"Todo el que enseña en una lengua es profesor de esa lengua", afirma el prestigioso lingüista rumano Eugenio Coseriu. Sin embargo, no todo hablante desarrolla necesariamente las competencias que lo hacen idóneo para enseñar contenidos complejos, como los demandados por la principal ciencia del lenguaje, la lingüística (Coseriu, E. 1989. Enseñanza de una lengua nacional: Problemas, propuestas y perspectivas. Redalyc: PDF, pp. 33-39).

Sobre todo, ¿cómo puede ser posible esa afirmación de Coseriu, siendo que el surgimiento de "los especialismos", a mediados del siglo XIX, deslindó el quehacer de quienes enseñamos ciencias o humanidades? Huelga decir que sobre la base de esa fragmentación, existen formas de pensamiento que promueven la idea de que nada tiene que ver, por ejemplo, un profesor de matemáticas con el idioma en que se enseña esa disciplina. Esta forma de pensar se evidencia cuando alumnos, sin importar el nivel educativo, exhiben desconocimiento de las normas básicas de la ortografía y la redacción: "¿Qué será lo que sabe ese profesor de español que no los enseña a escribir correctamente?" (Ernesto Ladrón de Guevara López de Arbina. 2001. El pensamiento pedagógico de Miguel de Unamuno. Revista española de pedagogía. PDF. Redalyc).

Sería injusto exigirle a un maestro de geografía urbana que explique las implicaturas comunicativas de la teoría de sistema de Saussure, la teorética del contexto de Austin y de Searle, o la poética de Meschonnic, etcétera. Lo que sí debe exigirse a quienes enseñan en una lengua es el desarrollo pleno de las competencias básicas de la comunicación (Sí, competencias: Muñoz, Orlando, 2022) y no sólo habilidades: saber leer, saber escribir, saber escuchar, saber hablar; amén de un evidente dominio de cultural general.

La formación idiomática de los docentes es determinante para enseñar eficazmente cualquier disciplina, acorde con la norma escolar y académica (también llamada culta y estándar). Quienes enseñan en un idioma tienen el deber de dominar bien ese idioma, solo por el hecho de dedicarse a la enseñanza, aunque dicha enseñanza consista en facilitar las técnicas para construir barquitos de papel, verbigracia.

Incluso, una ley, todavía vigente, que promulgó el presidente Eladio Victoria el 15 de julio de 1912, así lo establece en el primero de sus tres artículos, que reza, grosso modo: 'Toda enseñanza que se realice en territorio dominicano debe ejercerse en castellano, salvo que se trate de lenguas extranjeras'. No se supone, por lo tanto, que la enseñanza escolar y universitaria deba realizarse en español coloquial. (Matos Moquete, M. 2012. Cien años de la enseñanza del español en la RD: INTEC, Premio Nacional de Ensayo Científico, 2012).

Empero el saber idiomático de profesores de español no debe limitarse a cuatro saberes propios de la comunicación. Compete al profesor de una lengua evidenciar pleno dominio de las estructuras fonetológicas, gramaticales, lexicales y pragmáticas que permiten crear condiciones favorables para el aprendizaje sobre la propia lengua. No tiene que ser escritor, pero sí debe conocer las normas de la escritura. Tal vez no sea un orador, pero sí debe ser un profesional consciente de sus dotes expresivos. Debe preocuparse por adquirir asiduamente dominio de los aspectos retóricos que le permitirán realizar un mejor ejercicio docente.

Compete al docente de español, como al de cualquier otra lengua, enseñar normas gramaticales, normas ortográficas, normas dialógicas, normas expositivas, normas argumentativas, normas narrativas, normas descriptivas, normas de cortesía, incluyendo prototipos de lectura y de escritura.

Asimismo, todo docente debe velar por que sus alumnos apliquen normas precisas del idioma en que estudian: "No es rayita, sino segmento de recta, no es bolita, sino círculo, se llama vértice, no esquinita", precisaba la profesora Martina Sánchez, en la otrora Escuela Normal, Urania Montás, en su clase de geometría. Iguamente, Rosa Contreras devolvía sus prácticas de laboratorio en química, encerrando los errores de ortografía para que no lo volviésemos a repetir; mientras con Rina de León y con Julián Fernández Muñoz aprendíamos normas de redacción y de escritura en casi todas sus vertientes lingüísticas y pragmáticas. Como es evidente, para mis profesores hostosianos los problemas idiomáticos eran de competencias generales. De ese modo, enseñaban español conjuntamente con su disciplina porque se sentían comprometidos con el idioma en que explicaban sus saberes.

Por lo tanto, la enseñanza de la redacción, y todo lo que ello implica, nunca está de más. Hay que enseñarla y exigirla con énfasis en quienes aspiran a ser profesores. No importa que una corriente del neoliberalismo internacional haya intentado diluir lo verdaderamente importante en un idioma con eufemismos y cambios de nomenclaturas, haciéndonos creer que el conocimiento no es lo importante, sino la competencia ¿Qué competencia puede evidenciar en un idioma quién desconozca las estructuras y funciones de dicho idioma?

No estaría demás recordar a los jurados que tendrán a su cargo el Concurso de Oposición UASD-2022, que deben incluir ejercicios para evaluar competencias comunicativas de todos los aspirantes a profesores, sin importar que sean matemáticos, informáticos o pintores, etcétera, de manera que la UASD siga ganando en cuanto a estándar de calidad de su prestigiosa clase magisterial.

 

Gerardo Roa Ogando en Acento.com.do