En sus Essais, Michel de Montaigne se expresa con libertad temática, agudeza reflexiva y elegancia estilística. Los empezó a publicar en 1580: fueron escritos sin ningún plan establecido, pues son divagaciones de sus experiencias particulares acerca de temas diversos, dejándonos las impresiones subjetivas, que marcaron sus experiencias de lectura. Montaigne tuvo el éxito que no tuvo Francis Bacon, cuando en 1597, publicó sus Essays, ya que el concepto del género que tenía el inglés era más restringido que el que tenía el autor francés.
En su libro Contribución al estudio del ensayo hispanoamericano, refiere Clara Rey de Guido, citando a José Luis Gómez-Martínez (Teoría del ensayo), que “la primera designación de ensayo como título, la encontramos en 1739 en la obra de Gregorio Mayáns y Siscar (1699-1781) titulada Ensayos oratorios. En tanto que Juan Marichal, en su libro La voluntad de estilo, señala que “la designación de un escrito con la palabra ‘ensayo’ se produjo por primera vez, en el año 1818”.
En Hispanoamérica, Rodó y Borges son los inventores de una forma del ensayo híbrido, un género anfibio, a caballo entre la ficción y la no ficción, rompiendo los límites entre el concepto y el arte. Con la prosa modernista, el ensayismo hispanoamericano adquiere categoría estética y se distancia del ensayo de España, que siguió apegado al neoclasicismo. En cambio, el ensayo de los autores del Nuevo Mundo se mira en el espejo de Francia, patria de Montaigne, y por ende, del ensayo como género personal. Se abre una nueva perspectiva en las ideas y los intelectuales adquieren mayor madurez política y social. Con el Arelismo de Rodó se inaugura, en 1900, una nueva visión de las ideas americanas del progreso y la identidad. Y el ensayo se alimenta de esa efervescencia, que impuso el modernismo como revolución estética y literaria, en la mentalidad del hombre americano. El ensayo es así el resultado de la impronta, que supuso el hecho de haber bebido en las fuentes de dicha revolución modernista y luego con el vanguardismo colocó al hombre de cara a lo universal. Desde la Colonia, en forma de epístolas, crónicas, relaciones y discursos, el ensayo hispanoamericano tiene una dilatada tradición, cuyos cimientos seminales anteriores al siglo XX se caracterizaron por una prosa retórica, ornamental y ampulosa, alejado de la precisión y concisión que le dio origen con el sabio Montaigne.
La categoría literaria del ensayo en Hispanoamérica se inicia entonces con el movimiento modernista, pero la prosa ensayística tiene su origen durante la época independentista en forma de cartas, proclamas, artículos y discursos, como instrumento de combate político e ideológico, y con grandes rasgos de americanidad e independencia intelectual. Si bien, para algunos, el ensayo tiene su origen en la lucha independentista, para otros, como el paraguayo Alberto Zum Felde y el colombiano Germán Arciniegas, su origen “se encuentra en la Colonia”. En tanto que para Peter Earle y Robert Mead Jr., en su Historia del ensayo hispanoamericano (citado por Rey de Guido), “los primeros ensayistas de América son Juan Montalvo y Eugenio María de Hostos, pertenecientes a la segunda generación romántica”. Pero la oleada de ensayistas se inicia realmente con el realismo, es decir, con Sarmiento, Montalvo, Varona, entre otros. Y luego, a principios de siglo XX, surge otra pléyade con los positivistas: José Ingeniero, Vargas Vila, Rodó, Pedro Henríquez Ureña, etc. Luis Alberto Sánchez, en su Nueva historia de la literatura americana (citado por Rey de Guido) agrupa a estos ensayistas en: de “mentalidad filosófica” (Vas Ferreira, Varona, Korn), de “tendencia espiritualista” (Rodó), de “tendencia metafísica y las derivadas del materialismo histórico”. Luego vendrían los ensayistas de temas socio-económicos como José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre, en el Perú. Después, aparecen los ensayos que versan sobre la identidad y el ser nacional desde vertientes filosóficas o psicológicas como los de Héctor Murena, Eduardo Mallea, Samuel Ramos, José Vasconcelos, Martínez Estrada, Ernesto Sábato, Octavio Paz, Picón Salas, Alcides Arguedas, Alfonso Reyes, Mariátegui, Salazar Bondy, etc. Cabe destacar los ensayos Radiografía de la pampa, Historia de una pasión argentina, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, El laberinto de la soledad, Biografía del Caribe, Lima, la horrible, entre otros. Después de esta etapa vendrían los ensayos sobre teoría literaria como El deslinde y La experiencia literaria de Alfonso Reyes y El arco y la lira, de Octavio Paz. Como se ve, el ensayo hispanoamericano representa, modernamente, una “síntesis cultural”, cuyo germen se distancia de la tutela peninsular, norteamericana o europea: adquiere más variedad temática, pues va desde la exposición hasta la meditación conceptual, desde la crítica literaria hasta la biografía y desde el testimonio hasta la prosa periodística. Ya no trata de persuadir sino de sugerir o sorprender, o acaso, deslumbrar con relámpagos de subjetividad o fulgores poéticos.
El ensayo aparece más cerca del cuento y el tratado de la novela, como sucede con los novelistas y los poetas que terminan en ensayistas. La función del ensayo, en efecto, consiste en poetizar con las ideas en una prosa ágil e inteligente, y en fantasear con el rigor, en un estilo dinámico. En tanto obra de arte, el ensayo cumple una función estética por su componente vital y subjetivo, como por su libertad expresiva y voluntad de estilo. En otra vertiente del ensayo, éste puede ser didáctico, cuando trasmite una experiencia pedagógica, a través del lenguaje. O el ensayo periodístico, que funciona como puente entre el ensayo formal y los ensayos poéticos, líricos o críticos. Muchas veces, ese ensayo periodístico adquiere la estructura del artículo de opinión, por su brevedad y circunstancia. Por su difusión, a través de la prensa diaria, el ensayo literario es el que más se asemeja al periodismo, por sus rasgos comunes al artículo y al ensayo periodístico, por su brevedad y difusión, por medio de las páginas del diario. Así pues, se observa en el ensayo, la imaginación y la sensibilidad como mecanismos de mediación entre el intelecto y la enseñanza. De un lado, están el tratado y las monografías, y del otro, el artículo y la reseña, desde el punto de vista de la extensión. Para el ensayista, tratadista y esteta George Lukács –cuyos textos poseen un gran rigor analítico–, el ensayo está cerca de la intuición artística, pero no tan lejos de la ciencia, pues el ensayista no puede separarse de la verdad científica. Como el ensayo es un arte que nace de las vivencias es necesario “crear una forma que exprese su objeto”, dice el pensador marxista húngaro, quien concibe una teoría del “ensayo como forma”. El lenguaje del ensayo es connotativo y polivalente: se revuelve sobre sí mismo, de manera intransitiva, es decir, hacia el interior del sujeto ensayista. “Su método es expositivo; parte de un punto de vista subjetivo, pasa de lo concreto a lo general y abstracto, trabaja con conceptos que se estructuran en un argumento”, dice Clara Rey de Guido en su libro ya citado: Contribución al estudio del ensayo hispanoamericano.

En las letras hispanoamericanas, el ensayo ha sido el género por excelencia usado por nuestros insignes escritores para vehicular sus ideas, de manera inteligente y sagaz. En los círculos académicos, las influencias más frecuentes provienen de las corrientes críticas europeas como son: la estilística, el formalismo, el estructuralismo, la semiología, la semiótica y la deconstrucción. Todas se apoyan en el historicismo, la interpretación social y el llamado “humanismo idealista”. Ante el auge de la recepción del ensayo literario, el ensayo de carácter científico ha perdido sostén fuera del ámbito académico. A esta idea cabe acuñar la célebre definición del ensayo que nos legara Ortega y Gasset: “El ensayo es la ciencia, menos la prueba explícita”. El ensayo literario, de origen francés, desplaza la sistematicidad científica por la composición estética.
“Hay acuerdo en que el ensayo trabaja con conceptos, que puede hacer referencias científicas, pero su lenguaje no necesita de la precisión y transparencia del lenguaje científico”, dice Clara Rey de Guido. Y sigue diciendo: “La falta de ‘prueba explícita’ que enuncia Ortega, es el indicio más claro de la diferencia entre el discurso ensayístico y el discurso científico”.
Octavio Paz hizo del ensayo un discurso, donde la poesía desplaza el sistema y en el que la síntesis y la pluralidad juegan un papel de ejes de identidades. En este tipo de ensayo literario o, más bien, poético, la ficción no tiene cabida, pero sí la digresión conceptual y la intuición del pensar. En Borges, el ensayo, en cambio, se nutre de la erudición y la ficción y dialoga con la poesía y la inteligencia. En Paz, nace y es prolongación de su poesía: reflexión conceptual e imaginaria de su propia creación lírica. Ese discurso ensayístico engarza imágenes: está más en comunión con la intuición que con la razón. Pero el ensayo es, a un tiempo, crítico: es crítica a una ideología, a un sistema establecido o a un hecho. Puede adoptar la forma de un saber no científico. Es una crítica imaginativa a la realidad: su imaginación crítica le imprime creatividad. El ensayista crea un núcleo argumentativo, un mundo poético que dialoga con las ideas. Su estructura es abierta, contrario al tratado, que es cerrado. El ensayo parte de la meditación de un hecho o una idea motriz, cuyo centro de gravedad se expande, iluminando las oscuras zonas del intelecto, abriendo ideas alternas y aspectos de confluencias, en el universo de su eje expositivo. Los temas del ensayista actúan como pretextos para presentar sus ideas filosóficas, teológicas, morales, estéticas, políticas, sociales o culturales.
En la crítica literaria, el ensayo adopta la forma discursiva de la agudeza y el poder del análisis, que ilumina el proceso entendimiento y funda una experiencia estética. Con el instrumental interpretativo, el crítico logra ampliar el campo reflexivo que actúa como mediación entre la connotación y la denotación. El ensayo, en síntesis, estimula la intuición, y, cuando adquiere el ropaje de crítica literaria, se transforma en agente que posibilita la aproximación al conocimiento del texto literario.
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