Una de las cualidades que los dominicanos debemos promover es la capacidad de responder al espanto que provoca la tragedia, no con un interés morboso, sino con la voluntad de evitar, como sociedad, que se repita.

Si bien es cierto que la exposición constante a actos nefastos reduce la respuesta emocional de los seres humanos, nunca debemos perder la capacidad de repudiarlos, en especial cuando se trata de hechos tan terribles que, a veces, resultan difíciles de imaginar.

República Dominicana se estremece con casos como el de la pareja que cometió actos no menos que barbáricos contra una niña de siete años en Los Guandules; o el de la joven madre que tomó la lamentable decisión de acabar con la vida de sus hijos y la propia al ingerir una sustancia tóxica en el Ensanche Isabelita; o incluso el de la mujer que habría sido ultimada por su hermano en Mao. Y así podríamos seguir citando casos sin fin.

Sin embargo, todos comparten algo: el asombro ante el horror, el morbo, la especulación y, lo más triste, la falta de reflexión, el desinterés a largo plazo y, al final de la jornada, el pasar página para seguir adelante sin que, en la mayoría de nosotros, quede una enseñanza que impulse cambios en beneficio de la sociedad.

El caso del Jet Set, que dejó un saldo de 236 muertes y más de un centenar de heridos, es un ejemplo. Más allá de la consternación inicial, República Dominicana pudo continuar con normalidad ante una tragedia que, todavía hoy, en otros países, resultaría difícil de asimilar.

En estos cuatro meses, que para familiares y amigos de las víctimas han sido eternos, el país, más allá de exigir respuestas sobre cómo y por qué ocurrió el hecho, y de que los que resulten hallados culpables sean condenados, no ha demandado cambios ni al Estado ni al sector empresarial para garantizar la prevención y que se evite la ocurrencia de una catástrofe similar.

Hoy, muchos hablamos del suceso con naturalidad y resignación, como quien comenta un día soleado. Lo mismo pasará con los otros casos citados y tantos otros que permanecen en la memoria y que, probablemente, causaron revuelo solo porque superaron en número de víctimas, violencia o crueldad a los anteriores.

Los medios también debemos hacer un ejercicio de mea culpa al ofrecer relatos con detalles grotescos y crudas imágenes que se alejan de la obligación de mostrar la terrible realidad para denunciar, como ocurrió con la foto de la niña del napalm, en Vietnam; el genocidio en Gaza, la hambruna en Sudán con la imagen del buitre y la niña, o la ejecución de Saigón. Hoy, los aportes explícitos del periodismo se han convertido en abono para esa dañina tendencia, más que para generar reacciones contra un determinado estado situación en la sociedad.

No debemos asombrarnos en un momento y pasar página con frialdad al siguiente, con el conformismo de que “eso pasa todos los días” o que otro caso "fue peor”.

Evitar normalizar la violencia, la injusticia o la crueldad no solo nos aleja de la deshumanización, sino que también crea un freno ético y moral que nos permite reconocer que hay cosas que no deben repetirse ni justificarse.