En la relación rosa y poesía, hay una fuente primigenia de sabiduría y un gran caudal para la filosofía. Existe entre ambas una colindancia eterna que se emparenta con los dioses y las une, un ferviente espíritu estético. Por esa razón tenemos que en la rosa hay poesía y en la poesía hay pensamiento. Esta analogía, más que espiritual es altamente abarcadora, pues se debe al encuentro de la poesía con el mito. Ella misma –la rosa–, no se sostiene en el universo, sin que tenga esa vinculación directa con lo sagrado, con lo eterno y con la búsqueda de lo sideral. Pues de acuerdo con la tradición helénica, donde el mito alcanza su más alto grado de complejidad estética, es necesariamente en la creación poética. Claro, que hablamos de la poesía como creación, como invención y como estética del pensar. Es, en la poesía y no en otra manifestación de la creación humana, que el mito anida los más fervientes deseos de la razón estética.

Estamos de acuerdo, que la rosa traza su línea directa hacia la purificación del   espíritu humano, por eso su cercanía con el amor, con el placer y con la belleza. Cuando la rosa muere, provoca dolor en un costado de la naturaleza, pero queda abierta la posibilidad del encuentro entre el hombre y lo sagrado. Y se apertura entre ambos, un infinitum imaginario.  Por causa de tratar de fijar el tiempo en las palabras, se anida en la mente humana una concreta razón de complejidad conceptual. En efecto, ese carácter complejo, anuncia a mi modo de ver, la eterna sensibilidad de la rosa y su relación con el universo. Causa por la cual, la rosa desafía el tiempo al igual que la poesía, en virtud de que su dignidad, ni desteje el tiempo ni desdeña el pasado. De ahí que la poesía está por encima del tiempo, por eso su relación directa con la filosofía.

Borges ve en la rosa una vinculación secreta y profunda con el universo, por su condición abarcadora. Más bien, su hacedor la creó pensando en su eterna melancolía y en su  poder de nostalgia,  pues  de acuerdo con Borges, ella es magia de los sentidos y alquimia para la memoria.

Baudelaire, fue de los primeros en descubrir esa comunión entre rosa y  poesía. Si se quiere, fue de los primeros en idealizar el perfume cósmico que hay en la vida de la rosa. De ahí que la rosa y el poema confluyen en un mismo rio estético, que es al fin, manantial de la creación y abrevadero del mito.

Por esta razón Malraux plantea que el mundo del arte nació con la multiplicidad de las civilizaciones y la belleza parce llevar en sí misma un poder de supervivencia. El mundo necesita la supervivencia de la rosa, pues sin ella, la vida no sería más que un espectro cualquiera:  sin canto, sin olor y sin memoria, en definitiva, sin belleza. De ahí, que la rosa guarda en la savia de su color, la memoria del mundo

¿A caso tiene memoria la rosa? Pues en su íntima comunión con el amor, ella funda en cierta medida, los estados de la conciencia. De paso, podríamos pensar en el tiempo, porque el ayer de la rosa es el presente del hombre, de manera que la rosa es materia y sustancia prospectiva. ¿Y si acaso la rosa resucita? Indiscutiblemente que perdería su encanto, porque el efecto de su belleza se concentra en la fugacidad de su alma. La rosa, se debe al instante, esa es su fuerza y su razón de ser: El tiempo fugaz. De ahí, el afán del hombre y su encuentro terrenal con la rosa. De ahí que la rosa tiene un plan efectivamente fantástico, porque muta en la palabra, muta en la poesía, transfigura su olor y muda espacialmente hacia el poema. El perfume de la rosa representa para el hombre la fuente eterna del mito y la eterna fuente del amor simbólico. De ahí que la rosa y la poesía encuentran un lugar sagrado para convivir en el universo y solazarse en la creación divina. De paso, la poesía es creación divina, en tanto que la rosa lo es. Sin embargo, fue la poesía quien creó el mito de la rosa, de ahí su vinculación con el mito bíblico. El poeta fundó el perfume de la rosa con la palabra y con el verbo. La palabra transfiguró el espacio para que existiera la rosa en un orden jerárquico mucho más imaginario que su hábitat en el jardín. De hecho, la eternidad de la rosa, subyace intacta en el fervor imaginario del hombre y es a la vez fuente de creación, pues su eternidad configura un orden , un espacio y un tiempo en la existencia terrenal.

No hay rosa sin destino.  Su vida errante transita por los siglos de la imaginación, para convertirse en lo que es: mito y poesía. Si la vida de la rosa aconteciera en un plano más extendido, anularía para siempre el sentido de belleza. Ella es realmente eterna, por su escasa brevedad. En otras palabras, podríamos decir que el tiempo es en definitiva, lo que le da sentido a la existencia de la rosa, entonces el interés definitivo del hombre se hace patente cuando ella se deshace en la mirada, mientras perdura en los recuerdos. Así que la vida de la rosa es completamente consustancial a la vida del hombre. Mejor decir:  el afán del hombre en la vida tiene su parentesco con el afán de procurar la eternidad de la rosa. Efectivamente que, el hombre quiere ignorar la muerte, aunque le preocupa la eternidad, pero muere, en tanto que la rosa vive y muere. Parece un contrasentido: La rosa, “viviendo engaña y muriendo enseña” –Dijo Sor Juana Inés de la Cruz–. De manera que, muriendo renace en ella el mito. Esa dicotomía, nacimiento-muerte, de seguro que nos da una noción de espacialidad temporal.  Mientras muere, vive, porque su habitad seguro es la memoria.

Así que vida y rosa, rosa y poesía complacen los sueños más remotos de la existencia, en tanto que estos, permanecen en el universo de lo ignoto. Mientras el hombre ve la eternidad con estado de angustia, en cuanto le teme a la muerte, la rosa se solaza en la franja de la eternidad.

Gracias a esa condición ampliamente favorecedora a los ojos del hombre, el poeta, universalmente ha sido un enamorado eterno de la rosa. “Vivir es delirar”, —dice María Zambrano–, por eso, el poeta vive y delira ante el inevitable designio de la rosa, ante su total desnudez. De ahí la raíz de su canto y su alabanza.

Tenemos pues, que en la relación rosa y poesía hay un intento de purificación de los estados del alma. De ahí que el poeta, en el momento de su creación, se convierte en un ordenador estético de los sentimientos. Visto así, el poeta, es el arquitecto de la sensibilidad humana.  Gracias a este hecho estético, podemos afirmar que el poema, es el filtro más completo para la razón pura. Tanto rosa como poesía conviven en un absoluto divino, mientras se funden y se bifurcan. Como arquetipo, la rosa desborda pasiones y es más que una fuente de inspiración para el amor carnal: Así, el hombre le dice a la mujer: “Eres como una rosa”, “te pareces a una rosa”. Significa que la rosa es a la vez fuente de amor fuente de belleza:  Un eco por donde transitan tanto  la palabras como los sueños, río hacia donde corre la vida  y la voz enamorada del poeta.

Para Borges la rosa crece en el silencio y en su brevedad posible, mientras que para Unamuno, la rosa es belleza y fulgor, canto y sonido para el alma. Es muy probable que la relación entre la rosa y la poesía no sea de este mundo. Simplemente porque esa rara condición de coexistencia solo habita en el pantano de lo indefinible. Así que, filósofos y poetas coinciden en señalar que la rosa es en definitiva, una imagen, un símbolo y un canto eterno en el universo del poeta.

Sin embargo, el efecto de la rosa en la poesía no es un elemento casual ni transitorio, sino que es una cuestión entrañable, cuyas razones la encontramos en la naturaleza. Simplemente porque el carácter de su representatividad ha dejado huellas imborrables en los sueños del hombre.

Así que solo una rosa basta para crear el universo: Fue necesario que el cielo moviera el rocío, las aguas, el sol, el viento. Fue necesaria la imperecedera visita de los pájaros, fue necesaria la intervención de los dioses para la germinación de la rosa, para crear su color avasallante ante la mirada. De manera que al igual que la palabra, la rosa también funda la creación.

Diríamos que en el reino de la estética, la relación rosa y poesía, puede conducirnos a un universo de ensoñación formal y de supremacía conceptual. Tratar de comprender la existencia material de la rosa, como elemento simbólico y sensible, es entender, que como símbolo está dotada para la imaginación, para el mito y de paso para la poesía.

Por esta razón podemos estudiar la profunda materialidad de la rosa en cuanto a su poder persuasivo, pues la rosa se sostiene en su propio discurso. El color representa en ella una teoría discursiva y el perfume una teoría del símbolo.

No nos cansamos de ver en la rosa la imagen y consagración del mito, que sin duda es la que a todas luces anima la vida del poeta. Así que el futuro de la rosa ante la vida del hombre tiene una razón imperecedera. Yo considero la rosa como un elemento de pureza universal. Por eso me pregunto ¿Qué sería de la vida del hombre sin la imagen de la rosa pura? Me refiero, estrictu sensu, a la imagen del olor y del color. Partiendo de ahí, el poder simbólico de la rosa se resume en una sola cosa: la sabia sensación que ella provoca en la imaginación. Una carga tan emotiva y sobrecogedora, que destapa el estado límite de la razón humana.