Juan Bosch, presidente histórico, al llegar al poder, tuvo la visión de comprender que para el desarrollo del país debía haber profesionales y técnicos con los conocimientos académicos-científicos actualizados. En efecto, en 1963, docenas de jóvenes fueron enviados a diversas universidades e instituciones culturales en diferentes países. Acompañado de tres compañeros banilejos de infancia, fuimos destinados a Brasil, uno para San Pablo y tres para Río de Janeiro.
Este país, bajo la presidencia de João Goulart, vivía realmente una revolución cultural a nivel de la música popular, entre otros, con Chico Buarque, Nara Leão, Maria Bethânia, Vinicius de Moraes, Edu Lobo; el Cinema Novo con Glauber Rocha y su estética del hambre, Nelson Pereira, Carlos Diegues; la educación de adultos con Paulo Freire y su pedagogía del oprimido. En 1964, la rancia oligarquía, los militares todavía en las cavernas, las jerarquías más conservadoras de la iglesia católica y el imperialismo norteamericano le dieron un golpe de Estado a Goulart a nombre del anticomunismo. Vivimos todo el proceso de represión, oscurantismo, abusos y arbitrariedades de los militares golpistas y sus cómplices políticos hasta que concluimos la carrera de sociología en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro al final de 1968.
Durante mi estadía, fueron impactantes e inolvidables las relaciones con Paulo Freire, el filósofo y pedagogo más original en la historia de América Latina, y la figura imponente de Monseñor Hélder Câmara, arzobispo emérito de Olinda en el nordeste brasileño, el cual hoy recordaremos.
Nació en Fortaleza, Recife, el 7 de febrero de 1909, se consagró como sacerdote en 1931 y se fue a reunir con el Señor el 27 de agosto de 1999, a los ochenta años de edad. A pesar de que nació y creció en la región de más pobreza, hambre, explotación e injusticia del Brasil, veía con placer a la Acción Integralista brasileña, organización de la ultraderecha más conservadora y recalcitrante del Nordeste, con expresiones en otros territorios de Brasil en esa época.
Buscando la justicia social, la paz y el bienestar social de los pobres, su convivencia con los campesinos, los sindicatos y las favelas lo transformó, lo radicalizó, lo tornó subversivo para las élites gobernantes, sin importarle las consecuencias. Por eso, cuando lo nombraron obispo, asumió actitudes contestatarias en la búsqueda de la justicia social, la defensa de los derechos humanos y asumió como teólogo la legitimización de la teología de la liberación junto con Leonardo Boff y Jon Sobrino.
Durante mi estadía, fueron impactantes e inolvidables las relaciones con Paulo Freire, el filósofo y pedagogo más original en la historia de América Latina, y la figura imponente de Monseñor Hélder Câmara, arzobispo emérito de Olinda en el nordeste brasileño
Fue de los fundadores de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, la cual asumió una actitud crítica frente al Golpe de Estado militar a João Goulart en el 64, denunciando los abusos y represiones, en defensa de los derechos humanos y la justicia social. La reacción de los militares fue ver a don Hélder como un enemigo, simpatizante comunista y un arzobispo descarriado, peligroso; incluso la intolerancia y persecución llegó a los niveles más irracionales, cuando incluso hubo intentos de asesinarlo.
Fue delegado del episcopado brasileño al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Estuvo presente en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Colombia en 1968, la realizada en Puebla, México, en 1979 y en Santo Domingo en 1992, en la cual tuve el privilegio de saludarlo y conversar un poco con él después de más de diez años de ausencia.
Participó en el Concilio Vaticano II y fue uno de los proponentes y asignatarios del “Pacto de las Catacumbas”, cuando 40 miembros de la iglesia católica celebraron la eucaristía en las catacumbas de Domitila en Roma. Con este pacto se comprometieron los presentes a “caminar con los pobres, asumiendo un estilo de vida sencillo y renunciando a todo símbolo de poder”.
Desde hacía tiempo, don Hélder había tomado el camino de la lucha y de la búsqueda de la justicia. El 15 de agosto de 1967 fue uno de los relatores y firmantes del Manifiesto de los 18 obispos que apoyaron el llamado valiente del papa Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio, en la cual de manera atrevida y temeraria expresaba que “los opresores del mundo de los pobres, llamados a sustituir el capitalismo y promover el verdadero socialismo”.
Dejó numerosos artículos sobre su visión teológica y su acción evangelizadora. Entre sus libros, recuerdo “El Evangelio de Don Hélder”, “La Revolución de los Economistas” y “La Revolución no violenta”.
Fue de los fundadores de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, la cual asumió una actitud crítica frente al Golpe de Estado militar a João Goulart en el 64, denunciando los abusos y represiones, en defensa de los derechos humanos y la justicia social.
En reconocimiento a su trayectoria de vida, fue nombrado Doctor Honoris Causa por más de una docena de universidades, entre las cuales, como ejemplo, tenemos a Harvard, la Sorbona, la de Salamanca, la católica de Río de Janeiro. Fue propuesto cuatro veces como candidato al Premio Nobel de la Paz, pero como él era la paz, nunca se lo dieron porque él era el premio.
Conocí a don Hélder en una conferencia que ofreció en la Universidad Católica de Río de Janeiro, donde yo estudiaba la carrera de Sociología. Hicimos amistad y un día me invitó a desayunar. No lo podía creer, pero él era extraordinariamente sencillo. Fue un desayuno para el recuerdo, donde, entre otras cosas, me contó que un Jueves Santo expresó a su feligresía: “Abstinencia, eso debe ser para los ricos; el que hoy de ustedes encuentre carne, cómasela, porque tienen meses de abstinencia”. ¡Ese era don Hélder! Él quería saber mil cosas sobre nuestro país.
Al fallecer, la Iglesia católica lo designó “Siervo de Dios” e inició el proceso de beatificación. Increíblemente, la Iglesia Episcopal Anglicana del Brasil se adelantó y lo incluyó en su calendario de santos, siendo su festividad el 27 de agosto, el día que se fue a reunir con el Señor.
Don Hélder estaba por encima de las definiciones e intereses políticos, por eso dijo en una conferencia: “Cuando doy comida a los pobres, llámenme santo; cuando pregunto por qué ellos son pobres, llámenme comunista”. Para mí, ¡realmente es un santo!
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