La arquitectura no es solo infraestructura: es una política del cuidado. En este mes de la arquitectura, se nos invita a reflexionar sobre los espacios que construimos y habitamos. Pero la arquitectura más esencial no siempre es de concreto; es la que ejercemos cada día sobre nuestra propia existencia.

Habitar es un verbo que encierra un universo de significado: va desde el hábitat que nos protege hasta la vida que decidimos construir dentro de nosotros mismos. Habitar es el primer paso para convertirnos en arquitectos de una vida con sentido. Implica ocupar un espacio de forma significativa, hacerlo nuestro, personalizarlo, cuidarlo, mantenerlo y establecer con él una relación íntima, cargada de nuestras experiencias y emociones.

El filósofo Heidegger afirmaba que “habitar” es la manera fundamental de ser del humano. No es una acción más entre otras, sino la esencia misma de la existencia. No primero existimos y luego habitamos: existimos habitando. “El ser humano es en la medida en que habita”, decía, recordándonos que la plenitud se alcanza cuando habitamos de manera auténtica.

Si habitar es una acción íntima y sostenida de cuidado, ¿qué puede ser más íntimo que nuestro propio cuerpo? Habitar el cuerpo representa un concepto revolucionario en esta era de distracciones constantes. Significa cultivar una presencia plena, bajando la conciencia de la cabeza al cuerpo para sentir la respiración, los latidos del corazón y las sensaciones en la piel. Supone reconocer y aceptar sus límites y potenciales sin juzgarlo como un objeto ajeno. Requiere una escucha activa de sus señales —cansancio, angustia, hambre, dolor o placer— entendiendo que no es una máquina, sino un aliado con el que dialogamos. Y se manifiesta en un cuidado amoroso a través de la alimentación, el movimiento y el descanso, que constituyen el mantenimiento continuo de nuestra morada corporal.

Habitar la vida es construir significado, no limitarse a transitar los días. Es apropiarse del presente

Quien no habita su cuerpo, lo abandona; lo trata como un instrumento, y esa desconexión es la raíz de muchos malestares físicos y emocionales.

Habitar la vida es construir significado, no limitarse a transitar los días. Es apropiarse del presente, estar, dejando atrás la ansiedad del futuro o el anclaje en el pasado. Es vivir experiencias valiosas —relaciones que nutran, aprendizajes que expandan, arte que conmueva— y abrir ventanas hacia nuevas conexiones con los demás y con el mundo, permitiendo que entre luz nueva y aire fresco. Y, sobre todo, es aceptar las grietas, entendiendo que las imperfecciones, las pérdidas y los fracasos forman parte de la estructura única de nuestra existencia.

El verdadero desafío arquitectónico comienza por habitar nuestro cuerpo, esa morada que nos acompaña desde el primer hasta el último aliento. Desde ese lugar de presencia y cuidado, podremos proyectarnos hacia el mundo y habitar nuestra vida con plenitud.

EN ESTA NOTA

Lilliam Fondeur

Médica

Obstetrician / Gineco-Obstetra/ Experta en Infertilidad / Conferencista / Educadora Sexual /Derechos de las Mujeres. Especializada en la ginecología con énfasis defensa de los derechos de las mujeres. En 1999, obtuve mi especialidad de Gineco-Obstetra. Estudié Mujeres y Salud en la Universidad Complutense de Madrid 2014. Los medios de comunicación se han convertido en la tribuna por excelencia para la difusión de mi mensaje hacia la promoción de los derechos de las mujeres, dentro de ellos los derechos reproductivos y sexuales. Publico la columna “Mujeres y Salud” en el periódico El Nacional, y en adición, más de diez periódicos digitales nacionales e internacionales difunden mis artículos.Participo en el programa radial “Sólo para mujeres”, y en la Cadena de Noticias “SIN” con la sección “La Consulta “. Autora del Libro “Las Hijas de Nadie” y de más de 10 publicaciones médicas. He sido directora de la Dirección Materno Infantil y Adolescentes del Ministerio de Salud 2014-2016.

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