En la Catedral Primada de América, el 9 de junio, resonaron cantos de amor y fe. Diez jóvenes dominicanas, vibrantes y llenas de vida, sellaron su compromiso como vírgenes consagradas del Camino Neocatecumenal, en una ceremonia presidida por el arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco Ozoria Acosta, en el marco del Día de la Madre de la Iglesia. Ante cientos de fieles, Yuderka Alcántara Martínez, Paloma María Cosme Rosario, Abigail Marian González Paulino, Eimi Mercedes Miliano Vargas, Katherine Gabriela Rosario Carela, Larissa Isabel Feliz Ferrand, Leticia Peña Kranwinkel, María Fernanda Muñoz Estévez, María Massiel Pineda Rodríguez y Patricia María Shanlatte Pérez dieron su “sí” a Cristo, el Esposo eterno que nunca falla.
¿Qué es una virgen consagrada?
Ser virgen consagrada es un acto de amor radical, un compromiso que trasciende lo cotidiano para abrazar lo eterno. Según el rito del Ordo Consecrationis Virginum, estas mujeres, consagradas por el obispo diocesano, eligen la virginidad perpetua como signo de su unión esponsal con Cristo. Viven en el mundo, pero no del mundo, dedicándose a la oración, el servicio y la misión eclesial. Su castidad es un amor fecundo que engendra vida espiritual; su pobreza, una confianza absoluta en la providencia; su obediencia, un eco del “hágase” de María.
Jóvenes, preparadas, enamoradas
Estas diez mujeres son un reflejo del alma dominicana: jóvenes, formadas, hermosas en su entrega. Son profesionales, estudiantes, hijas y hermanas que, un día, escucharon el susurro de Cristo en sus corazones y respondieron con valentía. Enamoradas de un Hombre de 33 años, Jesús, que las conoce en su profundidad y nunca las defrauda, han dejado atrás proyectos y seguridades para seguirlo. En sus rostros brilla la alegría de saberse elegidas, una certeza que las sostiene en la soledad, el combate y la misión.
Un día para María, un día para la Iglesia
La ceremonia, enmarcada en el día de la Madre de la Iglesia, evocó la presencia de María, la primera consagrada, cuya fidelidad al pie de la cruz inspira a estas mujeres. En la Casa Arquidiocesana María de la Altagracia, estas jóvenes han discernido su vocación, acompañadas por la comunidad y el carisma itinerante que las impulsa a ser signo de santidad en el mundo. La liturgia, impregnada de cánticos y símbolos como la cruz y el anillo, fue un testimonio vivo del amor esponsal de Cristo por su Iglesia, celebrado con emoción por familiares, catequistas y hermanos de comunidad.
Un faro para la sociedad dominicana
En un mundo que a menudo valora lo efímero, estas mujeres son un faro de esperanza. Su entrega desafía las lógicas del éxito y el individualismo, mostrando que la verdadera plenitud se encuentra en el amor a Cristo. Su vocación, vivida en la cotidianidad del servicio humilde y la oración silenciosa, es un recordatorio para la sociedad dominicana de que la santidad es posible aquí y ahora. La vida consagrada es un misterio de fe que transforma no solo a quien lo recibe, sino al mundo entero. Invitamos a todos, especialmente a los jóvenes, a conocer sus testimonios y a preguntarse: ¿y si Cristo me llama a mí también?
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