Escribir sobre la labor propia o la ajena tiende a ser complejo y con decir complejo es como admitir que es una limitación y a la vez un reto. Habrá otros términos a emplear, es probable.
El hecho de que se “escriba” no significa más que eso, escribir e igual que abordar los procesos escriturales o mejor dicho los resultados, es decir, la obra acabada para su publicación no por su calidad intrínseca, que es lo que debería primar en la cabeza de quien escribe y publica, que debería antecederle la palabra: meditación, y no: “escribirla” y a la calle.
Las publicaciones del país se desenvuelven en lo anterior, son como la brisa entre las hojas del árbol pero que ni por asomo osan mover el tronco, solo las hojas, las ramas tiernas y al olvido. La escritura actual dominicana es la que abunda como verdolaga o algas marinas, adoleciendo de ese cáncer en la sangre, pero no la que vociferaba F. Nietzsche, que debería escribirse con la sangre, que solo la mención de la palabra sangre exige meditación. En su mayoría esa prosa carece de profundidad, la profundidad es efectismo. Se publican obras de poesía, novela, cuento, y una vez publicadas a divulgarse como noticia de primera plana y para ello siempre hay un “crítico” que va a demostrar que el autor es un genio (pobre palabra), que “sabe de lo que escribe”, y que la obra en cuestión nunca se había escrito, que es fruto de la pluma de un genio de un heredero de Cervantes, cuando lo real es que tal autor no posee ni la más mínima idea de lo que dice que escribió, por una sola razón, su falta de criterio por excelencia, de rigor y cuidado. Con desvarío de grandeza y publicidad hasta por los codos como noticias del imperio no se escribe nada que valga la pena.
Los resultados no lo determinan las pasarelas, sino el meditar humedeciendo la página en blanco en la estrategia de psique. La falta de meditar el oficio concluye en impulsos arrojados al ruedo del polvo del olvido, que lo único que tiene a su favor es la novedad, cual sea el tema, sin ningún aprendizaje o conclusiones válidas sobre el objeto de la creación que le pueda servir a sí mismo, a otro, a ese otro yo crítico. Lo que hay que tener en cuenta es que escribir es un ejercicio de movimientos centrífugos que alcanza hasta lo que no llega a escribirse de la “realidad” en que se vive.
Meditar el oficio no tiene que ver con la prisa del reconocimiento a tiros limpios, que no son tiros limpios nada, sino estrategias de mucha espuma y poco chocolate. Ser escritor no es aspirar a un cargo legislativo, que después de repetir (en el caso del escritor los libros publicados) llega la pensión. La pensión del que presenta una obra es la calidad intrínseca al trabajo en la lengua y sus sombras, bajándole algo a los delirios de publicidad y al yo escritor, cuando en el fondo, allá, muy cerca de usted, todo escritor sabe sus limitaciones, que son las que tienen que meditar.
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