Al leer el nuevo libro de poesía de Amable Mejía que se titula Infancia de la Poesía, me encontré con un sentido de metáforas que son un susurro para el alma. La miro como pequeños nidos que calientan mochuelos llenos de sabiduría. También encuentro historias de puertas abiertas que recrean los sentidos y miran entradas secretas. Las veo como figuras del lenguaje que provocan recuerdos de innumerables cuerpos que besan, lloran y resisten en geografías, sin decir adiós.
Yo leo con avidez poesía. Es lo que reconforta mi estar en este bendecido planeta lleno de clorofila. Soy de las que se estremece con versos como esté. Lo comparto con ustedes:
“quisiera verte, sabes
Me canse de mí.
Mi mitad es aburridísima sin ti.
No sabe contar, ni ir donde piensa
sino es en ti.
Quisiera verte.
¿Vienes?
¿No?
¡Ay, desnudez!”
Un poema escrito con claridad y sencillez, como si entregamos un ramo de flores de azahar con los ojos cerrados, por la agitación interior que golpea con suavidad, así como olas pacíficas que se arriman a orillas prohibidas. Decía un viejo filósofo Henry Thoureau: “las ramas siempre recuerdan el viento que la sacudió, pregúntale al árbol viejo”.
Encontré en este libro, esa pizarra que derrama truenos domésticos, sin que puedan ser acomodados por la cultura. Este poema tiene una fuerza que encoge cualquier universo. Para cualquier trovador de amores perdidos, este poemario muestra, el eco que producen los papalotes cuando esperan ser cortados por la navaja del niño enemigo. Yo lo siento, como un tajo abismal que se lanza con un salto de extraordinaria belleza. Es arte, sí. Yo soy una lectora testigo que ha leído este fluir de versos que son alientos, matan el hambre y traen recuerdos.
Es una memoria de sentidos que fueron escritos como si leyeran la psiquis de muchos. En algunos versos salen lágrimas, en otras carcajadas y gritos para arrojar de la comuna, a los imbéciles que en algún momento borraron con un puñado de arena, los trazos de los niños y niñas que jugaban a dibujar soles en la playa de Güibia.
Yo le aseguró que Amable es un poeta que corre la cortina y muestra los paños desgastados, los vasos sobre la mesa, el boleto del pasaje que caducó y los faros que iluminan el caldero creativo que está en los bordes de la rampa. Su poesía es una brisa apacible, que me acompaña en este invierno isleño. Si tienes el libro en tus manos, por favor, lee estos versos en voz alta. Te aseguró que la reacción auditiva, no queda intocada, porque habita de metáforas cualquier habitación silenciosa. Leamos estos versos cerca del mar para que sean postales para las olas que naufragan en otros puertos.