Con esa velocidad de nuestro ritmo parlante, musicalidad a capela, sin una gota de nervios, Marcello Hernández debutó en Saturday Night Live e hizo un análisis hilarante de la idiosincrasia dominicana.
Dejó la estela bulliciosa de nuestro temperamento desparramado entre las risas del programa en vivo en su segmento más popular, el noticiero parodia de SNL. Encontró en breves segundos las maneras que tenemos para dar calidez, sentido lógico y humor a la conversación.
Lo hizo con el movimiento incesante de extremidades del dominicano de aquí y de allá. Puede ser la marchanta que regatea el precio de unos plátanos en una bodega en Washington Heights o el médico que presenta un diagnóstico a sus colegas en un frío hospital de Boston; los nacidos en hogares con las costumbres de Quisqueya, usamos todo nuestro ser físico y fuerza anímica para presentar una idea y persuadir al interlocutor.
A Marcello solo le faltó decirle a Colin Jost ya lo sabe’, aún así, demolió al veterano comediante, la personificación de la neutralidad anglosajona.
Si el triunfo del joven actor Jharrell Jerome, el primer dominicano en ganar un Globo de Oro por su magistral actuación en When they see us me motivó a escribirle a Radoyka Marte, su madre, a quien no tengo el gusto de conocer (Gracias Radoyka | Acento), ¿qué no decirle a Burín, el papá de Marcello y mi querido amigo?
Joaquín “Burín” Hernández, padre de este otro artista dominicano, fue mi compañero de estudios en la Universidad Iberoamericana (Unibe). Forma parte del pequeño grupo de amigos que apostamos a ese proyecto académico (Ver) y nos mantenemos unidos en las buenas y en las malas a pesar del tiempo y las distancias.
El año pasado dos voces se apagaron en el chat que compartimos en WhatsApp, y en paralelo a la pandemia despedimos en duelo remoto a un padre, un hermano, un esposo e hijo de la unida cofradía.
Marcello, al encoger los hombros para decir algo sabichoso y esconder una sonrisa detrás de cada ocurrencia, como lo hacía hace tantos años nuestro amigo en el aula, recondujo al grupo por el ánimo de la risa, la celebración y las felicitaciones para su papá.
No fueron pocas las veces que la profesora Rosy Escoto puso en regla a Burín por andar en plan de broma con Chiqui o Lill y otros malhechores de la sana cuerda en los pasillos de la facultad de derecho. Algo entendemos esos amigos: el hijo adora al papá, porque lo dibujó en cada golpe de efecto cómico el pasado sábado en televisión nacional americana.
Le he mandado par de mensajes a nuestro profesor Jorge Subero Isa, siempre en vanguardia tanto jurídica como farandulera en la red Twitter, para que vea el hijo de aquel exalumno. Burín hacía de la teoría general de las obligaciones una colección de cuentos de cosas que le habían pasado haciendo negocios. Desde entonces era emprendedor por lo que le iba muy bien en las clases del maestro sobre contratos.
Viendo al hijo deponiendo sus puntos de vista a Colin Jost, me parecía ver al papá explicando la compraventa, el alquiler y la permuta a Subero, con la similar gracia del humor blanco.
La biografía del hijo muestra que mon and dad servirán para hacer chistes cubanos y dominicanos, pero antes lo pusieron a estudiar y lo estimularon a emprender.
Cuando me iba a México hace siete años, el grupo de Unibe se reunió luego de un largo tiempo, siendo mi despedida la excusa. Luego, Burín vino de Miami donde reside y repetimos el encuentro. Esta semana, luego de mucho tiempo sin conversar con mi amigo, al pedirle permiso para tomarlo de tema de la columna de hoy, me pidió compartir algunos detalles sobre su hijo.
Durante las vacaciones escolares y navideñas, en la porción de tiempo de su custodia paternal, Marcello y su hermanita lo pasaron en Santo Domingo, entre, primos, la abuelita, el Patio de Alfredo y la escuela de fútbol de Jorge Rolando Bauger.
También, que el chico participó en programas de concientización social en San Cristóbal y La Yuca y otros detalles notables de Burín como padre que irá compartiendo con la prensa, y que demuestran que detrás del adolescente que se atrevía a pararse a bailar con las porristas en el Estadio Quisqueya, hay una crianza sensible.
Para algunos, Burín es el amigo del Colegio de la Salle, para otros el vecino del Julieta, el de las noches ochenteras en Neón o los paseos de pesca por el mar Caribe.
Yo solo sé que lo que se hereda no se hurta.
En su acto inicial, Marcello Hernández celebró una dominicanidad unida, sin rastros de esa enojosa división entre popis y wawawas. Hablaba Marcello a Colin acerca de the white guys, para referirse a los no dominicanos, consciente de que en esa pantalla él es otro mestizo, hijo de inmigrantes que enaltece la multiculturalidad.
Ese es el hijo de Burín. Ya lo sabe’.