno (Infraestructura, condiciones ambientales y calidad de los docentes, en una proporción más elevada que los demás factores internos.

Si no tenemos una educación de calidad no podremos lograr la economía del conocimiento como sociedad, pues esta “es la que utiliza la información como elemento fundamental para generar valor y riqueza por medio de su transformación y conocimiento”. Ello hace que la economía del conocimiento relieve como elemento vital: la investigación y desarrollo, la alta tecnología, la informática, las telecomunicaciones, la robótica, la nanotecnología.

La economía del conocimiento absorbe y trasciende, hasta cierto límite, el capital intelectual; y, todo ello, se recrea en un capital intangible. Es tan grandilocuente la economía del conocimiento que hoy los seres humanos más ricos pertenecen al mundo de la información, de la tecnología y, de paso, regentean las empresas más exitosas, más acaudaladas del mundo.

República Dominicana requiere repensarse. Aprovechar esta CAMPAÑA ELECTORAL, para hablar del Informe de PISA 2023, para hablar del Foro Económico Global y su Índice Global de Competitividad, para verificar cómo andamos en el Ranking de Doing Business, esto es, la facilidad de hacer negocios, de qué nos dice el Banco Mundial de los cinco obstáculos para hacer negocios en nuestro país. Vale decir, vamos a ser más consecuentes con el país y abordemos los problemas fundamentales y no darle rienda suelta al populismo, a la posverdad. Se trata de asumir un respiro de largo alcance para que con visión nos adentremos a los problemas estructurales que nos permitirán obtener un crecimiento con desarrollo.

El Foro Económico Mundial nos dice que “la competitividad es el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de una economía”. Idalberto Chiavenato nos señala que la competitividad “es cuando un país en condiciones libres del mercado obtiene y vende en mejores condiciones que sus competidores”. La economía del conocimiento como estela de una nueva reconfiguración en toda la dimensión, es lo que permea la verdadera competitividad. Transformación de la información, de los datos, agregando valor al producto o servicio, donde la computación, los softwares, la disrupción digital, se constituyen en el baluarte principal de la dinámica económica, social, institucional y cultural.

Foro Económico Global en su más reciente Índice de competitividad nos dice que escalamos 22 posiciones respecto año pasado, saltando del escalón 104 al 82. Mientras más cerca del 1 se encuentre, más competitivo es ese país. En la región, el país, que estaba en el nivel 16 de 19 países, ha llegado al 12 de 21 países. Todo ello, con un universo de 142 países a nivel global.

Actualmente, la República Dominicana ocupa la 66 economía del mundo, por volumen del PIB y el PIB per cápita alcanza 9,707 euros, esto es, US$10,800 dólares, llegando al puesto 80 de 194 países en el Índice de Desarrollo Humano. Nos encontramos en el Ranking 115 de 190 países en el Doing Business, esto es, el índice que mide la facilidad para hacer negocios. El Banco Mundial, recientemente, nos auscultó y dibujó el escenario dominicano, diciéndonos que tenemos cinco obstáculos para el clima de negocios. Ellos son:

  • Educación.
  • La informalidad laboral.
  • El sistema eléctrico.
  • La carga impositiva.
  • La simplificación del sistema impositivo (sistema tributario).

La educación, per se, es mucho más que el marco formal del aparato escolar. En esta época de cambio y de cambio epocal “las organizaciones, como nos dice David Martin Díaz, se transforman de un modo muy rápido y la capacidad de adaptación que la persona tenga en ese entorno es esencial para conservar su empleabilidad. Así que tenemos que trabajar competencias clave como la propia gestión del cambio, la gestión de la incertidumbre, la capacidad de aprendizaje permanente”. Tenemos que asumir la cultura del principiante, de la necesidad de ser curiosos, hacer la tarea y tener pensamiento crítico, audaz, no importa frente a quien estemos. La incondicionalidad no es un requisito de este tiempo. Allí donde la velocidad del conocimiento desmembra cualquier aprendizaje de ayer. Es la necesidad imperiosa de aprender a desaprender y desaprender para volver a aprender, en el cambio constante de conducta.

El Informe PISA 2023 divulgado el 5 de diciembre nos sitúa en una mejor posición que en el 2015 y el 2018 en matemáticas, ciencias y lecto escritura. En el 2015, promedio 342. En el 2018, promedio de 326. Ahora, en el 2023: 357.77. Esto es en matemáticas. En el 2018: 342 en lecto escritura, 16 puntos menos con respecto al 2015. Veamos el cuadro, donde se expresa la diferencia y variación porcentual relativa:

Seguimos estando por debajo de la media de la región y muy por debajo de la OCDE. Sin embargo, es plausible que mejoramos en este año, simbología vital para encaminarnos hacia la buena política, para que los factores fundamentales de la sociedad sean asumidos con compromisos ciertos, con visión y responsabilidad. La sociedad dominicana ha de apelar a los actores políticos para que coadyuven a un mayor nivel de fortalecimiento institucional y no a la fragilidad, a generar una mayor cuota de confianza y credibilidad, propiciando una mejor y mayor ética. Todo ello, con la mirada a disminuir más pronunciadamente la pobreza y la desigualdad

Cómo hacer frente a la informalidad laboral y la necesaria reforma de la seguridad social y al anquilosamiento de la inversión en salud (1.8%, del PIB). Estamos a tiempo de evitar una fractura social. Urge un apalancamiento dando un golpe de timón que propicie un desarrollo más integral, más inclusivo. Esta campaña electoral ha de demandar una nación donde la modernidad y postmodernidad no sean ejemplos exquisitos de varios ciudadanos. Allí donde el crecimiento se apuntale como eje alineado directamente a todos y a todas y no como expresión de excepción.

En esta transición de los matices, como vemos, se requiere seguir empujando en la manera de pensar y de actuar de la partitocracia dominicana. Como nos dicen, lo que se hace se mide y lo que se mide se puede evaluar, para avanzar, justamente, hacia una sociedad más pigmalión, proactiva y positiva. Apoderemos como país la esperanza, que el miedo y la incertidumbre no nos acogoten y que el optimismo con decencia sea la antorcha para seguir con RANKINGS tenues, empero, con la osadía, la utopía y la distopia al mismo tiempo.

Ya tan lejanos como en 1949 y tan cercano a la realidad, Norbert Wiener, nos señalaba “Si combinamos el potencial productivo de una fábrica con la capacidad de análisis del ser humano, en la que se basa nuestro actual sistema fabril, nos encontramos a punto de vivir una revolución industrial de una crueldad sin precedentes. Si queremos salir ilesos de este periodo, tenemos que estar dispuestos a basarnos en los hechos y no en las ideologías de moda”.