Para poder comprender el objetivo del presente artículo, se requiere precisar con claridad el contexto histórico del principal escenario: El capitalismo es el sistema de la burguesía. Ella sustenta su poder político, económico y social porque es dueña de los medios de producción. Para poder existir y mantenerse, impone la dictadura burguesa que genera a su vez lucha de clases con los trabajadores, representados por su máxima expresión, el proletariado. Aunque existe la pequeña burguesía, el término medio en cuanto a su formación socioeconómica es un absurdo: es Juan o Juana. Recorre en estos tiempos, siempre bajo su sello de clase, entre democracia y dictadura. Por tal razón, se transita en la democracia, estamento jurídico y político que le permite gobernar, imponiendo su dominio y control.

El poder político se alcanza en la democracia a través de las elecciones. Para que no se olvide, es uno de los tipos de gobiernos del sistema capitalista. Se puede conquistar por otras vías, violentando el orden constitucional establecido para continuar con el proceso democrático, instalando una dictadura, o profundizar el curso histórico y darle paso al inicio de una nueva sociedad.

Los revolucionarios latinoamericanos y caribeños han empezado a comprender y trillar el camino de la democracia, después de combatir dictaduras militares sangrientas y violadoras de derechos humanos y libertades públicas. Muchos tienen experiencias muy marcadas por el tránsito llevado a cabo por sus respectivas sociedades. Otros, como nosotros, apenas tenemos seis décadas bregando con los procesos electorales y elecciones. Los resultados han sido aleccionadores y deprimentes.

Distorsionar la participación en los procesos electorales y en las elecciones y aislarse del juego de la democracia son los errores característicos de las izquierdas y los progresistas. O andan mal acompañados, ni saben votar o continúan ladrándole a la luna. La dinámica productiva en materia política significa involucrarse de manera permanente en los supuestos cambios institucionales. Para criticar y presentar soluciones a la incapacidad, superficialidad y derroche de recursos públicos. Que no logran llenar las expectativas creadas con sus campañas mediáticas.

En la democracia, el poder político se construye en las calles, en los medios de comunicación y a nivel interno, creando consciencia política en las instituciones partidarias. El litoral de las izquierdas y los progresistas abarca un espacio extenso debido a que sus áreas del quehacer son muy variadas y están enfocadas a especialidades orientadas al trabajo social y popular, sindical, profesional, comunitario, estudiantil, entre otros. En muchas de estas actividades, los partidos tradicionales ejecutan sus labores políticas. Pero a ellos les va muy bien, por la razón sencilla de que los convencen para votar por sus dirigentes del sector y al mismo tiempo comprometerlos con sus entidades partidarias en elecciones nacionales, congresuales y municipales.

Por el contrario, los revolucionarios nada más logran convencer de manera limitada al carecer de proyecto electoral creíble dentro de la democracia. Y así en todo. Como si la revolución estuviera a la vuelta de la esquina.

Real y efectivamente, las izquierdas no están en condiciones de participar en la democracia, en sus procesos electorales y sus elecciones. No conoce el valor del voto, su dinámica funcional, y la desconoce olímpicamente para inclinarse ante los partidos mayoritarios o mantener un discurso fuera de época y tiempo. Sus logros hasta ahora han sido trabajar en sus gobiernos preferidos, corruptos y serviles al poder norteamericano, y simultáneamente levantar consignas, solidaridad y relaciones con administraciones estatales-revolucionarias y progresistas en países hermanos. Violando el principio de la impenetrabilidad que impide estar en dos lugares al mismo tiempo.

Los paradigmas que presentan las izquierdas de hoy son diferentes a los que conocimos por la historia política. ¿Quizás, por los nuevos tiempos? Ahora hay que acostumbrarse a verlos buscándosela en los gobiernos conservadores y, lo peor de todo, contaminando de mala manera el litoral. Han dejado la lucha por el poder para resolver sus problemas personales, particulares y de grupos. Convertidos en parcelas, donde cada cual siembra productos de ciclos cortos para aprovechar las elecciones.

Por consiguiente, desprecian alcanzar el poder político. Se han acostumbrado a vincularse con miembros del grupo social (burguesía) dominante como una forma equivocada de mostrar un poder que no existe. Por eso menosprecian, muy bien disimulada, la unidad electoral de las izquierdas y los progresistas. Los intentos fallidos han sido recurrentes y no fortuitos. La pequeña burguesía, inestable y vacilante, y sus aspiraciones mezquinas han estado a lo largo y ancho de nuestra historia y en esta ocasión aparece con el veneno letal de siempre para impedir el avance de la revolución.

Fortune Modeste Valerio

Economista

Estoy de regreso a la patria después de permanecer más de 35 años en el exterior. Estudié Contabilidad Superior, Auditoria Interna y Economía en la O y M.

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