Jesús el profeta de Nazaret de Galilea fue vilmente clavado en una cruz en el Calvario, una colina en Jerusalén llamada Gólgota. Él fue enterrado dignamente en un sepulcro por servicio bondadoso que prestaron dos fariseos: José de Arimatea y Nicodemo. A los tres días después, el crucificado y sepultado Jesús fue visto por María Magdalena y otras mujeres, quienes informaron a los discípulos del Maestro de la singular novedad a Simón Pedro, y Juan; éstos fueron al lugar donde fue inhumado, y certificaron que la tumba estaba vacía; pero no vieron a Jesús.
En el Evangelio según San Lucas 24:13-35, y también en San Mateo 16:12-13, está la narración de la experiencia de dos discípulos que caminaron y conversaron con Jesús, en el trayecto desde Jerusalén a Emaús, a once kilómetros de distancia. Las singularidades de esta narración están señaladas en los seguimientos de este artículo.
Dos seguidores de Jesús que fueron testigos de lo ocurrido con su maestro volvían tristes y desilusionados a sus hogares por todo lo que había pasado el viernes anterior a ese domingo, mientras caminaban por el largo trecho, se le acercó un personaje, y los acompañó, mientras escuchaba la queja y su desolación, por lo que había pasado en Jerusalén.
El discípulo llamado Cleofás y posible su mujer, narró lo que había sucedido con Jesús de Nazaret, “que era profeta poderoso en hechos y palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo los jefes de los sacerdotes y las autoridades lo crucificaron”. (Hechos 24:19-20). Los tres caminaban, conversando, y Cleofás lamentaba la desgracia; pues, “se tenía la esperanza de que crucificado Jesús, sería el que había de liberar a la nación de Israel”. (Lucas 24:21). Pero, dijo que, a pesar de la victimización, había un hálito de esperanza, porque algunas mujeres que están con los discípulos los han sorprendido con la información de que ellas fueron de madrugada al sepulcro y como no encontraron el cuerpo, suponen que Jesús está vivo.
El acompañante de los dos discípulos escuchó el relato atentamente del lamentable caso; y Jesús, entonces comenzó a dar importancia y complementos a la conversación, diciendo: “lo que tenía que sufrir el Mesías antes de ser glorificado”.
Cuando Cleofás y su compañera llegaron a su casa con Jesús, el misterioso, elocuente, y sabio intérprete de la profecía acerca del Mesáis; fue invitado a quedarse con ellos, porque era tarde. Ya acomodados en el hogar, cuando estaban sentados a la mesa, Jesús “tomó en sus manos el pan y habiendo dado gracias a Dios, lo partió, y se lo dio a sus anfitriones. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús”.
Dar las gracias a Dios al partir el pan es un acto simbólico y de profundo sentimiento de gratitud, de la presencia de la unidad mística y de fervor espiritual. Caminar, conversar y compartir pan consagrado con Jesús es ,en verdad, un especial privilegio del creyente religioso.
Compartir esta nota