La mañana del sábado 31 de mayo comenzó con una entrega especial del programa Contrapropuesta, que se transmite como de costumbre a las 7:00 a. m. por Teleuniverso, canal 29.
En el aire no se percibía premura ni artificio: solo tres voces en armonía, entre preguntas profundas y respuestas serenas, compartiendo reflexiones que parecían sacadas de un viejo cuaderno de filosofía existencial.
La conversación giró en torno a una reciente entrevista concedida por el expresidente uruguayo José «Pepe» Mujica. Sus palabras, pronunciadas con la vehemencia tranquila de quien ha vivido intensamente y ya no necesita agradar, tocaron un nervio esencial de nuestro tiempo. La primera cita que se puso sobre la mesa marcó el tono del diálogo: «¿Cuándo soy libre? Cuando me escapo de la ley de la necesidad».
Esa declaración, potente y sencilla, fue el punto de partida para una profunda reflexión sobre el sentido de la vida, el tiempo, la libertad y el consumo. Se resaltó cómo el sistema actual impone una lógica en la que las personas trabajan cada vez más para comprar cosas que no necesitan, lo cual conlleva perder lo único que nunca recuperarán: el tiempo. En esa carrera, se sacrifica la vida misma.
También se analizó cómo Mujica, desde su forma austera de vida, encarnó esa libertad interior que tantas veces se predica, pero que pocos practican. La coherencia entre su pensamiento y su forma de vida se consideró un acto de rebeldía en una sociedad que idolatra la apariencia y el exceso.
En un momento del programa, se recordó una frase cargada de una verdad cruda: «Yo no quiero que a mi hijo le falte nada. Sí, pero pelotudo, le faltás vos, porque nunca tenés tiempo para tu hijo». Con ella, Mujica desmantela la idea moderna de «proveer» como sinónimo de «amar», cuestionando la cultura del sacrificio vacío que deja a los hijos llenos de objetos, pero huérfanos de afecto.
El diálogo fue tomando matices más filosóficos cuando se abordó la admiración de Mujica por la naturaleza y su identificación con el estoicismo. Esta corriente de pensamiento, surgida en tiempos de profundas crisis políticas, encuentra en Mujica un heredero contemporáneo. Como los antiguos estoicos, él no propone aislarse del mundo, sino comprometerse con él desde una perspectiva de sobriedad, justicia y libertad interior.
El análisis se extendió hacia la problemática medioambiental. Mujica advirtió que, si toda la humanidad consumiera como los europeos, el planeta necesitaría tres veces su tamaño para sostenerse. Este estilo de vida basado en el derroche, afirmó, es insostenible. La conclusión fue clara: la sobriedad no solo es una opción ética, sino una necesidad ecológica.
También se abordó la crítica que Mujica hace a la política moderna. No porque desprecie la democracia, sino porque considera que se ha vaciado de contenido cuando quienes ejercen el poder carecen de formación, experiencia o sensibilidad social. Dijo que el Estado no falla por sí mismo, sino quienes lo administran sin preparación, sin cultura cívica ni humanidad. La democracia, planteó, es aún el mejor sistema que hemos construido, pero necesita profundas revisiones para responder a la complejidad actual.
Uno de los momentos más íntimos del programa fue cuando se habló del amor en la vejez. Mujica, con su franqueza habitual, definió el amor a su edad como una «dulce costumbre», como la forma más profunda de combatir la soledad. No se trataba de una confesión romántica, sino de una celebración tranquila de la vida compartida, de la rutina cuidada y de la ternura diaria.
La conversación, aunque se desarrolló con calma, no fue complaciente. Mujica también reconoció sus errores, como no haber hecho lo suficiente para erradicar el hambre en un país que produce alimentos de sobra. Esa autocrítica no fue interpretada como un acto de debilidad, sino de humanidad.
A medida que avanzaba el programa, este iba más allá de un análisis para ofrecernos un espacio para pensar con lentitud, en contracorriente del vértigo cotidiano. Fue un ejercicio de pausa, una invitación a mirar con honestidad nuestras prioridades, nuestros hábitos y nuestra forma de aprovechar el tiempo.
Antes de finalizar, se recuperó una última reflexión de Mujica: «No quiero perder tiempo pagando cuotas; quiero gastarlo en lo que amo». En esas palabras quedaba condensado todo el sentido de la charla: la urgencia de reconquistar la vida con pequeñas elecciones libres y conscientes, y no con grandes gestos.
Así concluyó la edición de aquel sábado. Sin alardes ni promesas, solo con la convicción de que sembrar ideas —como decía Mujica— es un acto político en sí mismo. Quizás nadie lo note de inmediato. Pero, en medio del ruido, sembrar es ya un gesto de esperanza.
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