Siempre he dicho que nunca habrá un escrito perfecto porque siempre hay algo que mejorar. Y está bien. De hecho, es lo mejor que nos puede pasar.
Cuando escribimos, muchas veces sentimos que el texto podría estar mejor. Cambiamos palabras, agregamos ideas, eliminamos frases que en su momento parecían geniales, pero luego ya no encajan. La creación literaria es un proceso continuo y lleno de obstáculos. En El desafío de la creación, Juan Rulfo dijo:
“Uno de los principios de la creación literaria es la invención, la imaginación. Somos mentirosos; todo escritor que crea es un mentiroso, la literatura es mentira; pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación.
Conforme se publica un cuento o un libro, ese libro está muerto; el autor no vuelve a pensar en él. Antes, en cambio, si no está completamente terminado, aquello le da vueltas en la cabeza constantemente: el tema sigue rondando hasta que uno se da cuenta, por experiencia propia, de que no está concluido, de que algo se ha quedado dentro; entonces hay que volver a iniciar la historia, hay que ver dónde está la falla, hay que ver cuál es el personaje que no se movió por sí mismo”.
Realmente, escribir es un proceso interminable porque, a medida que crecemos como personas y como escritores, nuestra manera de ver las cosas cambia. Lo que ayer nos parecía un gran texto, hoy nos suena simple o incompleto. Lo que hoy consideramos una obra de gran importancia, en otra época puede ser un escrito arrojado al olvido o, por el contrario, rescatado y valorado. Esto no solo nos ocurre a nivel individual.
A lo largo de la historia, los estilos de escritura, las normas gramaticales e incluso las historias que contamos han ido evolucionando. Libros que fueron revolucionarios en su tiempo hoy pueden parecernos anticuados o con errores. Y no es que estuvieran mal, sino que el mundo cambia y, con él, la forma en que nos expresamos.
Entonces, si la perfección no existe en la escritura, ¿qué hacemos? Escribimos. Revisamos. Aprendemos. Y, sobre todo, seguimos adelante sin miedo a equivocarnos. Porque en cada intento, en cada corrección, estamos creciendo como escritores, y eso es lo que realmente importa.
Compartir esta nota