Cuando la ética y la fragilidad humana se enfrentan en escena

La compañía Unahoramenos Producciones – Teatro Pérez Galdós nos presentó en el FITE 2025 Protocolo del quebranto, un montaje que invita a la reflexión sobre la guerra, la moralidad y la naturaleza humana. La obra, escrita y dirigida por Mario Vega, plantea preguntas que atraviesan fronteras temporales y geográficas: ¿es el abuso de poder inherente al ser humano? ¿Puede existir la neutralidad en un mundo dividido entre aliados y enemigos?
Desde el primer instante, el espectador queda atrapado en un universo donde los conflictos no solo se libran en el campo de batalla, sino en el alma de cada personaje. La historia de Nadia, Crezk y Luján no es solo la de tres individuos; es la de millones que sufren las consecuencias de los conflictos bélicos, de la violencia ejercida desde el poder y de las decisiones morales que ponen a prueba la supervivencia. La obra nos recuerda que la guerra no es solo un fenómeno histórico, sino una fractura ética que habita en la humanidad desde que aparece el “otro”.
Alma y carne de los personajes

La actuación de Marta Viera como Nadia es sobrecogedora: su personaje oscila entre ternura y monstruosidad, atrapado entre la humillación constante y la lucha por la supervivencia. Cada gesto, cada pausa y cada mirada transmiten el conflicto interno de una mujer sometida primero al abuso machista de su hermano, y luego a la ambivalencia del periodista herido, Luján (Luifer Rodríguez), cuya debilidad lo hace cómplice del ciclo de dominación.
Mingo Ruano, como Crezk, aporta la complejidad de un hombre que trafica con armas pero también carga con una relación ambivalente con su hermana, revelando los matices éticos de la supervivencia en tiempos de guerra. La interacción entre los tres actores mantiene al público cautivo de principio a fin, ofreciendo una tensión que nunca decae.
Poesía en la puesta en escena

La dirección de Mario Vega, apoyada por la asistencia de Rosa Escrig y la coordinación de producción de Mónica Hernández, se despliega con precisión y sensibilidad. La puesta en escena logra un equilibrio perfecto entre el dramatismo y la reflexión ética.
Cada elemento técnico —la escenografía, los vestuarios, los efectos especiales, la iluminación de Ibán Negrín, la dirección técnica de Tony Perera, la composición musical y espacio sonoro de Julio Tejera, y el diseño de sonido de Blas Acosta— está integrado armónicamente, ofreciendo una experiencia completa que trasciende la mera representación.
El efecto de lluvia sobresale especialmente: no solo construye atmósfera, sino que resalta la densidad emocional del conflicto y la fragilidad de los personajes ante el quebranto humano. Cada detalle técnico contribuye a sumergir al espectador en un universo donde la guerra, la moral y la supervivencia se sienten palpables.
Memoria, ética y verdad

Protocolo del quebranto remite no solo a conflictos contemporáneos, sino también a episodios bélicos que marcan la memoria colectiva de muchos países. Los medios de comunicación, como señala la obra, configuran otro escenario de conflicto: “La verdadera víctima de la guerra es la verdad”.
La pieza invita a cuestionar la moralidad de cada acción y la responsabilidad del individuo frente al poder y la violencia. La ética y la reflexión social se entrelazan con la narrativa, logrando un impacto profundo en el espectador.
El aplauso como poesía

El cierre de la función se convirtió en un torrente de emociones que estalló en la sala Eduardo Brito. Un aplauso largo, cálido y vibrante envolvió a los intérpretes y al montaje, como si el corazón del público latiera al unísono con el dolor y la esperanza de los personajes. Cada golpe de palma era un eco de la fragilidad humana, cada suspiro un reflejo de la tensión contenida durante la obra.
El público, cautivo desde el primer instante, se levantó en un reconocimiento silencioso que luego se tornó en un clamor poético: un homenaje a la valentía de Marta Viera, que encarnó a Nadia con ternura y monstruosidad; a Mingo Ruano y Luifer Rodríguez, que desnudaron la complejidad ética de sus personajes; y a todo el equipo creativo, que tejió un universo donde la guerra y la supervivencia se sienten en la piel.
La sala se transformó en un espacio donde la humanidad herida de Protocolo del quebranto resonó en cada aplauso, como un espejo de nuestra propia vulnerabilidad y resistencia. Fue un instante donde la emoción contenida se liberó, un acto colectivo de reconocimiento que convirtió la ovación en poesía, y la poesía en prolongación de la obra misma, dejando al público con la memoria y el alma impregnadas del quebranto y la esperanza.
Protocolo del quebranto: el alma herida de una humanidad en guerra es, sin duda, un espectáculo que trasciende lo teatral: es una experiencia sensorial, ética y emocional que nos interpela como sociedad y nos recuerda la eterna fragilidad de la condición humana.
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