Recuerdo las famosas “pelá’ caliente” de mi niñez: el victorino, la raya, y otros nombres coloridos. Recuerdo como mis padres y maestros me advirtieron en contra de estos estilos de cabello: “Así se pelan los delincuentes”, “la gente decente no se pone el cabello así”. No eran solo los estilos, también los colores. Si un varón se atrevía a cambiar el color natural de su cabello, era percibido como un antisocial. Hoy, como docente, escucho muchas de las mismas advertencias. “Tenemos que enseñarles a los estudiantes que hay que andar como la gente”, escuché decir una vez a un coordinador. No pude evitar pensar ¿Y acaso no son gente ya?
Una vez fui a un colegio por motivos laborales. Mi cabello estaba cortado totalmente: La cero, es el nombre que recibe ese corte. Recuerdo cuando era niño, esa era la solución a las peladas calientes. “Pásenle la Cero”. Pensé que era el corte de cabello más conservador que uno podría tener. La cero era un corte decente. Al llegar al colegio, me detuvieron. “No puede estar aquí con esa pelá’ caliente”.
Me quedé sin palabras. No podía entenderlo. ¿La cero es una caliente? ¿Desde cuándo? Al preguntarle a las autoridades de la institución qué es una “pelá’ caliente” con tal de evitarla en el futuro, solo me dijeron que me hiciera un “corte decente”. ¿Y qué es un corte decente? La cero era un corte decente cuando era un niño viviendo en Los Mina. La cero era un corte decente para aquellos adultos en posiciones administrativas. El victorino con su fade (cuando el cabello se difumina hasta llegar a nada) era un corte indecente, una pela’ caliente. Ese día, vi muchos jóvenes con victorinos, con fades, y otros estilos entrar al colegio. En los últimos años, el victorino se volvió cada vez más popular entre los jóvenes de clase media y alta, y la cero fue cada vez más aceptada por la clase obrera dominicana.
Ahora, el victorino es una “pelá’ decente”, aceptable. Quien tiene su fade, anda como la gente. Por otro lado, quien se pase la cero, es un indecente, un antisocial, un criminal. El problema nunca fue el corte.
Es muy interesante prestar atención al lenguaje que se utiliza para hablar de estas cosas. Uno debe andar como “la gente”, implicando que quien no ande de esa manera, no es “gente”, no es una persona. La realidad es que en nuestra querida República Dominicana, existen muchísimas formas de reducir la dignidad de una persona, de convertirla en algo menos que humano para justificar su mal trato y carencia de derechos. La cero era un emblema representativo de la clase trabajadora, y fue demonizada por eso. Se solía decir que una persona con una pela’ caliente era alguien sin preparación, y por tanto claro que era alguien que no merecía un trabajo, ni un estilo de vida digno. Pero cada día se hace más claro que el estilo de cabello, la forma de vestir, las modificaciones corporales, no tienen ninguna relación con la capacidad intelectual de una persona, no tienen ninguna relación con su carácter moral.
Incluso si estos estilos tuvieran algo que ver con el nivel de preparación de la persona, ¿por qué debe la preparación convertirse en una barrera para la satisfacción de los derechos humanos? ¿Acaso no son derechos humanos precisamente porque son para todos los humanos, sin importar su nivel académico o laboral?
La intención siempre fue demonizar todo lo relacionado a la clase baja, trabajadora. En el instante que los cortes -como el fade- fueron aceptados por la clase alta, dejaron de ser considerados “pela’ caliente”. En el instante que los cortes se volvieron propios de la clase baja, se volvieron pela’ caliente.
La pela’ caliente es uno de los muchos mecanismos usados para reducir la dignidad de la clase trabajadora dominicana. Si quien se hace la cero no es gente, y la cero se la hacen los trabajadores, entonces, la clase trabajadora no es gente. No es persona, y por tanto, no merece los mismos derechos que otras personas. Si la clase trabajadora quiere ser considerada como gente, debe ponerse el disfraz de la clase media y la clase alta. Debe decir adiós a las manifestaciones culturales propias de su barrio, su crianza, y abrazar un nuevo estándar social que no le representa. Todo con tal de subsistir, de recibir una educación de calidad, de tener un trabajo con un salario con qué alimentarse. Es detrás de esta lógica que la sociedad puede esconderse y no tomar responsabilidad por el bienestar de sus ciudadanos. Es detrás de estas ideas, que justifican el sufrimiento y la explotación, que unos pueden enriquecerse sin límite mientras los demás comen lodo.
Por supuesto, esto es transferible a todos los géneros y estilos. Lo mismo se decía de las mujeres cuando comenzaron a apropiarse de su cabello rizado, que andaban “desarregladas” (a pesar de que mantener el cabello rizado es algo que requiere mucho esfuerzo y arreglo), que era “inapropiado” para los trabajos y escuelas, a pesar de que esto no tiene nada que ver con la capacidad de cada uno.
El control de la apariencia es un mecanismo de la discriminación de las clases. Se utiliza para demonizar y reducir a las personas con menos, lo cual a su vez legitima la posición privilegiada de los que tienen más. Es un medio que atenta contra la individualidad y expresión personal de cada quien, mutilando las personalidades de los jóvenes para convertirlos en copias baratas de un estándar inhumano, diseñado para no hacer más que trabajar de 8 a 5 en un mundo infeliz, desconectado de toda identidad personal y comunitaria. Es por todo esto que al entrar a mi aula, nunca le digo a mis alumnos “muchacho ¿y esa pelá’ caliente?”.
Lessing Abdias Perez Calderon
Lcdo. en Lengua y Literatura orientada a la Educación Secundaria
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