Que los quisqueyanos sustentemos con pundonor la herencia cultural  de la lengua española, podría implicar, potencialmente, un subterfugio de  compensación “civilizatoria” por los horrores de la colonización, la trata transatlántica de esclavos, las bárbaras matanzas, el sufrimiento humano y el exterminio cometidos por los conquistadores españoles.

Y es que el costo o legado de la lengua, generalmente tiende a instrumentalizarse, de acuerdo a una línea de pensamiento, tanto por intelectuales y gente ordinaria, recurriendo, deliberadamente o no, al pretexto del patrimonio supremo de la lengua castellana, la cual, bajo la errónea presunción relativa a la “superioridad” del idioma escrito sobre el oral, acarrea, en consecuencia, la hilarante y trágica ignorancia de que los aborígenes tampoco hablasen. De ahí que, conforme al mencionado credo, aún se estipule en predios académicos que un individuo analfabeto, o sin estudios académicos, no conoce, en absoluto, la gramática de su lengua nativa, la cual quedaría relegada al dominio de la escritura.

Precisamente, la memoria contra el olvido reclama recapitular que el saldo colonial y emblemático de Castilla, la lengua, si bien representa, para algunos, un reparo benevolente o moral de extraordinario valor por los crímenes y el genocidio, constituye, justo es reconocerlo, aniquilada la población aborigen, uno de los pilares de nuestra identidad más preciado, aunque fuera el resultado directo del colonialismo y la esclavitud del antiguo orden mundial de la violencia, la explotación y el despojo, similar, desafortunadamente, al sistema de cosas planetario aún imperante.

De manera que abordando el tema de la invasión, conquista y colonización de la isla de Quisqueya o Haití, recurriendo al argumento señalado, equivale, definitivamente, a la tesis a que apuntaba uno de los relatores de la historia del continente de Abya Yala, Alonso de Góngora Marmolejos, quien, convocado en mi novela “Voces de Tomasina Rosario”, ratificara con la fuerza bélica y el poder celeste la guerra justa en nombre de la civilización occidental, apostólica, católica y romana. Además, la invocación del mito concerniente a la superioridad étnico-racial. Apliquemos, finalmente, el dictamen de Góngora Marmolejos como una metáfora de la lengua castellana, la cual equivalía, en los tiempos remotos de la ocupación, hablar en cristiano.

—¡Libraron bien en ser conquistados, y mejor ser cristianos!