A Fredy Miller
Fredy Miller.

La imagen de mi padre se diluye en mis años adolescentes. Entonces, su figura era un ir y venir sin garantías, la alegría de una sorpresa con la que no contábamos aquellos ratos en que él disponía de tiempo, más para su madre que para nosotras, sus tres hijas hembras, las únicas que el destino le proporcionó y que formaron parte de su historial de anhelos no satisfechos.

Cuentan que cada vez que le nacía una hija y no llegaba el esperado varón, se entristecía tanto, que nos iba a conocer cuando ya teníamos los ojos abiertos. Sin embargo, la fidelidad a lo que no se tiene nos llevó a idealizarlo hasta el punto de que todavía hoy no estoy segura de quién era en realidad.

Sus amigos decían que era un bohemio, que su voz adormecía los corazones de adolescentes y mujeres maduras a las que remataba con un papel amarillento donde colocaba dos o tres versos diciéndoles que eran las protagonistas del texto. Su madre afirmaba que era buen hijo: solidario, tierno, generoso… Aunque nunca contamos con él para la vida cotidiana, ella llenó esos vacíos con un cariño incondicional, y a través de su visión amorosa, nos dedicamos a construir una imagen llena de cualidades y carismas, nimbada por el martirologio de hijo de divorcio y padre ausente, patrón que marcó su vida y también las de nosotras, por aquello del marco existencial que uno repite de manera inconsciente y que los que creemos en Dios llamamos "heridas sin sanar".

Durante los pocos años que vivió en el hogar, me sorprendía su voz ronca y afinada entonando tangos y milongas a la hora del baño. Tampoco olvido aquellas noches en que cocinaba para sus amigos vestido de chef, ni los viajes que hicimos a las playas del Este, donde iba a pescar chillos y carites que nunca vi, y que sin embargo, conservo intactos en la memoria. Ni qué hablar de cuando curaba su espalda en carne viva después de todo un día de sol y de salitre, poniendo un gran esmero en ponerle los ungüentos para que no le doliera.

De él recibí lecciones precisas para la escritura y algunos criterios que me formaron para la vida: piedad, conmiseración, solidaridad, pero ante todo, "decir siempre la verdad, porque la mentira no es parte de nuestra memoria".

Sí, Fredy Miller fue un padre ausente a quien realmente conocí en los últimos años de su vida y en los primeros de mi adolescencia. Una figura corpulenta que ladeaba la cabeza al caminar, lo que le aportaba un aire de vulnerabilidad y ternura que todavía define la idea que conservo de él.

Más que un padre, fue una persona con la que me gustaba estar. De él recibí lecciones precisas para la escritura y algunos criterios que me formaron para la vida: piedad, conmiseración, solidaridad, pero ante todo, "decir siempre la verdad, porque la mentira no es parte de nuestra memoria".

Una vez le oí afirmar que peor que el hambre física era el hambre del intelecto; sus ideas calaron en mi manera de ver el mundo, conformando mi escala de valores, y en consecuencia, mi selección de vocaciones. Lo recuerdo con cariño, consciente de lo poco que recibía de él.

Ahora, cada mañana despierto con la palabra Padre y una sensación de seguridad me invade, sacándome de la cama. Mi inconsciente sigue… nuestro que estás en el cielo… y siento que ese Padre mío y de todos siempre está conmigo, que no me abandona, que ni siquiera espera a que yo le pida para regalarme consejos y conductas que no me alejen de Él.

Fredy Miller. Fotografía cortesía de la página Imágenes de nuestra historia.

Presencia incondicional, Padre que siendo Hijo lo dio todo por todos y su Espíritu habita en mi corazón como una presencia que se convierte en nosotros mismos. Sí, Él ha llenado todos los huecos, todas las faltas, permitiendo que vivamos en el gozo de la esperanza.

En mí ha borrado los dramas, las ausencias, los recuerdos oscuros y, siguiendo el camino que me traza para llegar a la luz definitiva, a cada rato escucho, especialmente cuando “peleo con el sueño” abriendo y cerrando los ojos, que mi interior susurra: Padre nuestro que estás en el cielo…

Jeannette Miller

Escritora

Jeannette Miller. Poeta, narradora, ensayista, educadora e historiadora de arte dominicana. Premio Nacional de Literatura de la República Dominicana (2011). Premio nacional Feria del libro Eduardo León Jimenes por su el ensayo histórico Importancia del contexto histórico en el desarrollo del arte dominicano. Cronología del arte dominicano: 1844-2005, otorgado durante la celebración de la X Feria Internacional del Libro 2007.

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