Por reclamos de muchos de nosotros y decisión del Gobierno, Pedernales ha sido puesto en modo turismo.

Consiste en un fenómeno social de carácter global que no es malo en sí. Es fuente de divisas duras y resulta culturalmente enriquecedor. Pero entraña serios riesgos que deben de ser controlados, si no se desea la anarquía generalizada y daños irreversibles a la comunidad. Y, por lo que veo y siento, en el pueblo mío del sudoeste extremo  no estamos en actitud preventiva. Nada de discernir respecto de tan urticante tema.

El turismo no implica ipso facto prosperidad económica para las personas. Mucho menos equivale a  bienestar general, desarrollo humano. En la actual coyuntura de emociones que vive la provincia, pocos reparan en ello. Grave.

Nos ponemos temprano en la ruta del abismo insondable por la actitud acrítica frente a tal proceso social; la aceptación a ciegas de discursos neoliberables enmascarados de revitalización, amor al prójimo y solución a nuestras viejas carencias socioeconómicas.

Al borde del despeñadero, sin retorno, somos empujados por la perversidad de una cantaleta cursi sobre nuestras maravillas naturales, como recurso de ocultamiento de la  realidad que ya nos da duro (drogas, inseguridad, caos en el tránsito, presión migratoria local y extranjera, arrabalización con la creación de enclaves como Friusa, en el paraje de Bávaro, distrito turístico Verón-Punta Cana, provincia La Altagracia; contrabando fronterizo, sepultura de los valores tradicionales, malísima gestión del espacio urbano).

Luce que en Pedernales, pese a la condición de comunidad receptora de un turismo incipiente, nos hemos puesto anteojeras para ir como los mulos, espoleados, en la dirección que dicte el dueño…

Que existimos de espaldas a las experiencias indeseadas en la formación de otros desarrollos turísticos en el territorio dominicano, como Puerto Plata, Punta Cana-Bávaro, Boca Chica, Juan Dolio, Bayahibe. Nos pasan los días lejos de reflexionar sobre el creciente mal de la turismofobia en Barcelona, Roma, Venecia, Toronto, Berlín, Buthan y Nueva Orleans, como si estuviéramos vacunados contra ella.

Ni pensamos en las consecuencias del fenómeno de la turistificación, que ya nos toca, con la conversión de cuanta vivienda exista en alojamientos para turistas o en sitios para esparcimiento o comida. Ni reparamos en lo insufrible para las familias que viven hace muchas décadas en el centro de la ciudad, por la contaminación sónica y el tráfico vehicular. Tampoco nos enteramos del encarecimiento de la vida, las tierras y la vivienda hasta volverse inalcanzables para los bolsillos de los nativos tradicionales.

Nada ha sido fortuito. La eterna desinversión por parte del Gobierno y el sector privado arrinconó a los pedernalenses; arrancó su esperanza y les convirtió en seres vulnerables.

Así que unos optaron por vender a precios devaluados sus viviendas y solares en lugares céntricos para irse de la comarca, o mudarse a la periferia, o, ilusionados por las promesas de enriquecimiento, convertirlas en negocios cuyo éxito depende de variables externas incontrolables.

Salvo que unamos voluntades y trabajemos por un destino turístico diferente, llegará, no muy tarde, el momento en que solo podrán vivir allí quienes tengan los bolsillos llenos de dólares. Los demás, “los nadie”, a la periferia. O marcharse abrumados por la tristeza.

Proviene de esa convicción nuestro permanente clamor para que nos apoderemos y celebremos el turismo, si se lo merece, pero desde una mirada crítica, escrutadora, que evite un final infeliz.

Nuestra sistemática exigencia solitaria del frente marino (ahora en proceso) partió de esa convicción sobre los pros y contras del turismo, no de intereses particulares en  la escena. Igual que el reclamo de un acueducto real para el municipio Oviedo, que pese a su larga existencia y en su territorio construyen ahora el aeropuerto internacional del proyecto de desarrollo turístico- jamás ha tenido servicio de agua potable adentro de las viviendas. Ya Cabo Rojo, centro del proyecto, en solo cuatro años tiene acueducto, alcantarillado y planta de tratamiento.

Igual que la demanda sin descanso de la construcción del tramo de 50 kilómetros la carretera que conecta al municipio Pedernales con Puerto Escondido, Duvergé, por la Sierra de Baoruco. La extensión de las redes eléctricas hasta el distrito municipal José Francisco Peña Gómez (Aguas Negras, Mencía, La Altagracia, Los Arroyos Negras). Hace un mes que comunitarios de esa zona agrícola por excelencia, en el Baoruco, recolectaron dinero y repararon ellos mismos una pequeña hidroeléctrica para producir energía y alumbrarse un poco durante las noches.

Nuestra convicción sobre la necesidad de un turismo diferente, de mínimo impacto social, nos ha llevado a reclamar viviendas de bloques y cemento para todos, un centro cultural, un edificio para oficinas públicas, una cárcel para seres humanos, no para cucarachas.

Hemos exigido el alcantarillado pluvial y sanitario, con planta de tratamiento de aguas residuales. Además, un relleno sanitario para los desechos sólidos, la puesta en vigor del mil veces prometido  9-1-1 y la urgente necesidad de una carretera del sur como nos merecemos, no un trillo diabólico como el actual.

Reclamamos el nombramiento de médicos especialistas en el hospital, pero que vivan en el pueblo (no que vayan de visita, como sucede con una parte). El centro debería estar habilitado, al menos, para resolver fracturas de brazos, piernas y costillas, y un infarto al miocardio.

En Pedernales urge un despertar bajo la racionalidad y la mirada crítica, para gritar a voz en cuello: ¡Equilibrio en la balanza!

Bien que aplaudamos una y otra vez las obras turísticas (yo lo hago), pero muy mal que seamos indiferentes ante la gran deuda social acumulada del Gobierno con nosotros. Sin saldarla, sin sufrir y luchar por el colectivo, no habrá turismo bueno.

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

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