Este cuestionario formó parte de un proyecto de libro,  inspirado en una experiencia de México: comprendió un conjunto de  once críticos-escritores que, a la vez que son escritores, ejercen la crítica literaria. Por consiguiente, no se trata de críticos a secas, ni de creadores a secas. En ocasión del fallecimiento de José Rafael Lantigua, gran amigo, líder cultural, ensayista de altos vuelos, crítico literario de prosa imaginativa, y compañero de viaje en el camino del amor a los libros y la promoción de la lectura,  publico esta entrevista como muestra de admiración, y en su homenaje. Por considerarla de interés, la reproduzco, como loor a su memoria, pues nunca se había publicado en ningún medio impreso o digital, excepto en mi libro Las voces del juicio. Entrevistas a críticos-escritores dominicanos, publicado en 2016, por la Dirección General de la Feria del Libro. En ella Lantigua aborda sus inicios en la lectura y la escritura, sus libros preferidos, sus aficiones librescas, los desafíos del libro, los comics, los best sellers y la crítica literaria en el país.

Basilio Belliard: ¿Cuáles fueron sus primeras experiencias de lectura y cómo llegó  a ellas?

José Rafael Lantigua: Como me han hecho esta misma pregunta muchas veces, y la memoria nunca es totalmente fiel, cada vez que la respondo junto a los ingredientes anteriores agrego otros. Yo veo tres momentos. En primer lugar, en casa siempre hubo libros y revistas, pocos libros, pero buenos. Entre ellos, Los Tres Mosqueteros de Dumas, Bronces de la Raza de Aurora Tavárez Belliard, una historia de Santa Teresa de Jesús y el Moby Dick de Melville, entre los que rememoro. Los leí a muy temprana edad y más de una vez. Estaban también los libros de Vargas Vila que mi madre nunca me permitió leer. Y estaban las revistas Life, Bohemia, Carteles, que leía con fruición. En segundo lugar, con los salesianos leí su Galería Teatral, ya hoy desaparecida, y la famosa Colección Ardilla, que eran unos libros pequeños que contenían historias diversas y que dirigía desde España el entonces sacerdote Agustín Martín, que luego colgaría los hábitos y aquí se destacaría como cronista de farándula. Y en tercer lugar, está la lectura de periódicos que yo sigo creyendo como fundamental para adentrarse en el mundo de la lectura. Es la primera lectura que debe hacerse. Era lector fijo de El Caribe, que era el periódico de la época y, a veces, porque no siempre llegaba, de La Nación. Leía todo, hasta los muñequitos. Y, a propósito de muñequitos, que en la capital llamaban paquitos, esta sea tal vez una cuarta etapa inicial en la lectura. Quizás hasta mucho más que las anteriores. Era un consumidor de paquitos por montones. Desde las Vidas Ejemplares hasta Fantomas, de Superman a Benitín y Eneas, del Pato McDonald al Reyecito. Tantas historietas ilustradas tenía en casa que reprobé el quinto de primaria y mi madre regaló las cajas llenas de estos paquitos a mis amigos; recuerdo entre ellos a los hermanos Porrello, Lucas que llegó a ser un médico cancerólogo muy bueno y que creo reside en Estados Unidos, y Pedro, que sería Secretario de Educación en el gobierno de Antonio Guzmán. Ambos, desde luego, tenían más edad que yo. Echando uso de la memoria, que como te decía nunca es totalmente fiel, creo que estos cuatro momentos fueron determinantes en mi vida de lector. Otros hicieron lo mismo pero no perduraron en la lectura. La vida es muy cambiante y uno no puede determinar los por qué de muchas cosas. Pero, así son.

BB: ¿Leer nos hace personas diferentes a las demás y nos hace poseedores de poderes especiales?

JRL: Nos hace personas con mejores niveles de conocimiento y, por tanto, con mayor capacidad para comprender el curso de la historia y sus influencias en nuestras vidas, los valores del arte, la elevación de la poesía y sus signos, para decir algo, pero no nos otorga poderes especiales. Esa es una materia que deberíamos dejársela a Batman o a James Bond. Hay una realidad: muchas personas alcanzan la felicidad y el bienestar, espiritual o material, o ambos a la vez, sin haber puesto nunca sus ojos sobre un libro. Otros, llegan a ser millonarios y empresarios de éxito combinando ambos elementos: son lectores voraces y hombres prácticos y emprendedores. Esa combinación sí que produce “poderes especiales”. Y conozco varios casos. Ahora, los que no podemos entender la vida sin la lectura de un buen libro, nos sentimos incómodos con los que no han hecho vocación en esta onda. Desde luego, hay que establecer categorías. Hay lectores de un solo tipo de lectura, o de dos. Yo creo en el lector total, el que no desdeña ninguna área de pensamiento o creación. Tan útil me resulta el conocimiento poético como el histórico, el filosófico como el científico, la literatura de creación como la literatura deportiva, el ensayo literario como el ensayo político. Esa “totalidad”, cuando se sale del ámbito estrictamente académico y se inserta en el emprendedurismo de nuestros tiempos o en el ejercicio profesional, político o empresarial, sí que resulta un productor de “poderes especiales”.

José Rafael Lantigua.

BB: ¿Cómo llegó de la lectura a la escritura? ¿Cómo se produjo en usted ese paso?

JRL: Yo escribía reseñas noticiosas en periódicos de pueblo, a nivel elemental. En días recientes un gran amigo de la época me hizo llegar el recorte, que no tenía y había olvidado, de un artículo “de fondo” sobre las drogas que escribí cuando tenía 13 años en un periódico llamado “Clarín Estudiantil” que dirigían los que luego serían mis compadres Winston Arnaud y Jorge Díaz Piñeyro. A los 15 años, después de tomar un curso por correspondencia de Difusora Panamericana, que fueron célebres, me alisté al periodismo casi sin proponérmelo. Doña Argentina de Álvarez, una profesora y periodista muy activa de mi pueblo nativo, se tomó unas vacaciones y me encargó a mí de la corresponsalía de El Caribe, y así salió mi primera nota, cuyo recorte conservo, sobre la formación de un grupo estudiantil en el liceo secundario de Moca. Por ahí seguí escribiendo y dirigiendo periodiquitos aldeanos, hasta que un día escribí un artículo que envié desde Moca a don Rafael Herrera, y grande fue mi sorpresa cuando vi el artículo publicado al lado del editorial de don Rafael en el Listín Diario. Aquello fue un acontecimiento para mí. Seguí publicando, pero nunca pensé en que algún día publicaría un libro. No recuerdo que ese paso estuviese en mis planes. Yo lo que quería era ser periodista, y nada más. Tenía mi estilo de escribir. Recuerdo que Inocencio Trejo, fallecido hace algunos años en Nueva York, y quien era el principal corresponsal periodístico de Moca, muy activo en radio y prensa escrita, me criticaba porque yo era muy “filosófico” en la redacción de las noticias. Lo que pasaba era que utilizaba un vocabulario menos rudimentario que él, que no tenía gran formación, o ninguna. Y las palabritas “domingueras” le fastidiaban. Bueno, entonces el paso a la escritura de libros, fue totalmente accidental, para decirlo de esa manera. Yo trabajaba para el periódico El Sol desde su fundación, en Santiago. Y don Bienvenido Corominas Pepín, propietario de ese medio, me comunicó junto a Juan José Ayuso, quien era el jefe de redacción, y don José Canó López, que era el director, que iban a desarrollar un proyecto que se llamaba “Cultura para todos”, con la edición de biografías de grandes personalidades de nuestras letras, a fin de crear conciencia de sus aportes y valores en la formación de la cultura dominicana. Me pidieron que lo iniciara yo con una biografía de Domingo Moreno Jimenes. El plan era una edición para distribuir cinco mil ejemplares, cada vez. No recuerdo si se hizo así esa primera vez, pero ese era el propósito. Así me hice escritor. Tanto gustó ese libro primero que me propusieron entonces hacer la biografía de Franklin Mieses Burgos, para continuar esa colección que, lamentablemente, pereció muy rápido, pero el poeta murió ese mismo año en que publicamos el libro sobre Moreno, o sea en 1976. Recuerdo que me pagaron 350 pesos por escribir la biografía de Moreno, mediados de los setenta.

El cronista, el periodista, el crítico, con tendencia o no, tiene que crear credibilidad, que el lector sepa y compruebe que lo que sugiere merece atención. Si descubren que lo que buscas es zaherir, molestar o denigrar, solo unos pocos te buscarán para alimentar su morbosidad, pero el infundio termina regresando al lugar donde se originó.

BB: ¿Qué libro en especial o autor transformó o modificó su vida espiritual, intelectual y cultural?

JRL: Nunca he creído que un libro o un autor pueda crear patrones de conducta ni modificar nada. Puede facilitar conocimientos que mejoren tu manera de pensar y evaluar las realidades vitales, impulsando saberes culturales que con toda seguridad pueden conducirte a tener una mejor visión del mundo. Pero, de ahí a que exista un libro que cambie percepciones o modifique conductas, o viabilice fórmulas, no puedo señalar ninguno. No me gusta el recetario. Ahora bien, sí creo en libros que te ayudan a crecer como ser humano y a enriquecer tu percepción de la vida, como te puede ayudar por igual un consejo en un momento determinado de tu existencia o un hecho fortuito que marque tu realidad presente o futura. No radicalizo los valores de la lectura. No obstante, si anoto alguno que haya despertado en mí ciertas inquietudes literarias o espirituales, creo que hay un libro que marcó una etapa de mi vida. Me lo regaló, siendo yo un adolescente, el padre Ramón Alonso, quien fuera rector de la Universidad Católica Santo Domingo y de quien fui su asistente en Moca en los años en que estuvo allí. Se llama El pan nuestro de cada día de Gustave Thibon, un librito formidable, de reflexión filosófica, que aún conservo. Otros dos más, La hora 25 y La segunda oportunidad de Virgil Gheorghiu, que me introdujeron en la dolorosa realidad de los totalitarismos. Y de George Orwell Rebelión en la granja mucho más que 1984. En la introducción de mi obra Espacios y Resonancias doy cuenta de otros libros que formaron mi pasión de lector.

BB: ¿Un libro puede tener la función de hospitalidad, es decir, reparar una vida, atenuar los dolores de una enfermedad y  combatir la soledad? ¿Son los libros terapéuticos?

JRL: Seguimos en la línea anterior. No creo en la radicalización de la lectura, aunque admito que en determinadas personas un libro puede producir cambios de distintos tipos. Todo depende de lo que se lea. Probablemente, cuando tú haces la pregunta estás pensando en libros literarios o estrictamente poéticos. Pero, hay que pensar en el universo de la escritura que es muy amplio. Por ejemplo, los libros piadosos pueden modificar las conductas de mucha gente, y de hecho así ocurre. Hoy día son millones los que acuden a ese nuevo género que se ha decidido en llamar de “auto-ayuda”. Los hay que son muy buenos, aunque la mayor parte de esa producción intenta dar respuesta a inquietudes humanas de nuestros tiempos, búsquedas, soledades, insatisfacciones, o sea conforman un recetario muy variopinto. Y cada cual busca el que dé respuesta a sus necesidades espirituales o materiales, porque los hay que “educan” para ser millonario, por ejemplo. Yo no puedo contraindicarlos, ni siquiera puedo negar que cumplan un cometido de cambio en determinados grupos de personas. Las obras de ficción literaria, un ensayo iluminador, una novela que nos sacude, los relatos de hechos importantes en la historia de la humanidad pueden construir un entramado de ideas, de pensamiento, de actitudes, de enfoques, de creencias que se afirmen con los años. Claro que sí. Cien años de soledad nos enseñó a descubrir el realismo mágico que en el trópico es materia común, yo no sé si en Islandia o en Suecia no lo sea. El Quijote, que influenció toda la narrativa europea, y al que uno vuelve siempre en sus partes o en el todo, nos hizo ver para siempre las dimensiones objetivas de la condición humana, porque la historia del ingenioso hidalgo y su fiel escudero contiene las verdades fundamentales de la existencia. En Jerusalén coexisten las llamadas tres religiones del libro que, de alguna manera, dominan su historia. Los judíos con la Torá, que es el Pentateuco; los cristianos con el Nuevo Testamento; y los musulmanes con el Corán.  Mira, ahora que recuerdo, yo leí siendo adolescente un libro cuya primera edición es de 1960, titulado Eichmann, los muertos piden venganza de Jacob Blomberg y cuyo ejemplar como los anteriores que he mencionado conservo en las ediciones originales que leí, que me inspiró para leer toda la historia del nazismo y del holocausto, hasta la fecha. Mi biblioteca contiene toda un área dedicada al tema nazi, y eso es un producto de la lectura del libro señalado hace ya cincuenta años. ¿Libros terapéuticos? Los de medicina, seguramente. Si los libros cambiaran, muchos escritores no fueran tan malas personas, llenos de malicia y satisfechos de vivir en la molicie.

BB: Si fuera a vivir a una isla desierta como un Robinson Crusoe, ¿cuáles libros se llevaría y por qué?

JRL: Eso ya se lo conté antes a Carlos Ardavín. Escogería La Biblia. Por tres razones: estoy llevándome una biblioteca completa, en un solo volumen. En segundo término, por la misma razón anterior, tendré conmigo 73 libros, los 46 del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo Testamento. Estoy adoptando, como antes ya lo he dicho a Ardavín, el canon católico y ortodoxo, porque los judíos y los protestantes restan siete libros y solo se quedan con 39 de la Antigua Alianza. ¿Cómo dejar los libros de Baruc, Tobías, Judit, los dos de los Macabeos, y dos de los libros bíblicos que a mí me resultan más maravillosos que son el Eclesiástico (no confundir con el Eclesiastés) y el de la Sabiduría? De modo que sin trampa alguna, no me llevo un libro, me llevo 73 en un solo tomo, una biblioteca, ya lo he dicho.

José Rafael Lantigua.

BB: ¿Cómo  ve el futuro del libro y la lectura frente a los retos de las nuevas tecnologías del mundo digital? ¿Morirán los libros  impresos?

JRL: Lo que quiero es que no ocurra la muerte del libro impreso. Y creo que no ocurrirá. Los vaticinios que corren desde hace ya más de un decenio, no se están cumpliendo con la celeridad con que se anunciaron ocurriría. Ahora, no podemos negar que la influencia de internet y los libros on line y los e-books, habrán de marcar época. Estamos en un cambio definitivo de la realidad que hasta ahora hemos conocido, y los libros son parte fundamental de esta revolución. No importará lo que ocurra, pero el hombre tendrá siempre necesidad de buscar respuestas a sus interrogantes, conocer la historia, deleitarse con la ficción, valorar y estremecerse con un buen ensayo. No sé si en el formato que conocemos o en otro, pero el libro seguirá existiendo. A mí en verdad, el tema no me preocupa, o por lo menos, no me preocupa como hace unos años que esa muerte anunciada parecía inminente y mis hijos decían que mi biblioteca no iba a significarles una herencia importante porque al final solo serviría como un museo. Desolador, catastrófico. Hoy no lo veo así. El libro sigue teniendo buena salud. Y las tecnologías siguen tomando otro curso diferente. Es lo que veo. Mark Zuckerberg, el genio de Facebook, tiene un club de lectura que semanalmente sugiere un libro y cuenta con varios millones de seguidores que han originado aumentos sustanciales en las tiradas de los textos que propone.

BB: ¿Contribuyeron  las bibliotecas, las librerías o algún profesor  en su formación de lector y escritor?

JRL: Definitivamente. La biblioteca municipal de Moca, mi pueblo nativo, era pequeña pero contenía libros de gran calidad, los clásicos universales y los clásicos dominicanos. Ahí comencé a leer, porque no teníamos librerías, pero tampoco los recursos para adquirir libros. Y luego, una profesora de secundaria, cuyo nombre siempre señalo para que quede inscrita en mi biografía personal de lector, Rafaela Joaquín, que influyó mucho. Por recomendación de ella leí y preparé mis primeros trabajos de análisis literario, en tercero y cuarto de bachillerato, de Over de Marrero Aristy, y Los ángeles de hueso de Marcio Veloz Maggiolo. Y de los libros de Miguel Ángel Asturias, en especial de Mulata de tal y Los ojos de los enterrados. Creo que fue una etapa fundacional en mi oficio de lector. Las librerías tendrían un poco ya de influencia entonces, pues con un amigo de la época íbamos a Santiago de los Caballeros, a la Librería Santiago, a comprar libros. Y más tarde, establecido en la capital desde los 22 años de edad, las librerías fueron mi escenario de maravillas: la de Blasco, donde una dependienta, Milagros creo que se llamaba, me enseñaba cómo adquirir los libros en su precio original, porque la mujer de Blasco si veía que alguno te interesaba te subía el precio; Editoria Colegial Quisqueyana, el Instituto del Libro, el Rinconcito de los libros, Mateca, cuando estaba en el barrio 30 de mayo; y aquella tienda de libros, formidable, que permaneció muy poco tiempo, la de los hermanos Brea en la calle Santiago. A La Trinitaria llegaríamos más tarde, pues no recuerdo haberla visitado en su lugar original, en la 16 de agosto, creo.

BB: ¿Los libros  y  la escritura pueden cambiar  seres  humanos o cambiar el devenir  histórico?

JRL: Creo que esta pregunta se repite, querido Basilio. Ya tienes las respuestas en dos momentos anteriores. Pero, te reitero diciéndotelo de otra manera: los libros pueden modificar pensamientos y hasta comportamientos, crean conocimientos y modulan pareceres, en consecuencia esos cambios pueden ayudar a transformar situaciones personales o colectivas. La Biblia ha cambiado millones de conciencias. El capital de Marx, que muy pocos marxistas leyeron, contenía elementos que sirvieron de inspiración para hacer variar el destino de la humanidad durante un periodo específico. El Mein Kampf de Hitler, que por estos tiempos se reedita, sirvió de plataforma para el desarrollo del nacionalsocialismo. Pero, en sentido general, el devenir histórico como postulas se transforma con el liderazgo y la acción de hombres y mujeres cuyas ideas propias crean situaciones, muchas veces polémicas o bastardas, que facilitan el surgimiento de las condiciones para ese cambio. No los libros en sentido estricto.

BB: ¿Para qué sirve leer si hay tantos libros, si es más fácil ver películas?

JRL: La pregunta no la entiendo bien. Parece una sorna desfigurada. Una cita de algún desbocado que te hirió haciéndola. Son dos disciplinas distintas, aunque a veces se complementen. Cine y literatura casi siempre debieran caminar juntos, pero no son pocos los literatos que no van al cine. Y cineastas que no leen. Con la falta que le hace una cosa al otro. Hay que unir ambas cosas, no desdeñar una por ser fiel a la otra. Es un desaguisado enorme.

BB: ¿Por qué  usted escribe o hace crítica, ensayo y poesía?

JRL: Comento un texto literario porque me complace compartir mi experiencia de lector con otros lectores activos y potenciales. Hago poesía porque creo en el género como un reconstructor de la memoria desde otro plasma que no sea el histórico y como un ejercicio donde la palabra y el lenguaje ocupan un lugar de privilegio que no tiene en otros géneros. El ensayo es una materia muy noble y me encandila más leer los estupendos textos de tantos buenos escritores que escribirlos. Me quedo perplejo ante tantas inteligencias notables que producen ensayos memorables, perennes. Es una lástima que un género noble sea a veces utilizado para el infundio y el ultraje.

BB: ¿Un buen lector es el que lee de todo o el que lee libros específicos? o cree como Plinio, el viejo, que no hay "libros malos".

JRL: Creo en el lector total, pero no amonesto a nadie que solo lea poesía o novela o ensayo. Es una decisión muy personal. Soy de los que leen de todo, claro hay libros donde nunca pondría ni las manos ni la mirada. Pero, voy de la poesía a los estudios o narraciones históricas, de la novela al cuento, del ensayo al teatro.  Y he leído muchos libros malos, hice disciplina en la materia, porque de este modo identifico las reales dimensiones de un autor.

BB: ¿Hubo antecedentes de lectores de su casa? ¿Cómo  descubrió usted la lectura?

JRL: Creo que ya he contestado esta pregunta antes. Ya dije que mi madre que alcanzó solo un sexto de primaria, pero tenía una letra dibujada, maravillosa, leía libros, revistas y periódicos. Cuando vimos que ya no le llamaba la atención leer los periódicos y una u otra revista que le gustaba, nos dimos cuenta que ya se estaba despidiendo de este mundo. Y así fue. Murió a los 93 años totalmente lúcida. Pero, fíjate, en días pasados, cenando con tres de mis hermanos de padre, como yo no me crié con él, el mayor de ellos, aunque unos años menor que yo, me confirmó que mi padre leía mucho y que no se acostaba sin leer. Qué cosa más interesante. Eso yo no lo sabía.  Justo lo que hago a diario. Mi padre murió en La Vega, de donde era nativo, hace más de veinte años. Sé también que en una sección de sangre de mi madre, no reconocida, hubo escritores, cuyos nombres conocemos, pero que prefiero no mencionar.

BB: Los talleres de literatura, la escuela o la universidad, son determinantes en la  creación de un escritor  o al menos  de un lector. ¿Por qué?

JRL: Los talleres y los centros educativos son claves en la formación de lectores y futuros escritores. Y hay pruebas por montones. No es que se necesite ir a un taller literario para ser escritor, o formar parte de un colectivo de aprendices para alcanzar la madurez literaria. Pero, son espacios fértiles para determinar la vocación de un joven para ser literato. Son mecanismos de estímulos que potencializan el interés por la lectura y despiertan, en los que poseen talentos, la posibilidad de convertirse en escritores. Antes, la soledad acompañaba a los escritores. Quizá en nuestros tiempos, sea el convivio, la fraternidad literaria, la juntadera para compartir lecturas y escrituras las que marquen pautas en esta dirección.

BB: ¿La lectura  alimenta la memoria y crea el  aprecio y la defensa de nuestra lengua materna?

JRL: Totalmente. El lenguaje barato que hoy vemos en las composiciones digámosle musicales, o en los telediarios y revistas radiales, en los lenguajes de muchos políticos y opinadores públicos, se debe a falta de lecturas. Incluso, en los desbarres que en materia histórica incurren algunos opinantes. La lectura de los autores fundamentales de nuestra lengua y de nuestra literatura, el conocimiento de la historia en todas sus vertientes, o por lo menos en aquella que más nos atañe, ayuda a formular juicios más sopesados y a no caer en dislates que habitualmente observamos y escuchamos. Y, en consecuencia, el uso de la lengua mejora sin que tengamos que recurrir al malapalabreo y al insulto soez, a la maldad en todas sus formas, que son recursos de la ignorancia.

BB: ¿Cree que los libros de textos, los comics, contribuyen a crear el hábito de la lectura?

JRL: Creo que sí. Un libro de texto, dependiendo de tu vocación o aspiración personal, te puede guiar hacia otros libros que aumenten tus conocimientos en el renglón correspondiente. Los comics por igual. Yo guardo libros de texto de la secundaria y la universitaria que me llevaron a buscar y conocer otros libros hasta hoy. Pongo estos ejemplos: Nociones de historia de la cultura de José L. Asián Peña, el texto con que estudié en segundo de bachillerato –y que sigo teniendo conmigo- me llevó a interesarme en otros libros mayores sobre el tema. La Introducción a la Filosofía de Manuel Gonzalo Casas, y otro de igual título de Héctor D.  Mandrioni, que fueron libros de texto en el primer año, cuando estudié en la UCMM, en Santiago, con el inolvidable padre José Luis Álvarez, me guiaron en mi interés por la filosofía, aunque de ningún modo sea experto en esta rama. La Historia de la Filosofía de Julián Marías me introdujo en el conocimiento de gran parte de la obra de este gran filósofo español, padre por cierto de uno de mis escritores favoritos, Javier Marías. La Biología de Claude Villee, que también estudié en la UCMM, me inspiró a conocer otras obras del género, aunque la de Villee es muy completa y sigue reeditándose, un área de mi interés por muchos años que mucha gente desconoce. Y sobre los comics, ya he dicho la importancia que tuvieron en mi etapa de pre-adolescencia. Es una lástima que ya no se consuman. Enseñan el manejo del diálogo, de la trama y configuran un armazón de imágenes que ayudan a forjar la capacidad imaginativa en el lector.

José Rafael Lantigua

BB: ¿Cuál es la situación actual de la crítica literaria en  República Dominicana y qué futuro le vislumbra?

JRL: La crítica literaria es, prácticamente, inexistente en República Dominicana. La situación no es de estos tiempos, data de hace ya largos años. Desde luego, la crítica necesita de medios para manifestarse, y los diarios dominicanos no especializan espacios para esta labor. De modo que ahí existe una evidente contrariedad. Ahora bien, debemos preguntarnos: ¿esta situación es exclusiva de nuestro país? Estoy seguro que no. Con frecuencia solemos creer que somos los únicos que sufrimos ciertas situaciones incómodas en la proyección literaria o en cualquier otro aspecto. En verdad, hay países con una situación peor que nosotros, donde los escritores tienen pocas probabilidades de ser leídos, y evaluadas sus obras. Esto no es, empero, motivo para dejar las cosas como están. Debo destacar que hay algunos esfuerzos, esporádicos, que salvan este silencio crítico. En verdad, tal vez los críticos más formales, los de mayor reconocimiento, piensen que cumplieron ya su cometido, y eso se entiende. Entonces, urge una nueva generación de críticos o de escritores que eleven los valores de la literatura dominicana, promuevan los buenos libros que salgan al mercado y permitan de este modo facilitar e impulsar la creación de una auténtica sociedad de lectores. Esa es la tarea básica. La crítica excesivamente académica, de lenguaje rebuscado, está hecha para el consumo mínimo, para un grupo, se evapora, no trasciende. Necesitamos más cronistas literarios, críticos de libros, que logren convencer a los propietarios y directores de medios escritos de dar cabida a sus textos, a fin de que se pueda crear una cadena de interés lectorial que, incluso, beneficiaría a los núcleos comerciales de esa cadena, que son las tiendas de libros. Es una constante invariable en mi pensamiento sobre la forma de proyectar la literatura dominicana. No necesitamos cultivadores de la crítica en las universidades, sino en los medios masivos de comunicación, incluyendo la radio y la televisión. De lo contrario, vamos a seguir con esta pregunta que estamos haciéndonos desde hace años y que ya, de tanto hacerla, ni interés produce.

BB: ¿En qué tendencia crítica se sitúa usted? ¿Podría justificarla?

JRL: Nunca me he preocupado por eso de tendencia. Lo único que he sido es un cronista literario, un periodista cultural que se ha desvelado siempre por exaltar la literatura dominicana y a sus protagonistas. ¿Tiene algún nombre específico esta “tendencia”?

BB: ¿Qué método crítico utiliza usted y cuales ventajas y virtudes le encuentra? 

JRL: Esta pregunta se une a la anterior y la respondo del mismo modo que siempre: solo he sido un lector que le gusta compartir sus lecturas con otros lectores. Eso me basta. Y tanto en la época de mi suplemento Biblioteca, como cuando ocasionalmente lo hago ahora en mi página sabatina, cuando hablo de un libro de autor nuestro o foráneo, no son pocos los que van a la librería a buscar un ejemplar. El cronista, el periodista, el crítico, con tendencia o no, tiene que crear credibilidad, que el lector sepa y compruebe que lo que sugiere merece atención. Si descubren que lo que buscas es zaherir, molestar o denigrar, solo unos pocos te buscarán para alimentar su morbosidad, pero el infundio termina regresando al lugar donde se originó. La crítica literaria merece un mejor destino, sobre todo entre nosotros que tanto la necesitamos. Qué duro es publicar sin que nadie te dedique un par de cuartillas o doscientos o trescientos caracteres por lo menos, para evaluar tu obra. Esa es nuestra triste realidad.

Basilio Belliard

Poeta, crítico

Poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en filosofía por la Universidad del País Vasco. Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y Premio Nacional de Poesía, 2002. Tiene más de una docena de libros publicados y más de 20 años como profesor de la UASD. En 2015 fue profesor invitado por la Universidad de Orleans, Francia, donde le fue publicada en edición bilingüe la antología poética Revés insulaires. Fue director-fundador de la revista País Cultural, director del Libro y la Lectura y de Gestión Literaria del Ministerio de Cultura, y director del Centro Cultural de las Telecomunicaciones.

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