Un buen amigo me pidió que dedicara el primer artículo de este nuevo año a las perspectivas de la economía. Complicada tarea porque lo más fácil es equivocarse haciendo predicciones. En 1929, por ejemplo, la Sociedad Económica de Harvard declaró que una depresión estaba fuera del rango de probabilidades. Poco tiempo después iniciaba una de las peores crisis económicas de la historia.
Dicho esto, es mejor jugar en el lado seguro y para eso están circulando en los últimos días dos informes que nos hablan de las perspectivas para el país: uno de la firma calificadora de riesgo Standard and Poors (S&P) y el otro de la prestigiosa firma inglesa The Economist. Además, en vista del complejo de Guacanagarix que nos caracteriza, a veces se pone más atención cuando alguien dice las cosas en inglés.
Por un lado, The Economist estima que el crecimiento estará más cerca del 4% por “el limitado desarrollo de la capacidad industrial y los bajos niveles de inversión en habilidades (capital humano) e innovación que restringen el crecimiento potencial.” Por otro lado, S&P piensa que el sector turismo es el que va a empujar la economía de ahora en adelante y, al igual que el Fondo Monetario Internacional, entiende que el crecimiento volverá al entorno del 5%.
Ambos informes resaltan la continuidad de las políticas económicas como una de las principales fortalezas del país. Es decir, la política macroeconómica es básicamente la misma en los últimos treinta años y esto ha permitido una economía de alto crecimiento, baja inflación y en la que los políticos han puesto la estabilidad macro como el principal objetivo de las políticas públicas. También se resalta que no existe polarización ideológica en los partidos políticos.
Lo que el mercado asume es que independientemente de quien gane, el país seguirá haciendo más o menos lo mismo: independencia del Banco Central, manejo fiscal conservador, políticas pro-empresas y amigables al mercado. Si ha habido cambio, no ha sido en el manejo de la política económica. Precisamente esto es lo que más ha contribuido a las mejoras en la calificación de riesgo.
Se alaba el hecho de que la inflación se haya colocado ya en el rango meta del Banco Central. Sin dudas tomó tiempo. Está más que documentado que existen importantes rezagos en la política fiscal y monetaria, es decir que toma tiempo entre el momento en que se adoptan las medidas y el instante en que dichas políticas empiezan a tener impacto.
No es casualidad que el político y economista norteamericano George Schultz, quien no solo fue el Secretario de Estado del Presidente Reagan sino también Secretario del Tesoro, Director de Presupuesto y Secretario de Trabajo del Presidente Nixon, dijo lo siguiente: “Lo que para un economista es un rezago, para un político es una pesadilla.”
Aquí está la clave de un buen estadista: debe mantener el curso, como bien lo dijo el propio Schultz en un famoso discurso de abril de 1971 titulado “Prescripción para la Política Económica: constante a medida que avanzas (steady as you go).” Esto no es fácil porque la lucha contra la inflación tiene altas y bajas. Pero hay que mantener el curso y esto fue lo que se hizo.
S&P resalta las rigideces del Presupuesto (alta carga de intereses, por ejemplo); y la baja ejecución de la inversión pública, la cual ha ayudado a mantener déficits razonables y la deuda controlada. Pero esto claramente es insostenible en el tiempo.
The Economist entiende que las elecciones presionarán a un mayor déficit fiscal, algo a lo que le asigno una baja probabilidad. El Gobierno se jugaría su credibilidad si utiliza el Presupuesto con fines electorales. El tiempo dirá.
En resumen, en términos macroeconómicos parece que este será un año aburrido, con un crecimiento mayor al 2023 y con inflación controlada; y con tasas de interés que irán bajando en caso de que ocurra lo propio en Estados Unidos. Tal vez esto último suceda hacia final del primer semestre o a inicios del segundo. Aunque esto vendría acompañado de un poco más de volatilidad en el tipo de cambio.
El gran reto después de las elecciones es pasar reformas estructurales que sirvan de plataforma para aumentar el potencial de nuestra economía: reformas como la laboral, la de pensiones y seguridad social. Ni hablar del sector eléctrico, al cual The Economist le asigna una alta probabilidad de no superar la crisis histórica. ¿Y la Reforma Fiscal? Eso viene, ambos informes lo dicen clarito.