Le envié a principios de julio una invitación para la Fiesta del Libro y me respondió que estaba en Esmirnia, Turquía. Esa fue la última vez que supe de José Rafael Lantigua, ahora ido.

Hace tiempo que me hice la promesa de dejar que mis amistades queridas se vayan sin muchas palabras. Son ya tan frecuentes, que mejor dejar que otros escritos saquen lo  “que toda la luz”, “que buen viaje”, y otras imágenes obligatorias.

Cuando me enteré de tu partida, José Rafael, sentí un país más pequeño, una ciudad con menos amantes de los libros, una isla con menos bibliotecas, menos angustias por oler la tinta de las obras nuevas, por chapotear en los océanos de las páginas, últimas tablas de salvamento en esta marejada de bytes que nos ahogan.

José Rafael Lantigua

Ahora sólo me queda desenrollar algunas alfombras y sin aladinos a la vista. Que si todo fue en el Nuevo Diario, en Última Hora, en el Listín. Que si en tus oficinas de la Bolívar, en el malecón, ya todo ministro. Sé de algunos coliseos donde nos tiramos como gladiadores, aunque en verdad tú siempre asumiste dejar que las cosas se cayeran por su peso, en no dejarte apesadumbrar, con esa fineza de patriarca aldeano que todo lo sabe y todo lo deja.

El libro dominicano, los editores, los libreros, toda esa tropa variopinta que saca el libro del naufragio, tiene una gran deuda contigo, José Rafael. ¿A quién se le ha visto tan feliz en todas esas librerías tan perdidas? Podríamos recordar desde el Rinconcito de los Libros, la Librería Hostos, la Blasco, la Cultural Dominicana, la Lope de Vega, como se recuerdan animales de la infancia, algún viaje a Disneylandia. Y por ahí habías pasado tú, querido José Rafael, como tantos de nosotros.

La “Biblioteca” tuya fue el único espacio donde siempre se acogieron nuestras publicaciones. Mientras el mundo cultural dominicano hacía mutis de ellas, hasta el segundo de hoy, lamentablemente, en tus maquinillas u ordenadores nuestros libros siempre se recibían con atentas lecturas, a veces hasta con alegría. Mientras a los escritores les resultaba como un clavo caliente el tema de Cielonaranja, tú sabías que todo lo que salía por ahí era letra buena, necesaria, única, como pan salido del horno. Sin ti no hubiésemos tenido las "Obras completas" de Pedro Henríquez Ureña, verdadero golpe en el ojo a esa legión de mediocres que hasta ahora ha seguido reclamándote por qué yo, y tú diciéndoles, que es por ser el único en poder lograr esa empresa, como se hizo.

De verdad que fuiste único, querido José Rafael.

Me hubiese gustado decírtelo o comentártelo, pero lo más seguro es que lo hubieras cogido a sorna, a cuerda, porque muchas veces me ha pasado con mi alegría, que trata de ser auténtica, que ya no es digerible en medio de este ejército de chupamedias que nos doblega desde los ministerios, con sus pastores y belenes.

Pero nada. Que ya no estás. Que somos menos. Que te recordaremos como un gran, grandísimo lector y comunicador, que es algo así como “déjame seguir leyendo”, que sé es lo que más tú quisieras.

Miguel D. Mena

Urbanista

Editor, docente universitario y urbanista

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