Cada minuto, millones de mensajes, videos y audios se comparten a través de dispositivos móviles, facilitando que la desinformación se propague a una velocidad sin precedentes. Según un estudio reciente de la Universidad de Oxford, el 70% de los usuarios globales de internet carece de habilidades para distinguir con claridad entre noticias reales y falsas. Esta crisis digital tiene nombre propio: Brainrot, una epidemia moderna que mantiene a la humanidad sumida en ciclos de consumo superficial y acrítico de información. De acuerdo con el Informe Digital Global de abril de 2024, más de 5,44 mil millones de personas en todo el mundo utilizan internet, una cifra que aumenta la urgencia de abordar el problema. En América Latina, la situación es particularmente delicada: la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) estima que más del 60% de las empresas de la región con presencia en línea no aprovechan plenamente las herramientas digitales, mientras que un 38% de la población opta por no acceder a internet pese a contar con cobertura en su zona. Esta brecha no solo implica rezago tecnológico, sino que abre la puerta a la proliferación de campañas masivas de desinformación, fenómeno que ya ha afectado la estabilidad social y política en países como Brasil, Argentina, Guatemala, Ecuador y Colombia, especialmente en contextos electorales.

Pero Brainrot no se limita al plano de la desinformación; en 2025, esta amenaza ha evolucionado hasta convertirse también en un poderoso malware de carácter adaptativo que pone en jaque infraestructuras esenciales. Según el Instituto Latinoamericano de Seguridad Cibernética (ILSC), el 43% de las grandes empresas de la región ha sufrido al menos un incidente grave vinculado a esta variante de software malicioso en el último año. La República Dominicana no es ajena al problema. El Centro de Ciberseguridad del Caribe (CCC) reporta un incremento del 29% en los intentos de ataque dirigidos a vulnerar plataformas financieras y sistemas de pago, lo que coincide con un aumento notorio en la adopción del comercio electrónico y los servicios digitales. Incluso se han documentado casos en hospitales públicos donde la manipulación de servidores de registro de pacientes ha generado retrasos en la atención médica, dejando en evidencia el impacto real y tangible sobre la vida cotidiana de la ciudadanía.

Por otro lado, el Observatorio de Amenazas Digitales Globales (OADG) advierte que la sofisticación de Brainrot no reside únicamente en su capacidad para robar información, sino en su facultad de adaptarse velozmente a entornos de seguridad cada vez más sólidos, gracias a algoritmos de inteligencia artificial. Las estimaciones del Banco de Desarrollo Tecnológico Regional apuntan a que los costos mundiales asociados a este tipo de amenazas cibernéticas podrían superar los 380 mil millones de dólares para finales de 2025. Las principales afectaciones se dan en sectores críticos como energía, telecomunicaciones y salud, pero también en ámbitos donde la desinformación puede tener efectos demoledores, como los procesos electorales y la gobernabilidad.

La raíz del problema se agrava por la falta de inversión significativa en ciberseguridad. Diversos informes y consultoras internacionales señalan que solo alrededor del 0,9% del PIB regional se destina a la protección de infraestructuras críticas y a la formación de profesionales especializados. A pesar de ciertos avances legislativos y la creación de entidades como el CCC, la realidad es que el ritmo acelerado de adopción digital supera con creces los esfuerzos en defensa cibernética. Esta disparidad pone en evidencia la necesidad de políticas públicas más robustas, que incluyan la colaboración internacional, la transferencia de conocimientos técnicos y la promoción de programas educativos en línea para combatir la brecha digital.

Si algo demuestra la expansión de Brainrot es que la ciberseguridad trasciende lo meramente tecnológico y se convierte en un tema social y económico de gran envergadura. Gobiernos, academia, sector privado y ciudadanos deben asumir la responsabilidad de formarse y cooperar en la protección de redes e infraestructuras, pero también en el fomento de una cultura crítica ante la información que consumimos y compartimos. Ignorar esta amenaza implicaría seguir alimentando un ciclo de vulnerabilidad que puede desembocar en crisis aún más profundas, tanto en América Latina como en el resto del mundo. La experiencia reciente sugiere que el costo de la inacción no solo se medirá en pérdidas financieras, sino también en la erosión de la confianza social y el debilitamiento de las instituciones democráticas, justo cuando más necesitamos fortalecerlas para enfrentar los retos que se avecinan.

Jimmy Rosario Bernard

Tecnólogo y educador

Catedrático universitario, investigador, Doctor en Ingeniería Informática por la UPSAM de España, experto en Cybercrimen Forensic Investigator y Certified Network Defense Professional (Ethical Hacking). Ha publicado numerosos artículos y trabajos de investigaciones en revistas científicas e indexadas y en congresos nacionales e internacionales. Director del Instituto Global de Educación a Distancia (IGED) y coordinador de un grupo de inquietos en República Dominicana, llamado Materia Gris.

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