Hace poco leí la reseña ganadora de Ronny Ramírez sobre el poemario Después de tanto arder, (Soledad Álvarez, XXII Premio Casa de América de Poesía Americana).

Primero quiero felicitar a Ronny por ese premio y, luego, lo más importante, por su aspiración a ser crítico literario en la República Dominicana, donde parece que, desde hace años, ha muerto ese oficio. O, mejor dicho, los críticos o están en un estado de hibernación que no presagia un despertar. Y no podría no felicitar a Ronny por su entusiasmo, su interés y su intento de inyectar un aliento de vida a esa rama tan vital para la sobrevivencia de la literatura de un país. Sin embargo, me hubiese gustado que su reseña a la poeta Álvarez fuese menos fría y distante.

A pesar del carácter y alto nivel de intelectualidad con las que Ronny se ha acercado al poemario, siento que ha tomado muy a la ligera la primera parte del libro, Oficio de Casada, reduciéndola tan solo a las desilusiones y desavenencias de la poeta: “Como todos sus libros de poemas, Después de tanto arder es de carácter autorreferencial; es decir, funge como registro de los avatares de un yo poético imbuido no solo por desavenencias y desilusiones, sino por un estado irresoluble de melancolía”. ¿Cómo reducir así Oficio de casada en un país donde los feminicidios son un tema viral y a la mujer se le cosifica dentro del matrimonio? Y eso sin mencionar la enorme desigualdad de género en la República Dominicana. Ese acercamiento, a mi juicio, demuestra en Ronny una postura conservadora. ¿Se habría acercado al poemario así de haber sido escrito por un hombre? Aunque eso nunca lo sabremos, es evidente que no.

Yo no creo (y no es para nada justo) que los versos que componen el poema Bodegón pueden ni deben ser reducidos sencillamente a meras desilusiones y desavenencias de ese yo poético al que se refiere Ronny.

La mujer casada

se levanta todos los días a la misma hora

del mismo lado de la cama.

Así empieza el poema Bodegón, que da inicio al libro Después de tanto arder.

Los primeros versos del poema presentan a la protagonista envuelta en la rutina, la monotonía, el encasillamiento, su prudencia sumisa y respetuosa, su “sed de cielo su hambre de entrañas” … Y el verso no se queda ahí, en “sed de cielo”, sino que se junta sin punto ni coma con “hambre de entrañas”, es decir, la unión de lo anhelado (el cielo) y de la realidad (el hambre, la privación). Así, la primera estrofa es un cuadro perfecto de la prisión, del encasillamiento, o el marco donde la sociedad coloca a la Mujer casada, y la poeta lo afirma en los versos 8,9 y 10:

y atados los pasos a la tierra

atraviesa el umbral

del cuadro que la espera.

La segunda estrofa del poema es importante, porque es la imagen que da título al poema y augura un peligro. La poeta pudo haber dicho: «el queso impávido la barra de pan», para así enriquecer el ritmo del verso, sin embargo, sacrifica el ritmo por el mensaje; “la barra de pan el queso impávido”, creando una ligera incomodidad en la sintaxis del verso, y el adjetivo «impávido», que personifica el sustantivo «queso», cierra esa estrofa empezando con otra que nos desvela la ceguera de la mujer casada frente a la belleza ¿del Bodegón o del peligro?

El resto del poema no hace más que afirmar la monotonía anunciada en el segundo verso:

…de las ollas al horno

fríe los huevos cuela el café…

Este último verso me recuerda otros de Ángela Suazo:

aprendí a cocinar porque no sabías.

tomé clases y bordé pañitos de bandeja.

aprendí a poner la mesa y a recibir invitados.

[]

me casé, parí, me divorcié,

me casé, parí, me divorcié.

todo eso,

porque no sabías freír ni un huevo.

pero

       yo

              sí[1]

Y el poema de Álvarez termina con la sonrisa ¿de la satisfacción de ser una esposa excepcional, o de la resignación? De esa manera, la poeta nos plantea un cuadro familiar desde una posición alejada, casi indiferente, conformándose, quizá, tan solo de mostrarnos una realidad sin tomar parte ni sacar juicio, aunque no le sea ajeno.

En el segundo poema, La muchacha enamorada, la poeta nos apunta con una flecha y la suelta sin remordimiento ni compasión, directo a nuestra hipocresía. ¿Cómo quedar indiferente frente a esa imagen de la mujer casada que ve de repente, “en el agua de jabón/ en la espuma del cansancio” con la que friega los Platos, a “la muchacha enamorada que fue… al inicio del camino”? ¿Qué duro y triste debe ser para la mujer casada esa imagen que, regresada del olvido, la agarra desprevenida? Pero lo más duro aún es esa crítica al machismo que hace la poeta a través de una imagen tan desgarradora. ¿Qué nos está diciendo Álvarez sobre el matrimonio? Y esta es una de las preguntas que esperaba que Ronny abordara en esa reseña en lugar de ver tan solo las desilusiones del yo poético que (si bien en la poesía es casi imposible desvincular al yo narrador del yo escritor), grita a los cuatro vientos sus resentimientos y desilusiones.

Y el poema termina derribando la decoración falsa de la felicidad.

Al fondo los árboles insaciables de pájaros

y amores núbiles

testigos tantas veces de la ficción.

Esta última estrofa me recuerda a la escritora Corín Tellado, cuando en una ocasión le preguntaron ¿por qué todas tus novelas terminan felices?, y ella replica, «No, por el contrario, mis novelas terminan en una boda, el desastre viene después, fuera de la pantalla». ¿No es acaso el mismo cuadro que nos presenta Álvarez?

En Recuerdos de Bodas, el tercer poema, la poeta nos presenta al matrimonio como una telaraña y la boda una cruz sobre la que se acuesta la novia con su inocencia pueril, vestida de su corpiño de varillas “clavándole el costado”. ¡Qué simbolismo! Lo que diferencia este poema del segundo es el sacrificio, la inmolación de la novia, la pregunta sospechosa del “¿por qué en las bodas siempre lloran las madres?” ¿Acaso no nos está confirmando Álvarez lo que todos ya sabemos? Susurrándolo, así, bajito, «El matrimonio es la eliminación de la mujer como ente individual, reduciéndola tan solo a la criada, la ama de casa, etc». Aunque está claro el doble sentido y la ironía del llano de la madre.

Podría seguir examinando poema por poema y verso por verso toda la primera parte del libro, y luego pasar a la tercera, cuyas protagonistas (que creo son todas las mujeres que habitan a la poeta) son amantes empedernidas y almas rebeldes que no podrían ser niñeras sumisas del matrimonio; sin embargo, prefiero quedarme aquí, y motivando a los lectores a la lectura de ese libro, que me parece digno de atención tanto en la literatura dominicana contemporánea como para los estudiosos del feminicidio y la desigualdad de género.

[1] Poema inédito, leído por Suazo en un Micrófono abierto.