Vuelvo sobre un tema que siempre se hará nuevo y pertinente. ¿Cuál sociedad y cuál escuela? El 31 de octubre del año pasado también me preguntaba sobre ¿cuáles sujetos? Insisto intentando aportar nuevos elementos para la reflexión a propósito del llamado del presidente al través del Decreto 365-23 declarando la educación preuniversitaria como de alta prioridad.
No existe la menor duda de que los y las estudiantes son los sujetos fundamentales de la educación básica. Sin ellos no habría necesidad de construir planteles escolares, como tampoco habría necesidad de formar profesionales que se ocupen de su desarrollo y aprendizajes; sin ellos, ¿qué sentido tendría la escuela?
El desarrollo social y económico trajo consigo la necesidad de la escuela, pues era necesario desarrollar las competencias y habilidades necesarias en la población a fin de echar hacia adelante toda la maquinaria productiva. Desde una perspectiva crítica Althusser hablaba de la escuela como uno de los aparatos ideológicos del Estado, para referirse a su rol como integradora a las relaciones sociales predominantes en un momento histórico determinado.
Históricamente, la formación del capital humano fue un factor de interés junto con los avances tecnológicos en el transcurso de la industrialización. La manera cómo se manifestó la formación en capital humano fue diversa, en algunas regiones del mundo con la alfabetización y desarrollo de la educación formal, en otras, con el desarrollo de oficios, o de ambas maneras al mismo tiempo. Una y otra forma han convivido a lo largo de mucho tiempo. La complejidad de su desarrollo es lo que ha conducido a la definición de los sistemas educativos actuales en lo que respecta a la educación básica, la formación técnico profesional y la formación superior. Tres ámbitos que en nuestro país aún no encuentra su convergencia, siendo éste el propósito del llamado “marco de cualificaciones” que pretende responder a este reto, entre otras cosas. La base de toda esa estructura y proceso lo constituye la educación básica, que en nuestro caso envuelve los niveles inicial, primario y secundario, pues en ella, se deben desarrollar las competencias básicas consideradas fundamentales para la vida: leer de manera comprensiva, dominar los elementos básicos de las matemáticas y pensar lógicamente, como aprender las competencias ciudadanas necesarias para la vida en sociedad. Por más de 30 años el país se ha abocado al desarrollo de una educación básica de calidad. Ése ha sido el propósito de los planes decenales de educación y muchas otras iniciativas.
Con la desaparición del régimen trujillista y con ello, la “descuartización” del aparato industrial desarrollado entonces y el abandono del modelo educativo propio del trujillismo y muy a pesar de los esfuerzos de los primeros gobiernos balagueristas por el desarrollo del modelo de industrialización centrado en la sustitución de importaciones y con ello, la recuperación del aparato industrial, el país arropado por la crisis de los años ochenta terminó configurándose principalmente como una economía de servicios, que no supone necesariamente, el desarrollo significativo de su capital humano. Eso explica en parte la existencia de unos altos índices históricos de analfabetismo real y funcional que siguen imperando en la sociedad dominicana.
¿Cuál o cuáles son nuestras aspiraciones como sociedad? ¿Hacia qué modelo de desarrollo nos queremos encaminar? ¿Cuál es el nivel de conciencia que los sectores sociales y de poder tienen respecto a este problema? En términos de la formación del capital humano ¿cuáles son las expectativas del sector comercial de la economía y cuáles las del sector industrial tanto nacional y de zona franca, como también el fuerte sector financiero nacional y extranjero, y cuáles la del sector agropecuario, entre otros? ¿En un mundo globalizado y en transición a maneras aún desconocidas como el que vivimos, con la irrupción del desarrollo tecnológico sin precedentes y con una población creciente empobrecida, pero atada como todos a las características del mercado de consumo que nos arropa ¿de cuál educación estaríamos hablando como respuesta?
Miles de jóvenes buscando el éxito en sus vidas y nuevas maneras de cómo agenciárselo, parecen encontrar respuestas en los deportes, en la música, y en muchas otras maneras no convencionales, que la realidad de soy les ofrece y permite. ¿Qué le ofrecemos a ellos? ¿Cuál es el tipo de educación que las nuevas generaciones requieren y necesitan? Sin ser especialista en el tema, ni mucho menos, reconozco la complejidad del tema.
Mientras, y desde la educación ¿cómo evitar volver a pensar en la ella y en el sistema educativo nacional desligándolos de las características sociales y económicas de la sociedad y el mundo en que vivimos? En la realidad local vivida y en el mundo global en que estamos insertos, la necesidad de pensar en cuáles sujetos y cuál escuela no puede soslayarse. Vivimos una época de grandes cambios y transformaciones, sobre todo por el desarrollo del conocimiento científico y las tecnologías que obligan a repensar la educación en su totalidad.
Más de 30 años de reformas de la educación básica, si partimos de los esfuerzos realizados desde principio de los años noventa, sin considerar los anteriores; cuantiosas inversiones realizadas e ineficientemente manejadas, no han sido capaces de dar respuestas a lo que nuestros niños, niñas y jóvenes adolescentes y la sociedad demanda.
¿Seguiremos apostando a otras reformas sin antes ponernos de acuerdo en el país que queremos? El tiempo nos dirá si no fue otra cosa que terminará siendo “más de lo mismo”.
Solo como un intento, quizás ingenuo dirían algunos, termino por el momento con las palabras de los niños, niñas y adolescentes que, a propósito del Pacto Nacional del 2014, ellos plantearon sobre la escuela que sueñan e imaginan:
“Imaginan su escuela como lugar para aprender con alegría y así comprender el mundo que los rodea; que cuente con amplios espacios, en contacto con la naturaleza, con facilidad de acceso para todos sin importar sus limitaciones físicas o cualquier otro tipo. Una escuela que sea bonita, limpia, ordenada, debidamente equipada, que incorpore habitualmente el juego, el deporte, el arte y el acercamiento a la tecnología; donde prime el afecto. En definitiva, una escuela que sea orgullo y ejemplo para su comunidad y el país”.
Con estas palabras sabias de nuestros niños, niñas y adolescentes, quizás debiéramos iniciar a repensar la sociedad desde la educación o, por lo menos, tomarlas en cuenta. Hagamos del llamado presidencial una oportunidad para repensar el sistema educativo en toda su estructura y desde él prefigurar la sociedad que queremos.