No conozco muchas canciones que mencionen la palabra abrazo; creo que en una, Juan Gabriel canta algo del tipo "Abrázame muy fuerte". No es extraño que el Divo de Juárez los reclame. Sin embargo, hay quien prefiere abrazar un árbol antes que a su prójimo, pero, si lo pensamos con calma, no debería sorprendernos tanto. ¿Cuántas personas (¿si escribo «esposas, novias, amigas» sería etiquetado como un machista trasnochado?) aclaran con vehemencia que: no te pegues tanto, hace mucho calor; me arrugas mi ropita nueva; acabo de peinarme… Mientras que un árbol, pobre, no puede defenderse del cariñoso pulpo.
Tree hugging, le llaman a este nuevo ¿deporte, pasatiempo, afición? de abrazar árboles. Tree hugging, así en inglés suena más bonito, aunque la mitad no lo entienda… y la otra, menos. La idea nació en los lejanos bosques de Finlandia y lo importante, por supuesto, es conectarse con la naturaleza.
Tan común se ha vuelto esta práctica que hasta tiene su propio campeonato, que es, modestia aparte, de carácter mundial. El último estaba previsto para finales de agosto, en la Laponia finlandesa. Por más que busqué información, no encontré nada sobre los ganadores, pero eran tres las categorías: el abrazo rápido, había que abrazar muchos árboles, pero con cuidado; el abrazo dedicado, calidad en 60 segundos, sin pasarse ni del tiempo ni del afecto y, por último, el abrazo creativo. En años pasados, hubo quien pensó que la poesía era otra manera de abrazar y leyó un par de poemas; cuáles, ni idea, pero lo veo recitar aquello de verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas, y por eso se habría llevado las palmas.
Tree hugging se ha convertido en una práctica global con beneficios emocionales y físicos
Eso sí, para qué subrayar lo positivo que es fundirse con un árbol en un abrazote. Los organizadores y todos sabemos los beneficios físicos y emocionales; aunque nos raspe un poco la piel si nos pegamos mucho al tronco, los aromas que este suelta son estupendos: olor a pino, a hierba húmeda, etcétera. Es más, si a uno lo miran feo, con cara de hazte para allá, brazo largo, o si se es tímido, este amigo silencioso, además de darnos oxígeno, nos transmite vida con discreción, fuerza con sensibilidad… Lo importante, lo esencial, lo fundamental, es estrechar el vínculo entre humanos y árboles, más allá de lo simbólico.
Ahora bien, ignoro si esta competencia tenga algo que ver con la historia de Abubakar Tahiru, un africano que en menos de una hora abrazó a más de un millar de árboles en un bosque de Alabama. Esto sucedió en 2024 y le valió una mención en el Guinness. Abubakar, que creció en una zona rural de Ghana, donde aprendió a valorar la vida silvestre, dijo que lo más difícil fue moverse rápidamente entre los árboles, sin dejar de dar abrazos con todas las de la ley. Supongo que cuando iba en la «prestación» ochocientos ochenta y ocho, ya todo le parecía repetitivo y cansado, por más que cada abrazo sea único e irrepetible. A fin de cuentas, le acreditaron 1,100, le dieron su diploma y lo inscribieron en el libro de los récords.
Por otro lado, la Asociación Mundial de Abrazar Árboles, cuyo nombre oficial es World Tree Hugging Association, habla de reacciones químicas (que no cómicas), pues el acto de abrazar libera oxitocina, hormona que se relaciona con el amor, la calma, el contacto…
El vínculo entre humanos y árboles va más allá de lo simbólico
No voy a negar el compromiso de los abrazarbolistas con la naturaleza, pero si quisieran una dosis triple de adrenalina, deberían adentrarse en los bosques ocupados, o debería decir borrados, por los persistentes talamontes. En la Amazonia habrá uno que otro, pues las organizaciones medioambientales no dejan de alarmarse y de alertarnos sobre la deforestación en aquella esquina verde. El afecto de estos cortárboles excede al abrazo, se acerca más a conceptos como crimen, corrupción, dinero rápido.
En fin, yo, en lugar de lanzarme al abrazo arbóreo, actividad que tampoco podría hacerse en mi país, pues los cactus, mezquites, nopales y demás flora que brota del estereotipo de «lo mexicano» son delicadamente espinosos, sin olvidar a los mañosos malhechores, que, como los del Amazonas, se encargan y se cargan a bosques y curiosos. Por eso, se me ocurre algo más sedentario, como escuchar a José Alfredo Jiménez, con la esperanza de alcanzar el sueño mientras canta eso de: «Yo me volví a meter entre tus brazos, tú me querías decir, no sé qué cosa, pero callé tu boca con mis besos y así pasaron muchas, muchas horas… ».
Compartir esta nota