A menudo se repite que la razón por la que se dice el agua, y no ‘la agua’, es para evitar lo que se suele llamar cacofonía o la disonancia ocasionada por la repetición del mismo sonido consecutivo. Si eso fuera cierto, habría que explicar, entonces, por qué se dice con toda naturalidad mucha agua, la amiga, la alta montaña, este hecho, etc.
Con relación a este fenómeno, debe saberse que el artículo el delante de nombres femeninos iniciados con a acentuada no representa la forma masculina, sino que es una variante del femenino original que, al igual que el formante regular la, deriva del primitivo ela. Este, a su vez, proviene del demostrativo latino illa (aquella), porque el latín carecía de artículos definidos. En los primeros tiempos del español, el sustantivo femenino agua (aqua) debía ir precedido, naturalmente, del antiguo artículo femenino ela. Al pronunciar la frase ela agua, la solución fonética normal era la fusión de las dos /a/ en una sola (elágua), como pasa en la actualidad cuando se encuentran dos vocales iguales en el habla espontánea (la amiga [lamiga]). Así se entiende que, al hacer la segmentación, resultara lógico interpretar que la división de elágua debía ser el agua. El mismo razonamiento se aplica a los demás casos similares: el águila, el alma, el habla, el área, etc. Este uso se ha extendido también al artículo indefinido: un alma, un águila.

Cuando entre el artículo y el sustantivo aparece otra palabra, se usa la forma habitual del artículo femenino: la negra águila, la gran área. Además, la práctica de utilizar la forma el delante de /á/ acentuada no se mantiene en ciertos casos: los nombres de las letras del alfabeto (la hache, la a), los sustantivos que solo distinguen el género por medio del artículo (la árabe, frente a el árabe), ni delante de adjetivos (la árida llanura, la alta montaña). Si el sustantivo femenino comienza con /a/ inacentuada, se mantiene la variante común del artículo, es decir, la: la ardilla, la alfombra.
Puede decirse entonces que la presencia de la variante el del artículo femenino depende o está condicionada por dos factores: uno fonológico y otro morfosintáctico. La condición fonológica es que la palabra siguiente comience con á acentuada. La restricción sintáctica exige que dicha palabra sea un sustantivo. Ahí está la explicación de por qué se dice el agua, pero no *el alfombra (porque alfombra comienza con /a/ inacentuada); el águila, pero no *el ancha calle (porque ancha no es sustantivo, sino adjetivo).
Finalmente, queda claro que las secuencias comentadas en los párrafos anteriores consisten exclusivamente en una combinación de artículo más sustantivo femenino iniciado con a acentuada. Por tanto, no se incluyen las combinaciones de demostrativos y sustantivos. Por ese motivo, no son reconocidas ni admitidas en la lengua estándar las formas masculinas de los demostrativos delante de sustantivos femeninos que comienzan con /á/ tónica, como *este agua, *aquel área. De acuerdo con la norma académica, lo aceptable es esta agua, aquella área. Asimismo, tampoco son correctos enunciados como *el poco agua o *el mismo arma.
¿Por qué son aceptables las oraciones ‘Me gusta el arroz’ y ‘A mí me gusta el arroz’, pero es inadmisible la secuencia *‘A mí gusta el arroz’?
En español, los pronombres personales tienen formas acentuadas si aparecen solos o actúan como sujeto de un verbo (ellos, yo, él canta, usted dirá) y cuando desempeñan una función predicativa acompañados de preposición (a mí, sin ti, con ella). Presentan, además, variantes inacentuadas con función de objeto que requieren estar seguidas obligatoriamente por un verbo en el que se apoyan fonéticamente (me gusta, te quiere, les dijo).
En estos casos, en los que el verbo está precedido solamente por la forma pronominal inacentuada, esta variante manifiesta el sentido llano o normal que le corresponde al pronombre: ‘Me gusta el arroz’. Pero si se busca poner énfasis para recalcar la referencia propia del pronombre, entonces se añade la variante acentuada, cuya función es precisamente fortalecer y reiterar el significado normal de la forma inacentuada, duplicándola, repitiéndola: ‘A mí me gusta el arroz’. De acuerdo con esto, la construcción *A mí gusta el arroz es agramatical porque ‘A mí’ estaría enfatizando una unidad que no existe, esto es, un ‘me’ que no está presente en la misma cadena sintáctica y que, en consecuencia, no puede ser ‘duplicado’, ‘repetido’, ‘destacado’.
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