Cuando la moral es golpeada, se pierde el respeto por las treguas. El Tet no sería la excepción. Nadie esperaba el ataque afianzándose así la letalidad del mismo. Miles de muertes y ciudades destruidas fueron el saldo del irrespeto religioso. El intercambio de disparos se originó frente al Palacio Presidencial de Saigón; la ofensiva del Tet había nacido para teñir de gris el colorido de la celebración. Los invasores de la potencia del norte mentían, haciendo creer que la guerra estaba ganada como había dicho el presidente Lindon B. Johnson: «El enemigo no ha sido derrotado, pero ha encontrado a su dominador en el campo de batalla. Desde que les informé en enero pasado, el enemigo ha sido derrotado batalla tras batalla».

Todo era una vil mentira. El ejército se encontraba desconcertado, luchando fuera de casa, una batalla que debió acabar en acuerdo para no aceptar la derrota aplastante. Ese día era soleado. Ese día sería baleado, sepultando las creencias religiosas y el Año Nuevo bajo los escombros. Los vietnamitas dieron una justificación para que los Estados Unidos descargaran toda su furia. En este pueblo olvidado unos nacieron para matar mientras otros nacieron para morir.

El Año Nuevo no traería cosas nuevas. Por el contrario, se encargaría de potenciar la muerte. Todo quedó destruido. Las máscaras se cayeron, dando la oportunidad a la diplomacia para resolver el conflicto. Un niño inocente intentaba sacar a su madre muerta debajo de los pesados escombros.

—¡Mamá, vamos! ¡Me prometiste algodón de caramelos, vamos, sal de ahí!

La batalla continuaba, las calles se habían convertido en un cementerio. La sangre corría por las aceras. Los disparos no se detenían. Al lado del niño cayó un soldado gravemente herido.

—Señor —dijo el inocente—, ayúdeme a sacar a mi madre de debajo de esta viga. Debe ir conmigo a comprar algodón de caramelos y se ha quedado dormida.

—¡Niño, aléjate de aquí! —dijo el militar—. ¡Corre hacia aquel edificio y espérala allá!

—¡No! —replicó el niño—. ¡Yo sé cómo es ella, siempre dice que los dulces son malos para la salud, por eso solo me deja comerlos durante el Tet! ¡He esperado todo el año para esto!

—¡Si la esperas allá —dijo el moribundo— te daré dinero para que compres todos los caramelos que quieras! —Al niño se le iluminaron los ojos.

—Está bien, deme el dinero.

El guardia, como Dios lo ayudó, se metió la única mano que le quedaba pegada al cuerpo al bolsillo y sacó un billete de cien dólares.

—¡Toma! ¡Ahora escóndete en aquel edificio, tu madre irá más tarde, cuando despierte!

La ofensiva del Tet (Cuento)

El militar murió de hemorragia, mientras el niño corría al edificio sin saber que encontraría la muerte. Una bomba destruyó la construcción dejando sepultada la esperanza de comer algodón de caramelos. Allí, en medio del polvo, una pequeña mano sujetando un billete de cien dólares, sobresalía de los escombros que sepultaban un sueño inocente. El ataque sorpresa fue la gran sorpresa. Quince mil muertos y trescientos cincuenta mil heridos. La moral rota. La batalla ante el comunismo acabó en derrota; la guerra fría ardía en fuego.

Mientras todos corrían despavoridos, otro niño permanecía tranquilo e inmutable, con su caballete y un cuadro de tela. Pintaba un símbolo. Seguían los disparos. Nadie se había percatado de su presencia. Seguía pintando. Seguía. Dibujaba un sueño, dibujaba una paloma blanca simbolizando la paz. Continuaban los disparos, se escuchaban los gritos, se escuchaban los lamentos. Madres con sus hijos heridos o muertos entre sus brazos. Una granada hacía contraparte a los disparos y los gritos.

El niño dio su último trazo, firmó la obra y la levantó mientras caminaba por la plaza. A su paso se iban silenciando los disparos, iban callando las armas, iban saliendo como zombis los militares de ambos bandos sin decir media palabra. Cuando el niño colocó el cuadro a los pies de una estatua que acababa de morir, se retomó la tregua y solo hubo tiempo para curar las heridas y alimentar a las víctimas hambrientas que se olvidaban del dolor cuando un trozo de pan tocaba su boca.

Esteban Tiburcio Gómez

Investigador y educador

El Dr. Esteban Tiburcio Gómez es miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana. Licenciado en Educación Mención Ciencias Sociales, con maestría en educación superior. Fue rector del Instituto Tecnológico del Cibao Oriental (ITECO), Doctor en Psicopedagogía en la Universidad del País Vasco (UPV), España. Doctor en Historia del Caribe en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), entre otras especializaciones académicas.

Ver más