Desde hace tiempo me ha llamado la atención la manera en que nombramos ciertos conceptos, sobre todo, en el ámbito educativo. Las palabras no son inocentes: cargan sentidos, modelan realidades y, en ocasiones, distorsionan aquello que pretenden describir.

Uno de los términos que más me provoca reflexión es el de “libro silente”, utilizado para referirse a aquellos libros que carecen de texto y narran exclusivamente a través de imágenes. Esta denominación, heredada del inglés silent book, pretende describir una ausencia: la falta de palabras impresas. Sin embargo, me resulta paradójica, confusa y, sobre todo, antipoética.

Un libro de este tipo no es realmente silencioso. Aunque no contenga palabras escritas, genera palabras, relatos y conversaciones. Cada lector se convierte en narrador, interpretando y poniendo voz a las imágenes. El mismo libro puede desatar decenas de historias distintas, todas legítimas, todas llenas de vida. Llamarle “silente” es reducir su potencia creativa a una carencia, como si la falta de texto equivaliera a vacío. En realidad, estos libros son semilleros de lenguaje, catalizadores de la imaginación y herramientas poderosas para desarrollar la competencia comunicativa desde la primera infancia.

Mi inquietud no es solo semántica. En educación, nombrar es reconocer. Si definimos algo por lo que “no tiene”, corremos el riesgo de disminuir su valor pedagógico y literario.

Algo similar ocurre con el uso extendido del término “preescolar” como sinónimo del Nivel Inicial. El prefijo pre sugiere que se trata de una etapa previa a la escolaridad, cuando en realidad es el primer nivel del sistema educativo formal. Esta palabra, que a primera vista parece inofensiva, ha contribuido históricamente a que se subestime la educación inicial, relegándola a un lugar secundario y opcional, cuando sabemos que es una etapa crítica para el desarrollo cognitivo, emocional y social de los niños.

Llamarlo preescolar envía un mensaje implícito: que la verdadera escolaridad empieza después, en el primer grado de primaria. Este malentendido ha tenido consecuencias en políticas públicas, presupuestos y en la valoración social de las maestras y maestros que dedican su vida a esta etapa fundamental. Hablar correctamente de “Nivel Inicial” es reconocer que la escuela empieza aquí, que la educación de calidad debe cimentarse desde los primeros años y que este nivel requiere inversión, formación docente especializada y bibliotecas de aula ricas en literatura infantil.

Ambos casos “libro silente” y “preescolar” revelan un mismo desafío: cuidar el lenguaje con el que hablamos de educación. Las palabras no solo describen, también crean imaginarios colectivos. Si decimos que un libro es silente, quizás lo percibamos como un objeto pasivo, cuando en realidad es un detonador de voces. Si decimos que la educación inicial es “preescolar”, quizás sigamos viéndola como algo accesorio, cuando en verdad es el fundamento sobre el que se construye toda la trayectoria educativa de un ser humano.

Como educador y escritor, creo que debemos hacer un esfuerzo consciente por revisar estos términos y apostar por un lenguaje que empodere y visibilice. El acto de nombrar es un acto político y poético a la vez. Si aspiramos a transformar la educación, también debemos transformar la manera en que hablamos de ella.

Patricio León

Educador y artista multidisciplinario

Patricio León. Educador y artista multidisciplinario. Educador, actor, escritor y músico. Doctorando en Ciencias de la Educación en la Universidad Anáhuac (México), con experiencia en formación docente, educación infantil, gestión curricular y literatura infantil. Ha publicado ensayos, ficción, poesía y teatro. En escena, ha interpretado personajes clásicos y contemporáneos en obras de autores como Beckett, Lorca y Sábato. Su trabajo integra arte y pedagogía, fomentando la formación integral a través de la palabra y el escenario. patricioleoncruz@gmail.com

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