La sociedad dominicana de la posmodernidad es una sociedad del vacío, de la negación de los valores y de la dosificación de la cultura de la nada. Y no se trata de que, buscando en el baúl de los recuerdos, cualquier tiempo pasado nos parezca mejor, sino de que el inmediatismo y el consumismo en cápsulas nos han llevado a dar preferencia a lo urgente en lugar de a lo verdaderamente importante.
¡Qué visión del futuro próximo tuvo el filósofo francés Guy Debord cuando, en 1967, publicó su libro La sociedad del espectáculo! Título que también reaparece de manera parcial en una obra del recién fallecido Mario Vargas Llosa (La civilización del espectáculo). Para Debord, la vida social se había transformado en “la declinación de ser en tener, y de tener en simplemente parecer”. En consideración con Khalil Gibran, la alegría de parecer, como la de espantar, solo la conocen aquellos que tienen el cerebro lleno de pajas. Esta es la razón por la cual, viviendo en una sociedad de apariencias donde todo es un espectáculo, nuestra sociedad es, en esencia, una sociedad del vacío.
Vivimos de tal manera un individualismo sin sentido, que terminamos olvidando lo trascendental, lo importante y lo beneficioso para nuestro entorno. Es como si la búsqueda del placer fuera nuestra energía vital, y todo se redujera a nuestro propio exhibicionismo: cuando se logra acaparar la atención, ya nos sentimos realizados. Esto es precisamente lo que encontramos en el show de La Casa de Alofoke.
Los espectáculos siempre han existido. El anfiteatro de Atenas divertía a ciudadanos, metecos, esclavos y visitantes con las comedias de Aristófanes; los gobernantes romanos entretenían a la plebe con el panem et circenses. Durante la Edad Media, juglares y trovadores eran los pastores trashumantes del entretenimiento, que de pueblo en pueblo llevaban un poco de refrigerio.
¿Quién no recuerda El informador policíaco de Rodriguito, La hora del moro, El show del mediodía, El gordo de la semana, o la lucha libre con los eternos rivales Jack Veneno y Relámpago Hernández? Y, por supuesto, El sábado de Corporán, en el cual se repetía la famosa frase: “Cristo viene, Balaguer vuelve y Corporán sigue”. Todos estos programas eran verdaderos “toques de queda”.
Hoy, sin embargo, prima la banalidad y el vacío. Es como si el mar entrara trayendo en sus olas el cretinismo y la vulgaridad.
La Sociedad Dominicana de Psiquiatría registra 250 facultativos en esta área, pero se necesitan al menos mil más para atender a las personas que requieren algún tipo de cuidado mental o conductual. Y es que los medios de comunicación y las redes sociales se han convertido en vectores que nos conducen al desapego de los valores y al vacío existencial.
La sociedad del espectáculo en la que vivimos nos obliga a repensar qué lugar ocupan los valores, la cultura y la educación en la vida cotidiana. No se trata únicamente de criticar el entretenimiento masivo o las redes sociales, sino de reconocer cómo estas plataformas moldean nuestra percepción de lo que es importante y de lo que no lo es. En medio de un vacío existencial disfrazado de luces y pantallas, la pregunta que queda abierta es: ¿qué tanto hemos renunciado a lo esencial por la necesidad de exhibirnos y parecer?
Si queremos construir una sociedad más sólida y con bases éticas firmes, es imprescindible rescatar el sentido de lo trascendental, valorar la cultura como espacio de crecimiento y apostar por una educación que priorice el ser sobre el parecer. De lo contrario, seguiremos atrapados en una espiral de banalidad, donde el espectáculo suplanta la vida real y el vacío reemplaza a la verdadera esencia del ser humano.
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